Que las palomitas con sal tengan más éxito que las de azúcar no es casualidad. Que haya gente que tome pipas como si se fueran a acabar, tampoco. Ni siquiera esa pequeña obsesión que tienen algunos por echarle sal a todo en las comidas. Esa necesidad nace precisamente en el cerebro, y unas neuronas recientemente descubiertas por un equipo de científicos de la Universidad Tecnológica de California (Caltech, donde por ejemplo dio clases el físico Richard Feynman) son responsables de 'encender' y 'apagar' esas ansias según anden los niveles de sodio bajitos y altos.
¿Y por qué es tan importante el sodio y nos volvemos tan locos con él? Por dos cosas: la primera, porque desempeña un papel fundamental en diversas funciones corporales, como la actividad cardiovascular, el balance de líquidos y la señalización nerviosa, y claro, el cuerpo tiene un control bastante estricto de los niveles. La segunda, que nosotros ni el del resto de especies animales fabrica este ion de forma natural, sino que hay que buscarlo fuera en los alimentos.
El trabajo ha sido realizado en el laboratorio de Yuki Oka, profesor asistente de Biología, y describe el proceso de antojo de la sal. En concreto, señalan que cuando el cuerpo tiene poco sodio, el cerebro desencadena señales específicas de apetito que impulsan el consumo de sodio. Aunque los mecanismos de estas señales de apetito no se comprenden completamente, se ha descubierto una pequeña población de neuronas en el cerebro posterior del ratón que controla el impulso para consumir sodio.
¿Cómo lo han hecho? Usando herramientas genéticas para manipular la actividad de estas neuronas para que pudieran ser estimuladas con luz. Los investigadores observaron que la estimulación artificial de estas neuronas hizo que los ratones lamieran un trozo de sal de roca repetidamente, incluso cuando sus cuerpos estaban completamente saturados de sodio. Luego, los científicos midieron la actividad de estas neuronas mientras los ratones tomaban sodio. A los pocos segundos de que el sodio golpeara la lengua del animal, se inhibió la actividad de las neuronas del apetito de sodio.
Y aquí viene una cosa interesante del estudio.
Los científicos vieron que infusión directa de sodio en el estómago de estos roedores no suprimió la actividad neural, es decir, que que haya sodio en tu cuerpo no te hace parar, sino que al parecer se necesitan señales orales de sodio (es decir, al chuparlo), para inhibir las neuronas del apetito de sodio: "Es interesante que solo el sabor del sodio sea suficiente para calmar la actividad de las neuronas del apetito de la sal, lo que significa que los sistemas sensoriales como el gusto son mucho más importantes en la regulación de las funciones del cuerpo que simplemente transmitir información externa al cerebro".
Lo malo es que la sal no es que sea precisamente un alimento sano. Se ha dicho en innumerables ocasiones que comer demasiada tiene riesgos potenciales para la salud y puede llevar a trastornos cardiovasculares y cognitivos.
Lo guay de esta investigación es que, al haber identificado las neuronas que nos dan todas estas ansias también se puede mirar de qué manera podemos ‘toquetearlas’ para regular los antojos de sodio en los seres humanos y que no se nos vaya la olla cada vez que aderezamos un guiso o nos atiborramos a palomitas.