Últimamente, gracias a las distintas plataformas, las ficciones sobre estafadores de cerebro privilegiado están viviendo una segunda juventud y nos están procurando muy buenos ratos de artimañas financieras, ropa de lujo y sorbitos de Möet Chandon. Después de ver ‘El estafador de Tinder’ y la loca historia de Simon Leviev, el cuerpo se te queda con ganas de fingir que eres un rico heredero africano que necesita 10000 dólares para una operación de corazón para su hijo, hacerle phising a algún contacto para saquear su cuenta bancaria o robarle la merienda a un niño ciego.
A la ficción de Netflix, un verdadero éxito que nos ha enseñado a desconfiar de los hombres que aparezcan acariciando cachorros de perros en las apps de ligoteo, le ha seguido ‘Inventing Anna’, la que será otra de las series de la temporada. Siempre es un placer ver actuar a la inmensa Julia Gardner, más en un caso como el de la serie; el ejemplo perfecto de que la ficción a veces solo tiene que copiar un poco de la realidad para salir adelante con un gran personaje.
¿Quién es Anna Delvey, la estafadora a la que interpreta Gardner en la serie? ¿Es cierta la historia que cuenta?
La primera en la frente nos la da el capítulo inicial, cuyo comienzo arroja un sobretítulo: "Toda esta historia es cierta. Excepto por las partes que están completamente inventadas", un mecanismo de identificación metaliterario que nos permite entender que la miniserie se basa en alguien que existe y que, muy probablemente, hizo muchas de las cosas que se cuentan en la pantalla. La estafadora existe. Lavó cerebros, acarició billetes y creó un simulacro de éxito espectacular que ha tenido su respuesta. HBO prepara sobre ella otra miniserie, esta vez desde el punto de vista de Rachel, una de sus amigas, a las que engañó.
La ficción está basada en un artículo de la periodista Jessica Presler titulado ‘How Anna Delvey Tricked New York’, donde la reportera, que también cuenta su propio personaje en la trama, investigaba las estafas sostenidas por Anna Sorokin en el entorno de los multimillonarios de Nueva York.
Todos los ingredientes salseros y gustosos de este tipo de ficciones tienen su parte correspondiente en la historia real de Anna Sorokin, la estafadora de ricos y multimillonarios en la que se inspira esta historia para la televisión: vergüenza de clase, arribismo, olfato para la mímesis en un ambiente que no es el tuyo y disfraces; todo servido con el habitual ritmo frenético, chic y glamouroso de las ficciones de Shonda Rhimes, que en ciertos puntos de la trama glamouriza al personaje, para luego revolcarlo por el barro.
La verdadera Anna Sorokin nació en Rusia en el entorno de una familia humilde y se muda con su clan Alemania con solo 16 años. La serie elimina el acento característico de la Anna Sorokin real y lo sustituye por uno neutro del que no queda nada de la experiencia europea. Existe un punto de inflexión en su personalidad, del que parte la serie: Anna Sorokin trabajó para la revista Purple durante años, lo que le permitió estar en contacto con las altas esferas y conocer de primera mano el comportamiento de los ricos, que acogen con gusto a sus congéneres o a los que fingen serlo, siempre que el trampantojo no se note demasiado.
Se sospecha que su transformación camaleónica y su deseo de formar parte de la élite se dieron cuando cubrió como periodista la Semana de la Moda de Nueva York y estuvo en contacto directo con los ambientes de la clase alta neoyorkina. El ‘Fake it until you make it’ nunca tuvo una pupila tan aventajada. La Anna Sorokin real tuvo su epifanía, casi con toda seguridad, algo parecido a: “Quiero beber lo que bebe esta gente, vestirme como ellos, desayunar aguacates traídos del Mecong, tener mi propio asistente y usarlo de reposapiés”.
A partir del punto en el que Delvey se da cuenta en que quiere ser rica, poderosa y salirse con la suya, comienza una estafa sostenida durante años que incluye crear su propio centro de artistas, la Anna Delvey Foundation, y fingir ser su propia avalista con todos los bancos europeos que compraron su simulacro. Para entonces, la timadora había montado la artimaña principal: un sistema enrevesado de transferencias bancarias fraudulentas y cheques sin fondos que le procuraron la excusa que sostuvo frente a las instituciones que le prestaban el dinero.
A sus avalistas consiguió convencerles de que su padre, un supuesto oligarca ruso, estaba a punto de prestarle 60 millones de dólares para su capricho de filántropa. La vida fake estaba en su punto más alto, como bien cuenta la serie. Mientras convencía a otros de que le prestaran dinero, la estafadora dejaba cuentas impagadas en hoteles por todo Nueva York, de los que la echaban cuando las facturas sin cobrar se iban acumulando en una estela interminable.
Todas las otras estafas vivían en esta gran fruta podrida de perfume profundo e intenso. Por supuesto, pidió prestado dinero a sus amigos, a los que también estafó, y se valió todo de todo tipo de artimañas para seguir manteniendo ese nivel de vida hasta que la justicia la empapeló por fraude. Fue arrestada en 2017 y sentenciada a 12 años de prisión.