Aunque la envidia es un sentimiento de lo más normal, es raro que reconozcamos experimentarla abiertamente, ya que suele asociarse a falta de amor propio o de madurez. En la mayoría de las ocasiones es así, pero ningún ser humano del planeta tiene una autoestima de hierro, todos flaqueamos y sentimos envidia de vez en cuando. Sí, hasta Beyoncé.
Este sentimiento surge normalmente entre los 2 y los 4 años. Como veis, forma parte del desarrollo emocional de cualquier niño, así que si todos la tenemos será porque cumple alguna función adaptativa. La envidia puede ser un motor de cambio o una bujía averiada. O bien puede impulsarnos a esforzarnos más, a autoconocernos mejor y a captar nuestras limitaciones, o bien puede volverse patológica perjudicando nuestro bienestar psicológico y social.
En el caso de Patricia, la envidia no se caracterizaba por ser sana precisamente. Este sentimiento acabó controlando su día a día y tuvo que recurrir a un profesional. Esta es su historia:
"Me llamo Patricia, tengo 20 años y la semana pasada fui al psicólogo por última vez. Se podría decir que me ha dado el alta. El motivo por el que he ido a terapia durante un año es que en 2017 lo pasé muy mal por culpa de la envidia y necesitaba ayuda, aunque para muchos suene un poco tonto.
Desde siempre yo había sido una persona con poca autoestima y mucha tendencia a compararme con los demás. Mis padres me exigían bastante e incluso cuando tenía 10 años me comparaban con otras compañeras de clase. Me decían cosas como "Mira María, saca un 10 en matemáticas y tú solo un 7" o "Te has fijado en Lucía… Va a clase de baile y también al conservatorio y tú no haces nada". Esto afectaba mucho a mi autoestima y me sentía inferior, así que aprendí que la forma de medir mi valor era comparándome con otros. Tampoco quiero culpar a mis padres, pero sin duda influyeron mucho en mis problemas de envidia.
En el instituto me comparaba con todas y en cualquier aspecto. Por poner un ejemplo, me daba hasta envidia que a mi mejor amiga le hubiese bajado la regla antes que a mí, pero en vez de decirlo y reconocer abiertamente ese gran defecto, me callaba y me envenenaba por dentro. Fui muy inmadura e infantil, y empecé a malmeter sobre la gente para sentirme yo mejor.
Acabé el instituto sin amigos y el novio que tenía me dejó porque decía que yo era tóxica. Tenía razón, y lo mejor que pude hacer fue pedir ayuda. No quería ser la chica envidiosa y mala de la universidad, así que busqué un psicólogo que me ayudase a mejorar mi autoestima y mis problemas.
Al principio me daba mucho corte compartir de mi vida, porque no me dejaban en muy buen lugar, pero mi psicólogo me escuchó en todo momento. Jamás me juzgó lo más mínimo y fue un apoyo constante. Poco a poco mejoré y ahora mismo soy otra persona, para que digan que la gente no cambia.
Tengo un grupo de amigos a los que adoro y con los que nunca me comparo, porque sé que cada persona es diferente. También salgo con un chico y somos muy felices. Mi próximo reto es convencer a mis padres para que vayan a un psicólogo también, porque sé que eso les beneficiaría mucho, aunque me parece que me va a costar trabajo.
Se habla mucho de las parejas y amigos tóxicos, pero no de lo que se siente siendo tú esa persona. Con mi historia quiero demostrar que con esfuerzo se cambia, así que si alguien se siente identificado yo le recomiendo pedir ayuda."
Patricia ha sido capaz de gestionar su envidia y utilizarla en beneficio propio, pero le ha costado meses de trabajo. Los siguientes consejos pueden serte útiles para lograrlo tú también:
Y si eres incapaz de gestionar la envidia, haz como Patricia y pide ayuda profesional. Los psicólogos no solo trabajamos con trastornos mentales graves. También proporcionamos herramientas para lidiar con las dificultades del día a día que pueden surgir a la gente.