Logo de yasss
Saber

yasss

Tripofobia, el miedo que produce a mucha gente ver agujeros

  • Se trata del pánico, la ansiedad o el miedo al ver una imagen con pequeños patrones geométricos repetidos

  • Aunque muchas personas se reconocen tripofóbicos, algunos investigadores aseguran que este trastorno no existe

  • Una cuestión de supervivencia, de matemáticas o de sugestión... muchas teorías tratan de explicar el origen de esta fobia tan curiosa

¿Te da asco o te pone la piel de gallina mirar un grupo de hoyos muy juntitos, como los de una flor de loto o un panal de abejas? ¡Buenas noticias! Podrías estar sufriendo de tripofobia, un trastorno que se define como el miedo o repulsión al mirar o estar cerca de figuras geométricas cuando están muy juntas, sobre todo hoyos y rectángulos muy pequeños.

Se trata de una fobia (al patrón repetitivo, ojito) que no se descubrió hasta 2009, así que no está muy estudiada. Y aunque todavía no está muy delimitada (incluso se llega a dudar de su existencia), en Yasss te explicamos cuáles son las teorías que se manejan hoy en día para explicar este trastorno.

¿Fobia a qué?

Pongámonos en situación: un tío abre una página en Facebook desde su red wifi neoyorquina, en 2009, y ahí cuenta su experiencia como tripofóbico. La ansiedad y el miedo que siente al ver la foto de una esponja, la incomodidad que le produce ver una superficie porosa… el caso es que el post se vuelve viral y anima a otros usuarios a hablar sobre el tema. Del día a la mañana, en todo el mundo se disparan las opiniones y experiencias de presuntos tripofóbicos: hilos interminables en Reddit, conversaciones en Instagram, twits cruzados... Al final, el debate llega a las universidades, y los científicos se ponen manos a la obra para tratar de analizar esta fobia de la que nadie había hablado hasta entonces.

Hay decenas de teorías sobre el origen de la tripofobia, pero aquí te contaremos solo algunas de las más populares. En primer lugar, un estudio apunta a que se trata de una respuesta a las pieles y pelajes de los animales venenosos, casi siempre llamativas, otros aseguran que está relacionada con la forma de determinados virus, y en un tercer caso se habla de proporciones y matemáticas, y lo mucho que le cuesta a nuestro cerebro procesar los numeritos. Por supuesto, también están los negacionistas, que aseguran que este trastorno no existe, sino que se trata de una especie de ‘contagio’ viral online.

Existiendo tal descontrol y falta de explicaciones, te podrás imaginar que los síntomas de la tripofobia no están muy acotados, y su tratamiento tampoco. Básicamente se reducen a los de cualquier trastorno de ansiedad fóbico: en esta caso suele producirse una sensación de malestar, en mayor o menor medida, al ver imágenes con figuras geométricas muy juntas, especialmente con hoyitos pequeños o círculos convexos. Busca la foto de una colmena, una rosa del Nilo o una esponja y míralas fijamente, con mucha atención en los detalles. ¿Notas algo? Malestar, incomodidad, absolutamente nada…

Los que llegaron antes

Los primeros en investigar este trastorno fueron dos investigadores de la universidad de Essex, en Reino Unido. En 2013 examinaron a 286 personas, y descubrieron que el 16% del grupo reaccionaba “con aversión a esos patrones” geométricos, según explica la BBC.

Cuando a las personas que experimentaban aversión a estas repeticiones se les ponían los patrones delante, se les aceleraba el ritmo del corazón. El pulso cardíaco se volvía más irregular y variable, y se potenciaba la parte del cerebro que potenciaba la visión. Más que miedo, los adultos estudiados decían que “la piel se les erizaba”.

Sin embargo, uno de los pacientes declaró que, al ver esos patrones, tenía ganas de “vomitar, llorar un poco y temblar profundamente por todo el cuerpo”. Según esa investigación, la mayoría de los tripofóbicos sentirían emoción o asco al ver esos patrones geométricos, pero, en principio, no pánico.

¿Cosa de la evolución?

La propuesta de los investigadores fue que la repulsión a estos patrones quizás no era más que un mecanismo de defensa, una respuesta a esos bichitos coloridos y tremendamente venenosos. Vaya, que ya nos habían enseñado nuestros abuelos que las arañas, serpientes y ranas más peligrosas tenían patrones geométricos, preciosos y brillantes (como adaptación evolutiva) y que la repulsión podría venir por ahí.

Esta conclusión estaba poyada por el testimonio de uno de los afectados, que manifestó específicamente su odio por el pulpo de anillos azules. Un pequeño octópodo, brillante y precioso, que puede emitir un veneno lo suficientemente fuerte como para matar a un ser humano adulto.

Tomando esto como referencia, hicieron un catálogo con los animales más tóxicos conocidos: medusas, escorpiones, culebras…. Al ponerlas en conjunto, se dieron cuenta de que muchos de estos animales tienen patrones muy parecidos a los que provocan esa ansiedad en los que sufren de tripofobia.

Okey, pero los huequitos…

Otro estudio de la Universidad de Kent lanzó una teoría que puede explicar la aversión hacia los huequitos pequeños que podemos encontrar en setas o panales, y que también entra dentro de la consideración de tripofobia.

Para empezar, estos huequitos son patrones que se presentan en enfermedades como la viruela, el sarampión y otras infecciones. Los que sufren de este trastorno, dicen los investigadores, podrían ver en objetos cotidianos este patrón infectivo, y ser particularmente sensibles a la ansiedad y la hipocondría.

¡Cuidado con los estetas!

Una tercera hipótesis, también estudiada en la universidad de Essex, lanzó una idea que contradecía las dos propuestas anteriores. Según ellos, el problema no estaba por la asociación de estos patrones con virus o animales, sino que la respuesta estaba en las matemáticas.

Los investigadores decían que a mucha gente (más incluso de la que era diagnosticada de tripofobia) les generaban incomodidad, cansancio ocular o dolores de cabeza las imágenes con estos patrones o agujeritos. ¿Y eso por qué? Al parecer, el cerebro no podía procesar bien estas imágenes con esas proporciones matemáticas tan particulares, y el esfuerzo provocaba distintas reacciones en cada uno.

La última opción es la negacionista: varios investigadores apuntan a que, al convertirse este trastorno en una especie de reto viral que se compartía por redes sin ningún control, los usuarios empezaron a sugestionarse, hasta el punto de empezar a sentir aversión por algo que hasta entonces les daba lo mismo. Cada uno con sus cosas.