El acoso en la red, un mal cada vez más extendido: ¿Conoces los tipos de ciberacoso y sus consecuencias?
Las cifras dejan muy mal cuerpo. El ciberacoso es más común de lo que pensamos. Un buen porcentaje de jóvenes asegura sufrirlo, tal y como muestran los datos de dos estudios de diferentes organizaciones internacionales
Durante un tiempo creímos que las redes sociales eran el paraíso de la vida digital: un lugar en el que comunicarnos con otros y expresar nuestra identidad sin miedo a represalias, forjar amistades bajo nuevos patrones y compartir experiencias. Conectar, en suma. Pero las redes, y especialmente aplicaciones como Whatsapp, en las que todo se viraliza, hasta el miedo, han larvado en sus dinámicas de comunicación todo tipo de nuevas violencias y acosos que ya existían y eran muy reales en el mundo físico. El bullying no ha desaparecido. Solo ha cambiado y ha extendido nuevos tentáculos para perpetuarse en la red.
Ciberacoso en la era digital
El ciberacoso o cyberbullying es el mejor amigo de la viralidad, de la guerra pública. Las redes sociales han sido durante una década el caldo de cultivo ideal para hacerlo más fuerte, más perverso, más difícil de erradicar que el viejo acoso físico de escupitajo y paliza. En los jóvenes y adolescentes es especialmente dañino. Buena parte de su vida social, sus amistades, sus interacciones sus encuentros y sus ligoteos tienen su nido en las redes.
De hecho, si atendemos a las cifras, vaya un escalofrío en la espina dorsal por delante. Una encuesta de UNICEF de 2019 a 170.000 jóvenes revela que uno de cada tres asegura haber sufrido este tipo de violencia en sus redes sociales. Otro estudio, esta vez de la Unesco y su Instituto de Estadística, pone el clavo del terror: un 36% de los niños y adolescentes del mundo ha sufrido bullyng, ciberbullyng o una mezcla de ambos.
Los tipos de ciberacoso
En realidad, no importa el canal. El ciberbullyng se vale de la viralidad y la capacidad para reproducirse más rápido que un acoso físico, circunscrito a un entorno real (una clase, un instituto, un grupo de amigos). Ahora el ring de boxeo es el ancho mar digital, donde no hay fronteras que lo paren. Ahí está el peligro, ya que, literalmente, casi cualquier red social vale para que los agresores se infiltren en la vida de la víctima. ¿Y los tipos? Pues los de toda la vida, pero ‘digitalizados’ y perfeccionados: el rumor, la habladuría, la ataraxia de la masa para oponer resistencia. Nadie hace nada, no sea que también cobre.
Está, principalmente, el ‘arrasement’. Minar la moral. Acosar a través de algún canal de todos los disponibles para que la víctima de ciberbullyng no pueda descansar y reciba siempre su ración de lo que merece. Se conocen muchos tipos de ciberacoso por derribo. Puede ser un insulto en Whatsapp que se convierte en cientos hasta pulverizar la moral de la víctima, el video de una paliza que se viraliza rápidamente en los teléfonos de un instituto o en un muro de Facebook, el acoso y la revelación de datos privados de la víctima en Snapchat o una turba de dentelladas un canal de Telegram, el correo electrónico y vejaciones en Instagram son solo la gota en el inmenso océano de bullyings que existen.
El más común de los ciberacosos es el insulto y la vejación. También hay otros, como la difamación de la víctima a través de las distintas redes sociales, por ejemplo, WhatsApp, la más utilizada para difundir bulos, chistes, ‘fake news’ sobre la vida de la persona a la que se desea humillar. En ese caldo de cultivo existen casi cualquier forma de tortura digital, siempre relacionada con algún detalle de la víctima fácil de minar en público.
Por supuesto, existen grados, esos ‘no es para tanto’ que dan alas a los acosadores. La percepción de la gravedad de un insulto directo a través de un grupo de WhatsApp es mayor que si la tortura empieza, por ejemplo, con bromas, con poner un apodo. Puede ser un mote vejatorio, una fotografía comprometida para reírse de la sexualidad o la raza de la víctima, un ataque a su familia y a su físico.
Hay otros todavía más perversos. Se han dado casos de ciberacoso en los que los agresores creaban webs dedicadas a sus víctimas para conseguir que la masa la votara como la más fea, la más idiota, la más despreciable. También el ‘revenge porn’, o porno de venganza. Crearles perfiles falsos. Invasión del correo electrónico, o su hackeo para que la víctima no pueda acceder a él. Y así es: un acosador encontrará en las redes sociales un millón de formas de sacar sus instrumentos de disección.
Consecuencias del ciberacoso o cyberbullying
Los psicólogos y los datos nos impiden bromear con algo tan serio como el bullying y sus manifestaciones digitales. En suma, el daño es el mismo. Siempre o casi siempre queda una marca psicológica y física en las víctimas. Tarda años en curar, si es que lo hace, y las secuelas se quedan para toda la vida en la personalidad del que ha sufrido las vejaciones.
A la sensación de indefensión se suma otra de las consecuencias. Lo que antes era una violencia privada, pasa en lo digital (en WhatsApp, Instagram, Facebook, TikTok y Twitter) a ser compartida, pública: para todo el mundo. El resultado es terrorífico: jóvenes pasivos, incapaces de defenderse, con facilidad para caer en la ataraxia y en la depresión clínica.
El resto de las secuelas basta para ponernos la carne de gallina: las víctimas de cyberbullying, que muy a menudo va de la mano con la tortura física, pierden su autoestima, aparece el daño emocional severo, a veces la depresión y otras la fobia social; el sentimiento de culpa es tan brutal que estas personas desarrollan también fobias físicas, comportamientos neuróticos. Empeora su rendimiento académico, sus relaciones familiares, su capacidad, en suma, para mantener una vida digital normal.