Tengo 23 años y TDAH desde los cinco: vivir con el trastorno me ha cambiado la vida
Generalmente hay un aura de escepticismo cuando hablamos de trastornos menales y con el TDAH no iba a ser menos. Son muchas las personas que creen que este trastorno no existe, llegando a afirmar que se trata de un problema inventado o creado por las empresas farmacéuticas para medicar a los niños y tenerles controlados. Aunque las teorías conspiranoicas quedan muy bien en una película, la realidad no es así.
Gracias a numerosas investigaciones neurobiológicas se ha encontrado evidencia del TDAH en el cerebro, concretamente en una baja actividad del lóbulo frontal. Esta zona se encarga de regular nuestra conducta favoreciendo la atención, la tolerancia al estrés y la paciencia. Si le falta estimulación, pueden aparecer los síntomas típicos del TDAH: inatención, impulsividad e hiperactividad.
Al ser un trastorno muy complejo, sus causas también lo son. Se cree que el TDAH surge por la interacción de distintos factores:
- los genes. Los hijos de padres con TDAH tienen hasta un 50% más de probabilidades de padecer el trastorno.
- el ambiente. Sufrir traumatismos craneoencefálicos en la infancia, el consumo de tabaco o alcohol por la madre durante el embarazo, el bajo peso al nacer o la prematuridad son considerados factores de riesgo para el TDAH.
Dejando al margen las causas, el TDAH normalmente aparece antes de los 5 años, pero un gran porcentaje de los casos se detectan a partir de primero de primaria. Tras el diagnóstico el pronóstico suele ser positivo: la mayoría de los síntomas se reducen con el tiempo gracias al tratamiento. Sin embargo, algunos problemas pueden persistir hasta la edad adulta.
Aunque Zoé dejó las malas notas atrás en el instituto, todavía siente ansiedad, incomprensión y frustración. Por eso hoy quiere visibilizar el TDAH en adultos, una realidad que sufre el 3,4% de la población
"Mi nombre es Zoé, tengo 23 años y vivo con TDAH de tipo combinado, es decir, que tengo tanto síntomas de inatención, como de hiperactividad e impulsividad. Soy una suertuda, lo tengo todo papi.
Ser diferente en el colegio
Siempre fui una niña diferente. Aunque todos en el colegio estamos como locos, lo mío era un poco más fuerte. No podía estar quieta, necesitaba levantarme todo el rato o dar palmas con las manos. Cuando no había que correr, yo corría. Cuando había que atender, no atendía. Era como si tuviese un motor en marcha en mi cabeza que no me dejaba parar y descansar.
Al principio mis padres pensaban que yo me aburría en clase y que por eso no prestaba atención, pero mis problemas empezaron a afectar a más ámbitos. Tampoco me centraba cuando veíamos una película de Disney o cuando jugábamos a un juego. Yo quería cambiar y hacer otra cosa, aunque me lo estuviese pasando genial.
El colmo fue cuando con 9 años tuve un examen en el cole, pero sólo hice la mitad. Dejé toda una hoja en blanco porque no me di cuenta. Tenía tantas ganas de acabarlo y hacer otra cosa que se me olvidó. El profesor lo vio y empezó a atar cabos.
Mis padres me llevaron a la pediatra, que me derivó a una neuróloga. Me hicieron varias pruebas y et voilá: TDAH.
En casa se volvieron expertos en TDAH. Leían libros, iban a seminarios y participaban en asociaciones. Pese a saber que muchos de los que lo padecen nunca se "curan", todavía guardaban la esperanza de que a mi se me pasase con el tiempo. No fue así.
Me costó mucho pasar el instituto sin repetir ningún año. Yo era lista, pero necesitaba el doble de esfuerzo que mis compañeros para sacar la mitad de nota que ellos. Iba a clases de matemáticas que era lo que más me costaba, pero seguía suspendiendo. Todavía me acuerdo de un examen de mates en el que confundí los signos positivos y negativos. Por suerte en las recuperaciones aprobaba.
Todo esto me provocaba mucha ansiedad y también me sentía aislada. Era la chica pesada que no se estaba quieta y que no dejaba que la clase siguiera su ritmo. Me daban un poco de lado.
El metilfenidato me ayudaba a controlarme a mí misma y no ser tan ansia viva, pero me sentía muy deprimida. Por eso mis padres me llevaron a un psicólogo. Esa fue mi salvación. Aunque la idea era mejorar mi estado de ánimo, me ayudo mucho con el TDAH. Mi autoestima mejoró y también aprendí habilidades sociales y de relajación.
Trabajar con TDAH
Pese a la terapia médica y psicológica, nunca he podido superar el TDAH. Esto fue un palo muy grande al principio, porque siempre te aferras a que se te pase con el tiempo. Ahora he asimilado que no, que yo tengo esto y tengo que aprender a convivir con ello.
Los síntomas no son iguales que cuando era niña. Noto mis problemas en el trabajo y en el máster que estoy haciendo, porque siempre estoy saturada. Cuando eres pequeño tus padres gestionan tu tiempo, pero cuando eres mayor te toca hacerlo tú, y si tienes TDAH a veces puede resultarte muy difícil. Por ejemplo, me meto a hacer más cosas de las que puedo hacer porque me cuesta estar quieta y ponerme límites.
En mis relaciones también me ha afectado. A veces soy demasiado impulsiva cuando discuto y digo cosas que me debería callar, y tengo muy poca paciencia con los demás. Esto me ha costado relaciones tanto de pareja como de amigos. Intento trabajar en ello día a día.
Convivir con el TDAH es un reto, tanto para los que lo sufrimos como para nuestro entorno. Necesitamos comprensión, apoyo y más empatía, sobre todo porque vivimos en una sociedad diseñada por y para las personas sin ningún trastorno ni dificultad. Poco a poco hay que cambiar eso".