Los piercings son una moda cada vez más asentada. Aunque las perforaciones en el cuerpo se han llevado a cabo en muchas culturas a lo largo de los siglos, desde los años 70 su uso se ha expandido en casi todo el mundo. Decidir dónde y cuándo hacerte el primero es todo un rito iniciático que puede llevarse a cabo a cualquier edad y en prácticamente cualquier zona del cuerpo.
Las orejas, el ombligo o los labios son algunas de las zonas habitualmente perforadas, aunque no están exentos de riesgos. Un estudio publicado en la American Journal of Clinical Dermatology y liderado por la profesora de dermatología Anne Laumann, de la Universidad Northwestern de Chicago (Estados Unidos), muestra que en el 20% de los casos se producen complicaciones, como infecciones o sangrados.
Esta altísima proporción no impresiona a “la gente joven”, asegura Laumann, quien considera que falta información sobre las repercusiones que las perforaciones pueden tener en la salud del paciente. Evidentemente, no todas son iguales ni generan las mismas dificultades: todo depende de muchos factores, como la higiene del procedimiento, los materiales que se usen y, sin duda, las zonas del cuerpo que se perforen. Por norma general, los que más se complican son los de la boca, los genitales
En la boca o en la lengua, hay decenas de opciones posibles para escoger dónde ubicar un piercing, aunque ninguno será el favorito de tu dentista. Lo primero que debes saber es que es un proceso doloroso, ya que perforas una zona extremadamente sensible, y que es muy posible que sientas dolor e inflamación. Es por eso que, en un primer momento, se colocan los piercings medicinales, que después puedes cambiar por el pendiente que quieras, cuando la hinchazón se haya reducido.
Elige muy bien dónde quieres hacértelo y opta por un profesional de confianza para la perforación. El riesgo de contraer una infección o verte en dificultades se reducirá si trabajan con material específico y esterilizado; de esa forma, es más fácil que el resultado se acerque a lo ideal. Si, además, evitas fumar, beber alcohol y comer chicle los primeros días, tu cuerpo lo agradecerá.
Durante la cicatrización, probablemente notes los labios o la lengua inflamados. Es algo bastante habitual, aunque debes extremar tu limpieza durante las primeras semanas: recuerda cepillarte los dientes después de cada comida, con un cepillo de cerdas suaves y enjuagues bucales. Si tienes alguna duda o problema, consulta a un dentista.
La complicación más habitual de estas perforaciones, explican desde Sanitas, es “la inflamación de encías o la rotura de piezas dentales”, pero también pueden afectar “a la lengua a nivel nervioso” o incluso modificar la manera “de percibir los sabores”. La probabilidad de contraer enfermedades por transmisión sanguínea o mal aliento también aumenta, según la clínica odontológica Ferrus Bratos, desde donde no recomiendan “bajo ningún concepto” hacerse este tipo de perforaciones.
El piercing en el ombligo ha pasado por sus propias modas y recesiones, aunque siempre ha regresado a las playas españolas como uno de los complementos estrella del verano. Existen diferentes tipos: el inverso o del ombligo inferior, el doble, el horizontal… cada uno tiene una forma distinta y sus propios pendientes recomendados para la zona.
A la hora de perforar, los pasos son los mismos que los de cualquier otro piercing. En un centro homologado, la persona encargada de hacértelo desinfecta la zona para prevenir infecciones, marca la piel para saber dónde tendrá que clavar la aguja, perfora con la ayuda de unas tenacillas y coloca la joya. Este no es uno de los piercings más dolorosos, aunque todo depende de cómo se lleve a cabo y quién se lo haga.
El cuidado posterior es fundamental. La curación de este piercing es lenta (algunas investigaciones apuntan a que tarda un año), y durante ese tiempo hay que mantener el ombligo limpio a diario con una solución salina, evitar arrancar las costras o usar ropa ajustada y seguir a pies puntillas las recomendaciones del centro. Estas perforaciones corren el riesgo de rasgar la piel e infectarse con relativa facilidad; a fin de cuentas, se trata de una zona húmeda y poco aireada, caldo de cultivo perfecto para hongos y bacterias.