De Miguel Bernardeau conocemos ya hasta el aleteo de sus órganos cuando mira a Aitana, y no es para menos, porque es uno de los actores más reconocibles de Élite y lleva mucho tiempo colmando la curiosidad de los followers desde Instagram, red en la que publica fotos bastante a menudo. Surf, animales, vida social. Lo típico de la socialité, que en el caso del actor es motivo de escrutinio permanente y ráfagas de comentarios.
El hijo galán y villanísimo de Ana Duato sigue conservando ese aura magnética que ya enseñó en “Élite’, y se gasta una mirada afilada como un bisturí que no se olvida. Malencarado, de físico imponente, una víbora de lengua afilada la de su personaje, Guzmán, que nos encanta. Para nada se corresponde con el carácter del actor. A Bernardeau le chiflan los animales desde que era un crío, y no se lo piensa dos veces para sumarse a cualquier causa para protegerlos y cuidarlos
A Bernardeau le encantan los perretes, y cada vez que puede luce palmito enseñando en Instagram fotos de sus dos amores, Mimi y Marley, dos perritas Beagle más preciosas que un potosí. El tema de la crianza de sus perros casi siempre aparece en las entrevistas, y Bernardeau habla de ellas con inmenso amor.
“Las dos son adoptadas porque soy consciente de la necesidad que tienen muchos animales de que se les adopte, ya que al no tener casa corren el riesgo de ser sacrificados. Me he criado con perros. Cuando vivía en Valencia, en Bétera, mis abuelos tenían una masía antigua donde había seis perros gigantes. Allí aprendí a cuidarlos”.
De Mimi opina que es una perra más lista que el hambre y que le sorprende todos los días con algún que otro comportamiento fascinante. Cuenta que la perra conecta con la gente con la que interactúa a través de ciertas expresiones y movimientos, y que es fiera y rebelde, pero que eso no quita para que sea buena con todos los que se cruza cuando van a pasear a la Dehesa de la Villa, en Madrid.
Queda claro que, esté donde esté, Bernardeau tiene una parte de su alma dedicada por entero a los bichines; y si hay que echarle una mano a su novia, Aitana, de OT, y marcarse un paseo al veterinario con su perra Sopita, ningún problema. Miguel es todo corazón; ese tipo con aire bombero grandullón y surfista (otra de sus pasiones) que lo mismo te rescata un gatito de los árboles que opera a un cachorro de labrador a corazón abierto.
Con el tema su compromiso con los animales ha habido de todo, desde polémicas virales de mecha muy corta hasta su firme compromiso con la causa de los delfines y las orcas en cautiverio. De la polémica, ya vieja, solo podemos decir que es tan estéril y vacía como una ventosidad internetera: rápida, inodora, y como muchas de las guerras de baja intensidad de las redes sociales, olvidable a los 30 segundos.
La cosa es que Twitter e Instagram se le echaron encima cuando Bernardeau publicó en redes sociales una foto en la que posaba con dos amigos y una pobre anguila entre los brazos. Una de las usuarias quiso incendiar el patio con una opinión que caló en la masa. Algo de razón tenía: la anguila estaba divina pero no se merecía un posado solo para la satisfacción ególatra del actor (bicho suertudo esa anguila, que no conoce Instagram y sus mentideros de ponzoña). Otro usuario de Twitter, con bastante buen juicio, fue más taxativo: “Me la suda si luego la soltaron o no, el estrés del animal está causado solo por una puta foto”.
¿Y qué pasó? El incendio de siempre. Al rato, miles de tuiteros enfurecidos con sus antorchas digitales acusaron al actor de maltrato animal y poco menos que de devorar las tripas calientes de pequeños corderitos entre rodaje y rodaje. El sanedrín digital ya estaba montado. Es seguro que Bernardeau acabó con las orejas rojas por la reprimenda. A la chita callando. No dijo esta boca es mía ni se pronunció al respecto. La anguila esperaba una disculpa.
De hecho, la foto de la guerra contrasta con el compromiso público del actor contra el maltrato animal. Además de sus dos perras adoptadas, Bernardeau ha sido embajador de PETA en una de sus últimas campañas, esta vez en contra de las prácticas de Seaworld, un parque de atracciones marinas muy conocido por sus espectáculos con estos animales.
En la pieza, Bernardeau flota en una inmensidad azul. Detrás de él, el movimiento de los animales encerrados en esas pequeñas piscinas contra las que alza la voz.
"Nada se compara con la sensación de libertad que me da estar en el océano. No puedo imaginar lo terrible que es para los delfines y las orcas estar atrapadas dentro de tanques pequeños […] A los delfines y las orcas en cautividad a menudo las mantienen encerrados con compañeros que no son compatibles, lo que deriva en peleas, heridas e incluso muertes. Las personas de mi edad no quieren ver animales en cautiverio".