Puede que alguna vez hayas experimentado una situación como la que sigue: piensas que vas a tener un rato agradable de cama con tu pareja y de pronto te conviertes en alguien que mira desde fuera lo que pasa, en una suerte de tercera persona siniestra con la que eres capaz de analizar a ese otro (que eres tú) con el bisturí del juicio y la neurosis.
Eres un superordenador de ti mism_, tan consciente de lo que haces que acabas de separar alquímicamente tu deseo, tu experiencia y tus sentimientos de tu propia presencia en la cama, con tu pareja, que en algún momento te dirá: “¿Estás bien? ¿Por qué pones esa cara de descuartizador_ de provincias? ¿No estarás pensando en acabar conmigo mientras duermo?”
Como si hubieras salido de tu propio cuerpo en modo ectoplasmático, tú solo eres capaz de mirarte ahí, haciendo la cucharita o practicando alguna postura sexual nueva, sin sentir absolutamente nada de lo que se supone que deberías.
El término para definir esta disociación tan particular es el ‘spectatoring’, y lo trajeron William Masters y Virginia Johnson en su trabajo de referencia ‘Human Sexual Response’, allá por 1959.
Si eres un_ ‘espectador_’ del sexo probablemente sentirás en algún punto que no conectas del todo con tu experiencia sexual y tenderás a situarte desde fuera para analizar todo tipo de parámetros (absurdos, por lo demás). Habrás pasado a un estado de juicio crítico hiperconsciente que no participa de las cuatro etapas de las que hablaron Masters & Johnson en su famoso estudio: deseo, excitación, meseta, orgasmo, resolución (DEMOR).
Repartes fichas en el tablero de tu cabeza en lugar de estar disfrutando alegremente con tu chic_. Eres todo preguntas. ¿Lo estoy haciendo bien en esta postura, decúbito supino con inclinación de 45º? ¿Es ahora cuando debo imitar el reclamo de apareamiento de la grulla para subir la temperatura de este encuentro? ¿He sacado la basura? ¿No seré yo alguien que pone cara de meme mientras hace cosas de adultos?
En términos generales, los psicólogos definen a la persona espectadora como alguien incapaz de estar presente en su propia experiencia sexual. Quien asiste, mira y analiza sus encuentros sexuales en lugar de vivirlos pierde gran parte del placer, la excitación y la liberación de hormonas implicadas en la buena salud y la vida sexual plena. La persona espectadora entra en un estado de funcionariado mental: se analiza y juzga con cada vez más distancia, pero jamás siente o se deja ir.
Existen varias teorías sobre el origen del problema del espectador en los encuentros sexuales, algunas de ellas relacionadas con el superyó, en términos psicoanalíticos. Muchos psicólogos atribuyen este piloto automático en la cama a una baja autoestima. De hecho, Masters & Johnson ya hablaron largamente en su estudio de las ‘mujeres espectadoras’ y del principal escollo al que se enfrentaban en sus encuentros sexuales: no solo tenían menos orgasmos, sino que, debido a la presión por cumplir un rol específico y dar una determinada cantidad de placer a sus compañer_s de cama, muchas de ellas acababan fingiendo el clímax.
Esta distracción cognitiva suele producirse cuando la atención al momento presente (el sexo) se desplaza a esos otros parámetros que afectan a la noción que estas personas espectadoras tienen de sí mismas o de alguno de los sesgos que utilizan en ese juicio. La autoimagen tiene mucho que ver: suele estar distorsionada, ser falsa o directamente tóxica.
Sus orígenes, muchos y muy variados: el imaginario tóxico que consumo de pornografía implanta en las cabezas o disfunciones de todo tipo (anorgasmia, disfunción eréctil o eyaculación precoz). Una persona acostumbrada a juzgarse a nivel tan molecular acaba por dividir sus emociones y su placer para convertirlas en una experiencia extracorporal (esa en la que nunca estará presente del todo)
Somos nuestros propios enemigos. Verdugos, jueces y público de ese pan y circo que es el yo, a veces con resultados catastróficos.