Seguro que alguna vez has escuchado aquello de que “un poco de lluvia no mata a nadie”, ¿verdad? Esa frase, tan repetida en muchas casas, puede no ser cierta en tantas otras, en las que un mero chispeo puede ser un desencadenante de estados de ansiedad. Hablamos de la ombrofobia, el miedo persistente e intenso a las lluvias y los eventos relacionados con estas, que puede condicionar la vida de la persona que la padece.
Como otras fobias específicas, se trata de un trastorno de ansiedad que surge a raíz de un temor fuerte e irracional ante un estímulo que presente poco o ningún peligro real, en este caso la lluvia. Quien lo sufre, trata de evitar confrontar su miedo a toda costa, por lo que desarrolla conductas evitativas que pueden acabar en aislamiento o depresión. Puede ir acompañada de la brontofobia, que es el miedo a las tormentas, o la astrapofobia, que es el pavor a los rayos.
Hay que tener en cuenta que, aunque España es uno de los países de Europa con menor proporción anual de días de lluvia, las ciudades más afectadas por este fenómeno sufren entre 141 y 129 jornadas de lluvia al año, por lo que la vida de los ombrofóbicos en localidades como San Sebastián o Pontevedra puede ser una auténtica pesadilla.
En España, la pluviofobia no es un trastorno fácilmente evitable, como pueden serlo la fobia a los payasos o a los leones, por lo que la cosa se complica. Cuando el paciente se expone a la lluvia, puede llegar a sufrir muchísimo, por lo que termina quedándose en casa, a resguardo, para evitar que el objeto de su miedo le pille en la calle y desprevenido. De ocurrir, y tener que enfrentarse el paciente al estímulo, puede que experimente algunas de las siguientes reacciones:
Muchas fobias parecen surgir como consecuencia de una experiencia negativa o traumática, especialmente en la infancia o la adolescencia, o un ataque de pánico relacionado con una situación específica. En este caso, puede estar relacionada con una tormenta fuerte que viviste de niño, o con un accidente de coche desencadenado por la acción de la lluvia, por ejemplo, pero también puede estar aprendida o heredada de los padres, en caso de que ellos también la padezcan. Sea como sea, lo más importante es ponerse en manos de un profesional para tratar de ponerle fin a esta patología.
Aunque internet está lleno de consejos, curas milagrosas y blogs de falsos profetas que prometen acabar con cualquier tipo de fobia en 24 horas, no hay nada como recurrir a un profesional para tratar estas patologías. La mayor parte de las fobias se pueden tratar con terapia, aunque en algunos casos pueda combinarse con fármacos, y conviene acudir cuanto antes, en cuanto identifiquemos los síntomas en nuestro cuerpo.
En primer lugar, cuando el paciente acude a una consulta se lleva a cabo una evaluación tanto del grado de ansiedad que provoca la lluvia como de las experiencias negativas asociadas a la misma. A partir de ahí, el profesional desarrolla un plan de intervención, que pondrá en práctica con el paciente.
La intervención más habitual suele centrarse en la exposición de la persona que sufre ombrofobia al estímulo, poco a poco y siempre de forma controlada. El especialista irá aumentando el tiempo y la intensidad de la aproximación según vaya evolucionando el paciente, hasta lograr que este se enfrente de una forma distinta a la lluvia.