Menudo superpoder sería saber leer a los demás de un rápido vistazo y así anticiparnos a ciertas situaciones. El otro es hipnótico, sobre todo si ponemos el hipocampo a trabajar y hacemos un poco de lupa en toda esa información invisible que nos está lanzando. Aprender a interpretarlo sería maravilloso.
¿Qué nos dicen los gestos de sus manos, o sus ojos? ¿La posición del cuerpo de mi crush es defensiva o invitante? ¿Le parece que soy que una cucaracha radioactiva, o me tolera? ¿Es manipulable como una rata blanca de laboratorio si presionamos en ciertos puntos débiles de su carácter? ¿Ese dedo erótico en la boca es una invitación para que imitemos a Adán y Eva, sin ropa y comiendo la manzana prohibida?
Te contamos algunas claves para interpretar el lenguaje no verbal.
Una advertencia: nadie puede penetrar en el pensamiento de otro si ese otro no lo verbaliza, y ni siquiera las palabras, su mensaje de viva voz, puede estar diciendo exactamente lo que ‘parece’ decir. Necesitamos contexto. No hay lectura de lenguaje no verbal que valga sin un marco interpretativo sólido.
En la interpretación del lenguaje no verbal existen tantos campos de batalla en los que podemos fijarnos que sería imposible clasificarlos todos: la posición de los pies (adelantados o retirados), la de las piernas (cruzadas abiertas; tobillos juntos y cruzados o separados…), el movimiento de las manos (palmas abiertas, dedo que apunta y oscila, dedos entrelazados, dedos de las dos manos que se juntan únicamente en las puntas, manos detrás de la espalda…) y la postura (expansiva o defensiva).
Lo que sí podemos analizar con un ojo más experto es un conjunto: postura, manos, microgestos y tono de voz. Respaldo (todos los gestos transmiten un mensaje intuido) o contradicción (el cuerpo desvela paradojas, negaciones, puntos muertos; el cuerpo dice no cuando las palabras afirman). A partir de aquí, es un poco más fácil intuir cómo se siente esa persona que tenemos delante, si posee algún rasgo de personalidad dominante o qué puede pretender de nosotros, aunque él o ella misma no lo sepan.
Otro superpoder interesante que se adquiere al afinar la lectura del lenguaje no verbal de los otros es el propio. Saber cómo ‘corregirnos’ para llevar la conversación en cierta dirección o hacer llegar a nuestro interlocutor cierto tipo de información.
Ni siquiera en ti habita un misterio tan profundo como crees, al menos en lo que se refiere a tus gestos. La mayoría de los que hacemos y su origen, ya sea social o genético, han sido documentados y descifrados mediante tres ‘ciencias’: la kinésica, la proxémica y el paralenguaje.
Uno de los aspectos más importantes a la hora de interpretar la comunicación no verbal (ya sea de una cita tinder o de tu jefe cuando ha levantado una ceja y tienes la completa seguridad de que va a pedirte que te tires del séptimo piso y así comprobar que eres una criatura esclava resistente a la fricción de los elementos) es conocer y compartimentar bien cada significado en esa panoplia infinita de gestos.
El segundo paso para interpretar el lenguaje no verbal del otro es analizar los gestos que hace en su conjunto. Uno de los errores más típicos en esta lectura exclusiva del cuerpo del otro, de sus movimientos, de la cara que pone, es fijarnos en un solo gesto y no leer cómo se suma a los demás.
Un tercer paso es poner atención en la congruencia del conjunto o en la contradicción: si los gestos apuntan a un significado, pero las palabras de esa persona parecen estar diciendo lo contrario. Alguien que nos dijera ‘Sí, lo que tú digas’ nos brindaría varias posibles lecturas en función de lo que dice (afirmación), el contexto de lo que dice y el lenguaje corporal con que lo manifiesta.
Si esa persona, por ejemplo, levanta las cejas y desvía los ojos probablemente no esté dándonos la razón con plena confianza, o que le gustaría darnos una bofetada, no nos toma en serio o le parecemos ridículos. Si cruza los brazos puede que se esté defendiendo de lo que considera una agresión, por más que la frase que le hemos dicho no tenga dobleces ni intenciones extrañas.
Una persona hábil con su tono de voz puede simular fácilmente lo que dice (mentir), pero no lo tiene tan fácil con el paralenguaje (simular una postura que refuerce la mentira) ni con los microgestos (tamaño de las pupilas y dirección de la mirada), la prueba del algodón de estas contradicciones que nos ayudan a desnudar interiormente al otro hasta leerle las vacunas.
Fíjate en la voz, por ejemplo: cómo de rápido habla esa persona y a qué volumen. A más alta y clara, más fácil interpretar alegría; si la voz es baja podemos intuir tristeza o enfado, y la velocidad con la que la otra persona hable puede llevarnos a deducir nerviosismo o inseguridad.
Las pupilas guardan en su discretísimo funcionamiento información valiosa: pupilas grandes, le agradamos. Pequeñas, quizá le asqueamos y quiera sacarnos el globo ocular con la cuchara por este último comentario cuñado que nos ha salido del fondo de los huesos.
El contacto visual es otro de los grandes campos de batalla: si se hace durante mucho tiempo sin parpadear, puede significar que nos están metiendo una bola. ¡Mentiras, sucias mentiras! Si la otra persona desvía la mirada hacia los lados podría estar indicándonos que se aburre.
A su vez, el contacto visual es una manera de dirigir al otro, de reforzar nuestro mensaje (las palabras) y de llevar a nuestro interlocutor al terreno defensivo (y debilitarlo). La forma en la que miramos y nos miran tiene un abanico muy amplio de lecturas posibles en el lenguaje secreto de los gestos y del cuerpo.
La prueba es muy sencilla, de primero de kinésica: una ‘imitación’ sutil de los movimientos de la otra persona durante la conversación (si abre los brazos, los abrimos disimuladamente; si mueve las manos de cierta forma, nosotros hacemos lo mismo cuando le respondamos) puede transmitirle un mensaje de confianza, y por tanto, quizá le caigamos mejor sin haber hecho ningún esfuerzo. Vale tanto para las suegras como para los desconocidos en las paradas de autobús.