Sin Tinder, Twitter ni Instagram: así nos lo montábamos cuando no existían estas apps
Amigos jóvenes: si pensáis que antes no existían ninguna de esas cosas maravillosas que hay ahora gracias a la magia de Internet, del smartphone y de la geolocalización, os equivocáis. Ya estaban todas ahí, pero sencillamente funcionaban de una forma muchíííísimo más lenta y, en ocasiones, desesperante. Sirva este texto para arrojar luz sobre ese misterio y, sobre todo, conseguir que admiréis mucho más a vuestros padres, hermanos mayores, primos y gente vieja en general porque ellos crecieron en un mundo donde todos estos lujos no existían.
El Instagram era un álbum en el salón
Y ver fotos no era considerado un divertimento y una forma excelsa de procrastinación, sino un modo de tortura. El “me gusta” no se manifestaba con un clic, sino a voz en grito para que pasasen la puñetera página. Los filtros, si los hubiese, eran simplemente el gastado de la foto por estar expuesta a la luz durante años y años en un marco. Por si necesitáis una pista, el efecto era parecido al que ahora da el filtro Slumber, el filtro Crema o, si alguien borracho había tirado una botella de vino sobre el álbum, el filtro Mayfair.
YouTube eran las cintas VHS acumuladas sobre la estantería
Dentro de ellas cabían desde media hora a cinco, la gracia era grabar programas de la televisión o películas y, como siempre sobraban espacios de cinta con una duración absurda donde no cabía otra película, uno ponía ahí o episodios de su teleserie favorita o videoclips sueltos.
Netflix era un sitio llamado videoclub
Y es posible que hayas visto alguno, amigo joven, porque todavía existen en algunas ciudades. Pero quedan pocos ya. Allí te llevabas una copia de una película a casa, la podías ver y la tenías que devolver al día siguiente, bajo pena de recargo (la palabra que más aterrorizó a una generación de cinéfilos) si no lo hacías. El truco para no pagar recargo era caerle bien al dependiente del videoclub o, mejor aún, acostarte con su dueño. En este último caso podías incluso llevarte películas y no devolverlas jamás. Aún guardo mi copia de Poltergeist II.
Google Maps era un mapa gigante que tu madre desplegaba en el coche
Y que en el mejor de los casos provocaba una brutales discusiones que cancelaban de inmediato las vacaciones y, en el peor, accidentes tras los que algún miembro de la familia terminaba luciendo un collarín en Torrevieja.
Twitter era un patio de vecinas, una barra de bar o una peluquería
Y allí todos opinaban lo que hacían los demás. El retuit era dar una palmada, señalar al otro y chillar “¡Sí, señor!”. E irse de Twitter era algo que hacían todos porque, básicamente, y al contrario que Twitter, todos esos lugares cerraban a una hora. Eso sí, al dia siguiente volvían.
Cabify era papá
Y solía tardar más que los chóferes que conocemos actualmente porque tenía que levantarse del sofá, vestirse, sacar el coche del garaje e ir a buscarte allí donde tú estabas con tus amigos. Lejos de la discreción y saber estar de los chóferes de Cabify, papá solía salir del coche, a veces en pantuflas, y gritaba: “¡Ramón! ¡Estoy, aquí, Ramón!”.
PornHub era el porno de Canal Plus los viernes por la noche si nadie estaba en casa
Y si tenías la suerte de que tus padres tuviesen descodificador, claro. En el caso contrario no pasaba nada: después de media hora mirando, aquellas rayas empezaban a formar siluetas perfectas y era como estar viéndolo en el cine. Había una leyenda que decía que si sacudías un abanico ante la pantalla funcionaba, pero aquello era complicadísimo y no había manos para todo. O eso es lo que me han contado.
Spotify era tu estantería de cedés
Y había pocos artistas, acababas odiándolos y la mitad ni siquiera te gustaban, pero tu tía Rosa consideraba todas las navidades y cumpleaños que ese grupo de pop rock de Cuenca tenía que encantarte por narices y no podías cambiar el puñetero cedé porque lo había comprado en una puñetera tienda de su ignota aldea.
AirBnb era la casa de los abuelos en Gandía
Y las críticas siempre eran malas porque te encontrabas los muebles antiguos que tenían en su casa de la ciudad y estaban rijosos y hechos una pena.
Idealista era comprarte el periódico y patear la ciudad entera
Los anuncios por palabras solamente decían dónde estaba el piso, cuánto costaba y, a veces, detalles nimios como el número de habitaciones o si tenían alguna ventana al exterior. Así es cómo acabé viviendo en un apartamento situado sobre un restaurante ecuatoriano llamado Mi Lindo Quito III.
Shazam era tu amigo resabidillo del colegio que sabía inglés y la canción eras tú
“Oye, ¿cómo es esa canción que dice nanananaaa/entrepiernas/nananana/entrepiernas?”, le preguntabas tú, y él respondía: ‘Smells like teen spirit’, de Nirvana. Luego había que apurarse para decirle a la tía Rosa que ESE era el cedé que querías para tu próximo cumpleaños y no el del grupo pop rock de Cuenca. Ella siempre decía que el de Nirvana no estaba. Tú sabías que sí pero no le había dado la gana de comprártelo. Y querías ponerla a parir en Twitter, pero recuerda: no existía Twitter.
Wallapop era un mercadillo
Y nunca te explicabas cómo pero siempre que ibas con tu madre pensando en encontrar fascinantes tesoros solo volvías a casa con calcetines blancos para el gimnasio.
Tinder era un anuncio de contactos en el periódico y un apartado de correos
Tenías que buscar tu sección (chico busca chica, chica busca chico, chico busca chico o chica busca chica, que apenas había, pobrecitas) y luego rezar para que aquello que contaban de sí mismos fuese real. Si ahora en Tinder y Grindr engañan con una foto imagínate lo que podían decir sin ella. Luego uno se hacía un apartado de correos en su ciudad para no recibir las cartas en casa (SORPRESA: ESTABAN TODOS COGIDOS SIEMPRE) y rezaba para: a) que alguien te respondiese en menos de un mes, b) que alguien quisiera conocerte en persona en menos de seis, c) que alguien quisiera follar contigo en menos de doce.
Gmail era el buzón de tu portal
Nunca te llegaban cartas y, cuando te llegaban, temblabas pensando en que fuese tu primera factura cuando ni siquiera habías comprado nada. Luego las abrías y veías que era una carta de tu banco diciendo que con tu Cuenta Super Niño te iban a regalar un edredón. Entonces deseabas que hubiese sido una factura.
Un chat era hablar con gente real mirándola a los ojos, cara a cara
Y era horrible, espantoso. Qué suerte tenéis de haber nacido en el año 2000.