Ya lo dice la canción con su melodía pegadiza (como una buena ETS): “Cuando llega el calor, lxs chicxs se enamoran”. No seremos nosotros quienes le quitemos la razón a este temazo que coreamos todos los estíos en alguna fiesta hortera en la piscina cuando llega el momento de hacer la conga y susurrarle a nuestro acompañante al oído: “Quiero despiojarte para toda la eternidad, en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo”.
Dicen que, con la época estival, sentimos mucho más deseo y nos volvemos criaturas más activas sexualmente. Pero ¿es. esto verdad? ¿Qué hay de cierto y que hay de mito y de teléfono escacharrado en esta creencia tan común? ¿Ya no tienes tanto deseo sexual como antes con tu pareja? Respondemos con la ciencia de nuestro lado, y el bañador o el bikini en plena caída.
La ciencia no se mete en líos y ya tiene sus propios métodos de medición para los asuntos de la carne. Diversos estudios apuntan en una misma dirección: el deseo sexual aumenta (para casi todo el mundo) en verano, si además te sabes la mejor hora para mantener relaciones. Así lo demuestran las gráficas en los picos de natalidad, que establecen una clara frontera: en invierno apetece menos eso de estudiarse el calendario de vacunación, el cuerpo guarda su energía para la supervivencia.
Antes que fo***, lo que apetece es hacer guarida bajo una manta. Las gráficas tampoco mienten con los picos de natalidad: con la llegada de la primavera y el verano aumenta exponencialmente el número de embarazos; y no, no es solo que la vista se te ponga golosa cuando bajas levemente las gafas de sol y te preguntas si hoy es el día en que practicarás el koala. Hay una explicación más prosaica.
Existen factores fisiológicos que explican ese repunte del deseo sexual y las ganas de hacer gatitos con otro ser humano en los meses centrales del año. Parte se explica por la libido y la producción hormonal en momentos del año donde disfrutamos de más horas de sol. La luz predispone a nuestro cuerpo al revolcón porque aumenta sensiblemente la producción de vitamina D, gracias a un mayor número de horas de luz. Hay diversos estudios en los que se establece una correlación directa entre el aumento de la producción de vitamina D y el de la testosterona, una de las hormonas que regula el deseo en hombres y mujeres. Lo mismo ocurre con la fertilidad. Otras fuentes ya han encontrado una relación más o menos probada entre la influencia del sol en la calidad del semen. Queremos chupar, besar y morder con más ahínco, pero es que, además, puede que seamos más fértiles.
Como se puede comprobar, la cantidad de beneficios que aportan las horas de luz prolongadas no se queda en esa revoluión sexual (y fisiológica) avalada por los datos. Desde un punto de vista sociológico, la respuesta parece más clara.
Es llegar la caída del abrigo, con sus prendas ligeras, sus piernas y estómagos al aire, sus escotes y sus mandíbulas apolíneas, y volvernos auténticos acólitxs del disfrute: verano, calor, deseo y una revolución hormonal de la que no escapa ni el más casto de los cerebros. Quien más quien menos sabe por su Pepito Grillo interior que hay que hacer ese cambio de armario mental: del recogimiento del invierno y el catálogo de Netflix bajo una manta a la densidad pegajosa de las pistas de baile, las fiestas al aire libre y una predisposición natural al cancaneo, al roce, al perreo con conocidxs o desconocidxs.
Parte de este disfrute buscado en los palacios del calor y del deseo tiene que ver con cómo mejora nuestro humor en esta época del año. Nuestro cuerpo también hace su propia puesta a punto y aumenta la producción de dos de las hormonas más importantes en cuestiones de bienestar y humor: oxitocina y serotonina, la hormona de la felicidad y una de las encargadas de que nuestra libido tenga auténticos momentazos de esplendor en los meses centrales del año. Es viernes y el cuerpo lo sabe.