Hay una gran diferencia entre quejarnos ante una injusticia que nos afecta o que afecta a alguien cercano, y quejarnos por el simple placer de autocompadecernos sin intención de cambiar nada. En este segundo caso, la queja se convierte en un mecanismo psicológico que cronifica y aumenta el malestar. No estamos solucionando el problema original, sino rumiándolo constantemente. Para evitar la ansiedad y los conflictos que provocan la quejas “malas”, es importante aprender a diferenciarlas y, sobre todo, ser más flexibles y tolerantes cuando tenemos un problema en nuestro día a día. Hoy en Yasss hemos recopilado varios tips que te ayudarán a romper con el hábito de quejarte, así que coge papel y lápiz porque empezamos.
Por norma general, las quejas buenas tienen un propósito: nos motivan para solucionar un problema, comunican a otras personas que estamos angustiados por alguna situación y favorecen tanto el feedback como el apoyo de nuestros seres queridos. Es decir, se basan en movilizar o bien nuestra conducta en busca de soluciones, o bien la conducta de los demás en busca de consejos o apoyo.
En cambio, las quejas malas no tienen ningún objetivo como tal, son un fin en sí mismo. Sólo sirven para regodearnos en el sufrimiento, compadecernos a nosotros mismos y recordar a la gente lo mal que estamos sin hacer nada para cambiarlo y sin permitir que nos ayuden. En consecuencia, acabamos centrando nuestra atención en lo negativo ignorando los aspectos positivos de nuestro día a día y provocamos un ambiente bastante desagradable a nivel social.
Cuesta creerlo, pero incluso cuando tenemos un contratiempo que parece totalmente culpa de otro, algo de responsabilidad nos corresponde a nosotros mismos. A veces provocamos los problemas sin darnos cuenta y otras muchas los agravamos reaccionando mal. Es normal que ante una discusión lo último que nos apetezca sea actuar con amabilidad y una sonrisa en la cara, pero tampoco es muy útil gritar, faltar al respeto a la otra persona ni atacar a la yugular. Estas reacciones sólo agravan la bronca y ser conscientes de nuestra culpa, nos permitirá mejorar como personas.
Para cambiar una situación que nos desagradaba, tenemos que cambiar nosotros. Esto no es malo. Lo verdaderamente peligroso es actuar siempre igual, estancarnos en conductas que nos hacen daño y no madurar jamás.
El sesgo confirmatorio es una palabra extraña para explicar un fenómeno psicológico de lo más simple: la tendencia a prestar más atención a la información que concuerda con nuestra forma de pensar, ignorando o reinterpretando el resto de cosas que suceden a nuestro alrededor.
Para entenderlo mejor, imaginaos un ejemplo ficticio. Yo últimamente me quejo mucho porque mi compañero de trabajo está muy seco. En vez de hablarlo con él y preguntarle, me monto una película en mi cabeza y me imagino que está enfadado conmigo. A lo largo del día, a lo mejor me da un par de malas contestaciones, pero el resto del tiempo es o bien amable, o bien neutral. Sin embargo, yo sólo me fijo en sus malas caras y en los momentos de bordería, y reinterpreto los ratos en los que es amable pensando que lo hace por quedar bien.
Es importante fijarnos en toda la información de nuestro alrededor para poder actuar de una forma más racional, en vez de quedarnos sólo con lo que nos conviene.
Hay muchas personas que adoptan la costumbre de quejarse sin cambiar nada, porque en el fondo les aterra evolucionar. Al final lo que esconde su conducta es un miedo atroz a lo desconocido, aunque sea mucho más sano y beneficioso para ellos.
Es más cómodo quejarse desde el sofá, recibiendo la constante atención de los demás y su cariño. El problema es que la gente a veces se cansa de dar apoyo y consejos, y que todo eso caiga en saco roto. Por eso es importante en primer lugar pedir ayuda, y en segundo lugar utilizarla. Si un consejo no te gusta no pasa nada, adáptalo a tus circunstancias o pide otro, pero haz algo con él.
Si tu reacción inicial ante un contratiempo es poner el grito en el cielo y ver sólo lo negativo, rompe ese hábito. Permítete 10 minutos para quejarte, pero después actúa con cabeza. ¿Cómo? Escribiendo en un papel los pros y contras de la situación, para después elaborar una lista de soluciones. Después ordena las soluciones según lo eficaces que puedan ser, y según lo fácil que te resulte aplicarlas. A veces hay una forma muy buena de resolver un problema, pero es muy difícil llevarla a cabo. No te agobies, encontrarás otra menos eficaz pero más sencilla.
Existe la falsa creencia de que los psicólogos solo tratan trastornos mentales, cuando nuestra labor va mucho más allá. En realidad, lo que hacemos es trabajar con personas. Estas personas a veces tienen un trastorno diagnosticado, y otras muchas veces experimentan dificultades en su día a día que les provocan malestar. Si en tu caso la dificultad es utilizar constantemente las quejas como una forma de resolver los problemas, te beneficiará enormemente ponerte en manos de un profesional.