Cuando yo tenía 26 años (aproximadamente la edad de la foto), un conocido rector de la Universidad Complutense de Madrid me citó para una entrevista de trabajo. Ahora tengo taitantos y nunca, jamás, aún siendo periodista, he contado públicamente lo que pasó. Primero, porque ha pasado mucho tiempo de aquello (y ya para qué) ; segundo, porque cuando ese hombre me acosó, en España no había ni de lejos la conciencia social contra el machismo que hay ahora (y agradezco); y tercero, porque yo, como muchas mujeres del mundo, pensé que nadie daría crédito a una jovencita recién licenciada contra un rector.
Pero, gracias al valor que ha tenido Jenni Hermoso de denunciar de forma casi inmediata a su propio jefe (sabiendo el impacto social que esto tendría) y a la cantidad de mensajes que está publicando Cristina Fallarás en su Instagram en lo que presume ser el #metoo español, yo, después de más de una década pensándomelo, también voy a decir #seacabó. Mucho más cuando se está juzgando a esta futbolista por haberse reído de la foto del beso no consentido que le dio Rubiales, sin tener en cuenta lo mucho que le cuesta a una víctima sentir, procesar y entender su propia situación.
Por aquellos años, trabajaba en un medio local que hacía noticias sobre la UCM y, por eso, el rector X y yo ya nos conocíamos. Hablábamos de libros, de Ibsen, de la Casa de Muñecas, del Gobierno, no sé; un día le dije que me interesaría trabajar en su gabinete. Él me citó a través de su secretaria en un restaurante de Madrid y, en ese momento, no me pareció raro que la entrevista no fuera dentro de la universidad o el rectorado.
Durante la comida - el rector pidió una mesa escondida detrás de un biombo - empezó a preguntarme por mi aspecto. Que por qué me había pintado las uñas para comer con él. Que qué guapa iba. Yo le dije que ya las llevaba pintadas de antes y, en fin, que me había puesto una camisa blanca y una falda larga sin más. Me extrañó el comentario porque yo había elegido expresamente una ropa neutra, pero bonita, apropiada para una entrevista como esa. Aunque ahora pienso que ni aunque hubiera ido con un mono de látex.
Entonces, entre la dorada y el postre, me preguntó que qué haría "una chica joven como yo por un hombre mayor como él". Y, en ese momento, juro que no comprendí la pregunta. Él era un hombre respetado, progresista, por Dios. Una referencia para los alumnos. No me lo esperaba. Trató de explicármelo diciendo que había "mujeres que le hacían favores" a cambio de puestos de trabajo. Le dije que yo no le iba a hacer ningún favor y que lo único que quería es que terminara la comida. Fue la primera sensación clara que tuve in situ: que me quería ir de allí.
La reunión terminó y, por supuesto, no volví a tener noticia de ningún tipo de oferta de trabajo. Yo, universitaria, licenciada, me quedé muy confundida por lo que había pasado. En mi cabeza no cabía la posibilidad de que un hombre al que admiraba, un icono de la izquierda madrileña, me estuviera pidiendo, a mi entender, que le hiciera una mamada. Tuve que tener una charla posterior con mi madre para analizar lo que había pasado. Recuerdo que, mientras hablaba con ella por teléfono, me miré el pelo en el cristal de mi portal, por si quizá había ido "demasiado rubia" a la entrevista. Fíjate.
Cuando lo entendí (o lo interioricé más bien, porque todavía no lo entiendo) no fui a una comisaría, no denuncié los hechos en cuanto salí de la comida. Ni nunca. Las agresiones no funcionan así. Así que, desde mi humilde experiencia, pido que dejen a Jenni Hermoso en paz. Que lo mismo se rió en el autobús, sí. Y luego lloró. Y, ahora, está enfadada porque también admiraba al hombre que le estropeó la noche más importante de su vida. Cada víctima tiene un proceso y nadie, más que ella, está en posición de juzgarlo.