Para los que nacimos en el 90, 2018 es epecial: cumplimos 10 años como mayores de edad. Poca broma, como diría el calvo de Tricicle. Una década que nos permite mirar atrás para recordar como vivíamos enganchados a Fotolog y con el corazón en un puño cada vez que alguien iniciaba sesión en Messenger.
Si amiguis, esto viene cargadito de nostalgia de los locos años 2000, cuando ni tan siquiera existían los hashtags, tiempos salvajes en los que muchos, por no decir todos, nos considerábamos de alguna tribu urbana (y si no lo hacíamos era porque negarlo molaba). ¿Quién no ha tenido un amigo emo empeñado en enseñarte My Chemical Romance (con escalofriante resultado)? ¿Quién no ha compartido botellón con algún amigo pijo que se pintaba calaveras en sus zapas Vans de cuadraditos?
Las tribus urbanas son un fenómeno atemporal. Me gusta pensar que incluso en la antigua Grecia tenían sus divisiones, sus broncas entre tribus y hasta quienes pasaban de vestir y hablar como Sócrates para pasar a tener la barba y el estilo de Aristóteles… Hoy existen algunas fácilmente visibles como los hipsters o las que se mantienen “de toda la vida” como los rockers, los heavys o los perroflautas, pero no podemos pasar por alto algunas tendencias actuales como los muppies, peña sana que vendrían siendo hipsters 2.0; los lumbersexuales, gente que viste rústico pero caro, también con un buen bagaje cultural; swaggers, adictos a los selfies y a las gorras mal colocadas; bobos, los bohemios y pijos herederos de los yuppies...
Existen bastantes más, y es que este tema entronca directamente con temas candentes como la gentrificación de las ciudades, el precio del alquiler o el empleo y salarios que la generación milennial estamos viviendo como una bofetada bien fuerte. Asistimos a la época donde mostrarse y aparentar se lleva más a rajatabla que nunca. Eso que algunos gurús han decidido llamar “creación de marca personal”. No podríamos entender la situación actual sin recordar a los adolescentes que apostábamos fuerte por cuidar una imagen más o menos radical y más o menos pulida. Suspiremos recordando aquellos tiempos en los que los góticos se enfadaban cuando les llamaban heavys. Donde un último reducto de grunges se peleaba vía Myspace con los pijo-punks o donde los canis no tenían reparo en amenazar a un emo.
Hablando con varias personas que se sintieron parte de algunas de estas tribus, es curioso observar que la mayoría de ellas llegaron a través de la música. Como nos cuenta Amanda, que reconoce haber sido una fusión entre emo y punk: “cuando todas las chicas escuchaban a Britney o a Christina Aguilera en MTV, el hermano mayor de un amigo empezó a grabarnos cd’s de grupos como Blink 182 o Greenday… Y ese fue el punto de partida para descubrir grupos emo como The Get Up kids o Sunny Day Real State y toda una estética con la que conseguías diferenciarte de los demás”.
Las modas tampoco pasaban desapercibidas y la novedad era importante. Paula y Gerardo, que fueron góticos a tiempo completo, lo tienen claro: “Para empezar estaba de moda. La gente con personalidad poco definida se sentía atraída por el estilo gótico. Además veías a otra gente
vistiendo de negro y con esa estética y pensabas: ¡qué guay! Así que entre eso y la figura de Marylin Manson, podríamos decir que era imposible no meterse en el género”.
No se cambia de tribu, ni se madura de la noche a la mañana. En estos 10 años nos encontramos con diferentes formas de afrontar el cambio o de integrarlo en la vida adulta. Íñigo, que formaba parte de la tribu de corte punk-rocker, es un ejemplo: “Realmente nunca he dejado de ser un punk rocker adolescente, aunque lo camufle tras mi uniforme de currante-oyente de la COPE de 9 a 6. Me siento tremendamente identificado con Joe Escalante de los Vandals”.
Por otro lado el camino gótico de Paula fue más progresivo: “Al segundo o tercer año de carrera en otra ciudad y tras 7 años de 'oscuridad', empiezas a pensar poco a poco porque no te vistes con más colores o con otras formas. Te das cuenta que las Dr. Marteens no son muy cómodas en verano, que no pasa nada porque te pegue un rayo de sol y un día te ves probándote un vestido de flores y dices: pues no está tan mal”.
Puede que el choque generacional con los adolescentes de hoy en día sea fuerte. O muy fuerte. Lo más probable es que si le preguntamos a alguien de 16 años sobre lo que era un emo, nos mire con cara de error de sistema o como dice Amanda “es muy posible que en Internet encuentres una lista de 14 cosas que quien fue emo echa de menos. A lo mejor están aprendiendo algunas cosas…”. Para Íñigo el juego de tribus urbanas y la intensidad adolescente con la que se vive hoy, ha cambiado: “Supongo que la nostalgia engrandece cualquier tiempo pasado, pero me cuesta ver la gracia a pertenecer a tribus urbanas que giran en torno al consumo de bebidas energéticas, música hecha en ordenado y chándals de grandes clubes de fútbol europeos falsos…”. Sin embargo para Gerardo y Paula… “El juego sigue siendo el mismo. Cambia la oferta, la industria musical y las modas, pero la conducta sigue siendo la misma. Las nuevas tecnologías y las redes sociales lo han acelerado todo un montón, y quizá sean algo menos curiosos que nuestra generación”.
No nos queda otra que asumir que han pasado más de 10 años desde aquellas primeras experiencias y toca concentrarse para comprar crema antiarrugas y loción anticaída para, algún día, volver a pintarnos los ojos de negro o dejarnos un flequillo decolorado enorme que nos de ganas de reabrir nuestro Fotolog y brindar por los tiempos no tan lejanos.
PD: Por favor, que a nadie con más de 25 años se le ocurra hacer eso de decolorarse el flequillo ni pintarse los ojos. Gracias.