Allá por 1980 Sabina cantaba que las niñas ya no querían ser princesas. Lo que nunca se hubiera imaginado este cantautor (que ya huele un poquito a alcanfor, toma shade gratuito, pero con rima, que queda más elegante) es que, cuarenta años después, lo que quieren los niños y las niñas es ser memeros. Hacer memes, vaya, coger una foto y ponerle (o no) unas palabritas en color blanco. Si hace unos años el gracioso de la clase era el que mejor imitaba a los profesores o soltaba alguna chorrada cuando le preguntaban cosas muy serias, los adolescentes de hoy en día dedican su tiempo y esfuerzo a ser los memeros del insti, midiendo su popularidad en base al reconocimiento de sus memes. Y, por supuesto, sueñan con convertir en carrera profesional su talento. Se acabó la generación Rubius. Llega la generación trollface.
Aunque el meme se popularizó en Internet alrededor del año 2012 y hoy por hoy hasta tu madre te ha mandado alguno por Whatsapp, los que mejor han absorbido (y están revolucionando) esta nueva forma de comunicación son los adolescentes. Tiene lógica: quizás ellos aún no tienen el vocabulario necesario para poner en palabras una emoción, una idea, o algo que les hace gracia, pero si son una generación puramente audiovisual es normal que se expresen con soltura mediante imágenes.
El meme nos lo pone fácil. Y si no te lo crees, intenta describir con palabras toda la información que nos aporta esta captura y comprueba si tiene el mismo efecto.
Lo que no tiene nada de sencillo es crear un meme. Crear una nueva idea, un nuevo concepto, un nuevo símbolo cultural. Y sin ayuda de Mariano Rajoy, que nos pone los memes en bandeja. Para ser un buen memero hay que ser una persona increíblemente creativa y tener un gran sentido del humor, ingrediente esencial del meme. Y los adolescentes ya traen estas características de serie. Han asimilado el lenguaje meme y los fabrican como si fueran churros, sin ser conscientes del proceso que están llevando a cabo para crearlos, pero teniendo muy clara su motivación: ser el memero de la case o del foro de Internet es ganarse el respeto de los demás.
O mejor aún, ganarse un dinerillo. Porque, igual que a nuestros padres les parecía muy sospechoso que sus hijos pudieran ganarse un sueldo subiendo vídeos a YouTube, a nosotros nos parece increíble que haya personas que se ganan unas buenas perras con sus memes. Pero existen. No muchas, claro. Pero haberlas, haylas.
Un ejemplo español sería la cuenta de twitter @proscojoncio, cuyo creador ha contado en alguna entrevista que, si bien su sueldo principal no viene de los memes, sí ha ganado dinero con ellos.
El verdadero ejemplo a seguir se llama Carlos Ramírez, tiene veintiséis años (creo, porque este dato es un poco contradictorio en Internet, pero vamos, que si tuviera veinticinco, o veintisiete, no dejaría de ser sorprendente) y ha ganado miles de dólares con un dibujo hecho con MS Paint: el mundialmente conocido trollface.
Los memes generan ingresos y eso, quienes mejor lo saben, son las empresas de publicidad y comunicación. Los medios digitales saben que hacer un artículo que recoja los mejores memes sobre un tema en concreto les dará muchos clicks. Y los publicistas han aprendido que un buen meme se expande como la pólvora y están empezando a lanzar campañas en forma de meme.
Claro que detrás de la publicidad de Gucci no hay ningún chavalico de dieciséis años encerrado a oscuras en su habitación. Los adolescentes van haciendo camino en webs como ¡Cuanto Cabrón!, que te permite subir tus propios memes y recibir feedback de la comunidad a la vez que vas ganando insignias como creador, con lo que crea un ranking de los mejores usuarios del día, la semana, el mes y el año. Supongo que, para cualquier memero, aparecer en este ranking es como cuando antes salías en la tele y eras la comidilla de todo el vecindario durante un par de días.
El meme es el símbolo de esta nueva generación, y la nueva generación es de memeros nativos.