Síndrome del impostor: tres claves para dejar de pensar que no mereces lo que tienes
El Síndrome del Impostor se define como un malestar psicológico asociado a la creencia de no merecer los logros laborales, académicos, sociales o personales. No es un problema de autoestima, sino una patología mucho más compleja y amplia.
Quienes lo sufren atribuyen sus éxitos a la buena suerte y viven el triunfo con mucho malestar, ya que tienen un constante sentimiento de inmerecimiento. Están seguros de que tarde o temprano los demás acabarán descubriendo su mediocridad, destapándose el fraude y perdiéndolo todo: trabajo, amigos, pareja… El problema es que no hay ningún "fraude", pero su autoconcepto está tan deteriorado que son incapaces de verlo.
En consecuencia, personas capaces no progresan. Rechazan puestos de trabajo de mayor responsabilidad por miedo a no estar a la altura y se estancan en situaciones dañinas porque no creen merecer más.
Aunque no es un trastorno psicológico como tal, sí que se trata de una situación muy común hoy en día. Según los expertos 7 de cada 10 personas lo padecen en algún momento de su vida, sobre todo la población joven (estudiantes con buenas notas y veinteañeros que están empezando a trabajar).
Curiosamente afecta más al género femenino, tal vez porque históricamente hemos sido apartadas del sector laboral en pos del cuidado de la familia. La sociedad está cambiando, y el Síndrome del Impostor es una muestra de ello.
¿Cuáles son las causas del Síndrome del Impostor?
- Los estereotipos de género: por ejemplo, la gran presión que sienten las mujeres que son madres, pero a la vez quieren tener éxito profesional. A esta situación se le suman las políticas de conciliación, las diferencias salariales y los comentarios prejuiciosos.
- El entorno laboral o académico: un trabajo que fomenta la competitividad es el caldo de cultivo perfecto para el Síndrome del Impostor.
- Las expectativas que nos autoimponemos: a veces nos ponemos metas imposibles de alcanzar, y cuando no logramos superarlas nos frustramos. Por eso es importante adaptar nuestras expectativas a la situación y a nuestras capacidades.
- Las experiencias durante la infancia: las personas que han sufrido bullying o que se han sentido incomprendidas durante la infancia y la adolescencia son más propensas a experimentar este síndrome.
Nuestra autoestima se empieza a formar cuando somos niños, y cualquier situación estresante influirá en su desarrollo.
¿Cómo hacer frente al Síndrome del Impostor?
Tres personas que han sufrido el Síndrome del Impostor durante años han querido compartir los trucos y estrategias que usaron para superarlo. Coge papel y lápiz.
Lorena, 28 años. "Al acabar las prácticas me ofrecieron el puesto, pero tenía tanta ansiedad que dije que no."
Cuando acabé la carrera me dieron unas prácticas en una empresa. Me da tanto palo no haber disfrutado de aquella época, pero me pasé esos 6 meses infeliz pensando que iba a cagarla en cualquier momento. Al acabar me ofrecieron el puesto, pero tenía tanta ansiedad que dije que no.
Fui a un psicólogo y me habló del Síndrome del Impostor. Trabajamos en ello y descubrí una estrategia que me ha servido mucho y que sigo utilizando cuando me vienen las preocupaciones. Se llama la técnica del pastel.
Consiste en dibujar un circulito y dividirlo en porciones como si fuese un pastel o una pizza. El tamaño de la porción es la responsabilidad. Es muy útil cuando me pasa algo bueno y pienso que es porque he tenido suerte. Me ayuda a ser consciente de lo que valgo y de cuales son mis capacidades.
Fernando, 25 años. "Tenía un problema en las 3 A's."
Hasta hace poco pensaba que no me merecía lo que tengo porque todo ha sido fácil en mi vida. Aprobé la carrera sin estudiar como un cabrón y encontré trabajo de chiripa porque un amigo me recomendó en su empresa. No sé. Eran muchas rayadas que arrastraba desde pequeño.
Un día lo hablé con un amigo y me dijo que tenía un problema en las 3 A's. Me quedé con cara de tonto y me explicó que las personas a veces cometemos errores autoobservándonos, autoevaluándonos y autorreforzándonos.
Sólo nos fijamos en las cosas malas. Por ejemplo, yo sólo me acuerdo de las noches que salí de fiesta en la universidad, pero no en todas las tardes que me pasé en la biblioteca.
También la cagamos obsesionándonos con lo que hacemos mal y no con lo que hacemos bien. Me pasa mucho una cosa, y es que cuando hago algo mal no puedo parar de pensarlo. Te juro que a veces estoy en la cama y me acuerdo de cagadas de cuando tenía 14 años.
Y, por último, no nos damos "premios". Somos como muy críticos con nosotros mismos. Cuando hacemos algo mal nos castigamos un montón pensando que somos tontos, que no valemos para nada, que no nos merecemos cosas buenas… Pero cuando lo hacemos bien tampoco le damos vueltas.
Ahora lo que hago es corregir mis "problemas" en las tres A's fijándome cada día en algo positivo que he hecho y premiándome por ello. A veces lo apunto en un papel y otras veces lo hago mentalmente. Sea como sea, me siento mejor conmigo mismo.
Macarena, 24 años. "No somos conscientes de la cantidad de movidas mentales y problemas que se solucionarían hablando."
Cuando estaba en el instituto salí con un grupo de chicos que eran bastante crueles. Me hacían sentir tonta por no conocer ciertos grupos de música o por no haber leído determinados libros. Había un ambiente muy pedante y todos querían quedar por encima de todos, y poco a poco me volví una persona superficial y "falsa".
Han pasado casi 10 años y todavía arrastro problemas en mi autoestima. Uno de ellos es el Síndrome del Impostor.
Me he dado cuenta de que lo que mejor me viene (y yo creo que es lo que más ayudaría a cualquiera) es hablar de ello. Un día me senté con mi jefa y le conté que me sentía sobrepasada, que tenía la sensación de que el trabajo era demasiado para mí y que en cualquier momento podía cagarla. No con esas palabras, pero bueno. Ella me dijo que si no valiese para el trabajo, no me habrían contratado. Parece una chorrada, pero sus palabras me quitaron todas las tonterías de encima. Y desde entonces cada vez que me rayo con alguien porque me monto mis películas, lo hablo. Fácil y barato, ¿verdad?
No somos conscientes de la cantidad de movidas mentales y problemas que se solucionarían hablando. Pensamos que hablar de nuestras inseguridades nos vuelve blandos, y yo creo que es todo lo contrario. Nos fortalece.
Si sientes que tus preocupaciones son excesivas o molestas y afectan a tu funcionamiento, pide ayuda profesional. El objetivo de este artículo es informar, no sustituye la terapia psicológica.