Hacer caca es, junto a tener sexo y parir, una de las pocas cosas que nos recuerda que somos animales en plena revolución tecnológica (por culpa de Apple) y en plena dictadura de lo cuqui (por culpa de Instagram). Esta es la cadena de hechos: tú pides comida por una aplicación y se lo haces saber a todos tus amigos virtuales y contactos, cuando te llega le haces una foto con bien de filtros y se la muestras al mundo entero. ¿Pero sabes qué es lo que haces después de todo eso y que te callas de forma cobarde?
Después de todo eso, vas a cagar.
Y eso no se lo cuentas a nadie, ¿verdad?
Volvamos al principio: practicar sexo, parir y cagar nos recuerdan que somos animales, pero solo hablamos de las dos primeras cosas. El sexo se ha convertido en uno de los reclamos estéticos y aspiracionales más poderosos de la industria publicitaria. Cada vez que te compras una colonia es porque crees que vas a atraer posibles amantes, y punto. Y ha creado otra, la del porno, que mueve cientos de millones de dólares al año. Parir también es, a su manera, un hecho idealizado por la sociedad, higienizado por los medios y, a menos que seas una adolescente de Kentucky que se ha acostado con su primo sin protección, celebrado por todas las partes implicadas.
Pero ninguna industria habla de lo bueno y lo sano que es cagar. ¡Pues para eso estamos nosotros! Mira este vídeo en el que te animamos, en nombre de YASSS ¡a que cagues, lo disfrutes... y si quieres, que lo cuentes!
En primer lugar, cagar tiene un enorme significado poético, porque cuando cagas te estás liberando de todo lo que sobra. Nos pasamos la vida intentando deshacernos de lo superfluo: de los kilos, de los amigos pesados, de las parejas que no nos aportan nada y de los trastos viejos. ¡Pero nuestro organismo nos regala una forma cómoda, rápida y limpia (si no es limpia es que tienes un problema) de hacerlo! Eso hay que valorarlo más. Cada mañana deberíamos mirar a nuestro cuerpo y decir: “Gracias, evolución, por regalarme el privilegio de hacer caca”.
En segundo lugar, hacer caca es placentero. Es tomarse un instante para uno mismo (si algún lector disfruta haciendo caca delante de otros no lo vamos a juzgar, aunque un poco rarito es) en medio de una sociedad que ya no regala instantes de esos. Muchos aprovechan para consultar redes sociales (¡ay, la de fotos que se suben desde el retrete!) o el correo electrónico, pero tampoco estaría mal tener un libro o una revista de cabecera en el cuarto de baño y dedicar ese tiempo a cultivarse y a leer algo que no esté en una pantalla táctil. Por ejemplo, cuentos, que por su formato son muy agradecidos para estas circunstancias. John Cheever, Dorothy Parker, Raymond Carver, Flannery O’Connor, David Sedaris… Cómprate ahora mismo un libro de alguno de estos autores y déjalo al lado del papel higiénico. Imagínate lo bonito que es deshacerse de todo lo que tu organismo rechaza y a la vez imbuirse de una prosa privilegiada. Como ves, te hemos recomendado tanto escritores como escritoras. Sé inclusivo/a también para cagar.
En tercer lugar, cagar conlleva una serie de protocolos, reservas y problemática que dicen mucho de nosotros como sociedad. Un baño limpio (sea en un bar, una gasolinera o la casa de una amiga) lo es absolutamente todo. Un baño limpio es como un buen extractor de humos en la cocina: la cumbre del civismo. Esos cuartos de baño que hay en las grandes ciudades del mundo que cuestan un euro (al menos la última vez que usé uno) y que se limpian solos y se quedan como los chorros del oro después de cada uso es un invento tan importante como la imprenta, el ADSL o el avión. Siempre me pregunté por qué no los ponen en todas las casas, porque hay que admitir que limpiar el cuarto de baño se encuentra en las antípodas del placer que aporta cagar: es un puto coñazo.
¿Y lo de cagar en el lugar de trabajo? Me admira la gente, que es poca, pero existe, que celebra su tránsito intestinal y comunica a los cuatro vientos que que la naturaleza acaba de llamarle exclamando muy en alto en la oficina: “¿Alguien me presta el periódico para cagar?”. A veces esa gente, un rayo de luz en esos ambientes hostiles, lo deja incluso pulcramente colocadito sobre la cisterna para que el siguiente que vaya pueda leer las columnas de opinión o la sección de sucesos mientras hace caca. Y ya no hablemos del triunfo de los derechos sociales y laborales que implican hacer de vientre en el trabajo: si haces caca en el trabajo mientras cumples tu horario laboral TE ESTÁN PAGANDO POR HACER CACA. Marx, Comisiones Obreras y Norma Rae estarían encantados de saber que estás cagando en la oficina.
A veces camino por los parques y veo como algunos perros, tanto los carísimos de raza, como los encantadores chuchitos callejeros que gobiernan el mundo desde la más absoluta libertad, hacen caca en público. A veces me sostienen la mirada. Clavan sus ojos en mí mientras hacen sus cositas y sé lo que están pensando. Están pensando: “Tú y tu estúpida y artificiosa construcción llamada sociedad nunca sabréis lo placentero que es cagar aquí, tan ricamente. Sin dramas ni complejos”. Y tienen toda la razón. Después, se sacuden y se van corriendo a hacer caca a otro sitio. Yo, humano y patético, tengo que esperar hasta llegar a casa. ¡Sé libre! ¡Seamos libres! ¡Liberemos nuestra caca! ¡Hagamos caca todos ahora mismo!