Lo sabemos, cada vez que entras en TikTok te tapas la cara con la mano ante ese horror del que no puedes apartar los ojos. ¿Qué…? ¿Pero qué?
La red social, una de las más populares del mundo, es un vertedero de subcultura centennial, bailes prohibidos por la santa iglesia católica y adolescentes tiktokers que recitan pasajes de Federico Moccia para conquistar a su crush y darle más gasolina al amor tóxico. No faltan los morritos del público entre quince y veinticinco años y algún que otro adulto funcional haciendo bailes extraños con sus hijos o contorsionándose en posiciones para las que, digámoslo claro, no existe lenguaje humano capaz de describirlas. Uno quiere gritar: ‘Detente. No es necesario peinarte como Donald Trump para conseguir más seguidores. Busca ayuda psicológica. Sumérgete en el mar, con los delfines, déjate hundir hacia las profundidades, enseguida acabará tu sufrimiento’.
¿Queda esperanza? ¿Es todo una pesadilla y el fin del mundo empezará y acabará en los montajes de TikTok? Parafraseando a Asterix y Obelix, no. Una usuaria irreductible resiste al invasor. Se llama Alejandra Hernández, y es una profesora de Historia y Geografía que ha conseguido un éxito fulgurante en la red social con algo que parecía material para ratas de biblioteca: clases online sobre curiosidades históricas.
Venga, no pequemos de vinagre. Aunque te pueda parecer un contrasentido, utilizar TikTok para ofrecer un conocimiento que se sale de la norma es posible. No es una paradoja ni estamos locos.
Cada red social es un laberinto de contenido inútil que ciertos tiktokers, interesados en otro tipo de material para su público, tratan de sortear con inventiva. Solo ciertos usuarios de esta red social con la mente jabata, esos que saben adaptarse a las exigencias y rapidez de las redes sociales, han encontrado la forma de favorecer ese ‘engagement’ entre sus usuarios, aparentemente más preocupados por la visibilidad, por el contenido fast-food y por esa vida aspiracional que nunca llega.
El medio es el mensaje, que decía McLuhan. Si la Historia suena a tocho aburrido, a fechas y reyes Godos que se casaban con sus primos y hermanos, hagámosla llegar a todos con clases online llenas de hashtags, filtros, emojis animados y fondos interesantes. Eso es lo que ha conseguido Alejandra Hernández en su cuenta @tcuentounahistoria’: convertir TikTok y sus particularidades (montajes rápidos, temas musicales, bailes y likes) en algo muy alejado del túnel de lavado mental que abunda en esta red social. Enseñar historia con un método sencillo pero muy efectivo. Transmitirnos su pasión, que no es poco en estos tiempos de lujuria pandémica, pornfood y product placement camuflado.
Sus videos tienen cientos miles de visualizaciones, signo de que el método funciona. 250.000 likes hasta la fecha. El feudo de Alejandra son las anécdotas, desmontar mitos históricos en los que todos creíamos a ciegas, y aquí despliega su conocimiento para el uso del público general, al que por una vez hay que agradecerle que deje de bailar, cantar y estar más cerca del manicomio digital.
Ni siquiera te hace falta ser un flipado de la asignatura de Historia o tener exámenes dentro de poco para contagiarte del entusiasmo de esta profesora, que lo mismo analiza con mucha gracia la autopsia de Carlos II que te desgrana con un montaje musical las comidas más extrañas de la historia.
Uno de sus videos comienza así.
‘Y es que la historia que te han contado es un invento del siglo XVIII y la Ilustración, y los primeros cinturones de castidad no se inventaron hasta el siglo XIX, y su destino, los museos de tortura medievales. Eso sí, durante la época victoriana, muchas mujeres utilizaron este tipo de cinturones, simplificados y un poco más refinados, para evitar las violaciones en sus puestos de trabajo’.
Se nota que sabe cómo atraer la atención y conoce los entresijos de TikTok. Un temazo de Taylor Swift es suficiente para que te cuente la historia de Teodora, una de las grandes dirigentes de la historia que empezó como prostituta en las calles de Constantinopla.
‘Olvídate de ellos, olvídate de esos tradicionales cascos de vikingos con cuernos, porque aunque parece ser que sí que se utilizaron para ciertos rituales paganos allá por la edad del hierro, la imagen que se ha extendido de ellos ha sido producto de Hollywood, Viki el Vikingo o la ópera de Wagner, El anillo de los Nibelungos’.