En nuestra cultura, el número 3 está cargado de significado. Se trata de una cifra asociada a la perfección: es el símbolo de la Trinidad, del movimiento, de las dimensiones. Para muchos creyentes, es un número celeste. Sin embargo, otras cifras no corren la misma suerte, y acaban asociadas con la maldad, el caos o la Bestia. Es el caso del número 6, especialmente cuando se triplica y se convierte en la cifra maldita, el 666.
Poco importa que algunas fuentes apunten a que el número referido en la Biblia no era el 666, sino el 616; el paso de los siglos y, en las últimas décadas, el cine y la literatura de terror, se han encargado de asentar el 666 como la cifra a la que temer. Ser o no cristiano es lo de menos: a todos se nos ha metido en la cabeza que hay que sufrir con la aparición del numerito, y algunos han terminado creyéndolo. ¡Quiten el 6 de junio del calendario, salten de la flexión 665 a la 667, borren la página 666 de todas las novelas!
Las administraciones no están exentas de estas supersticiones. Por poner algunos ejemplos de hexakosioihexekontahexafobia: en el Parlamento Europeo se deja vacante el asiento 666, según cuentan en el diario 20 minutos, y en Estados Unidos se cambió el nombre de la autopista 666, conocida como ‘la autopista del diablo’, por el número 491. En Moscú, hace poco más de 20 años, se cambió el número de esa línea de autobús por el que, aseguran algunos, es el verdadero número de la Bestia, el 616.
Hay quien sufre tanto con este número que termina desarrollando una fobia. ¿Su nombre? La hexakosioihexekontahexafobia, también conocida como trihexafobia, que no es otra cosa que el miedo irracional a este número. En Yasss te contamos cómo se produce y en qué consiste exactamente.
Los hexakosioihexekontahexafóbicos evitan todo lo relacionado con el número 666, y en ocasiones la mera aparición de la cifra en una conversación puede producirles ansiedad y otros síntomas. Una matrícula o el nombre de una autopista bastan para hacer saltar las alarmas; las fobias se producen ante alguna situación en la que está presente o se menciona al estímulo, y aunque el miedo puede parecer exagerado desde fuera, la persona que lo padece sufre una serie de síntomas muy graves. Para evitar entrar en contacto con el objeto de su temor, puede llegar a aislarse, lo que empeora su calidad de vida y puede acabar en depresión.
Las fobias pueden aparecer en cualquier momento de la vida, aunque su origen suele estar en la infancia o la adolescencia. Aunque las causas todavía no se comprenden al cien por cien, se sabe que en ocasiones son heredadas o aprendidas en el hogar, o que pueden estar relacionadas con episodios desagradables o traumáticos sucedidos en la infancia. Por ejemplo, si un niño se queda encerrado en un ascensor siendo muy pequeño, puede terminar padeciendo claustrofobia o acrofobia, es decir, un miedo patológico a los espacios cerrados o las alturas, respectivamente.
Independientemente del tipo de fobia que se sufra, las reacciones que estas suelen desencadenar son las siguientes:
Atajarlos a tiempo es fundamental para que la calidad de vida de quien la sufre no descienda drásticamente. El diagnóstico de esta patología lo debe llevar a cabo un especialista en Psiquiatría, según explican desde la clínica de la Universidad de Navarra y su tratamiento más efectivo suele ser la terapia. En ocasiones, puede combinarse con un tratamiento psicofarmacológico, pero a grandes rasgos se trata de que la persona vaya exponiéndose progresivamente a los estímulos, mientras se la entrena para manejar la ansiedad y se combaten los pensamientos catastróficos que atacan al paciente.