"Hola Marina. Te quería preguntar algo. A lo mejor es una tontada, pero desde hace unos días estoy rayada por el tema. Cumplí 18 años en enero y para celebrarlo mi mejor amiga se quedó a dormir en mi casa. Cuando estábamos en la cama, se empezó a reír (de buen rollo) porque yo estaba durmiendo con mi oso de peluche.
Hasta ese momento yo no me había parado a pensar que era algo malo o raro, de verdad que pensaba que mucha gente tenía está costumbre, pero se ve que no. Mi tío me regaló este oso cuando yo era pequeña y le guardo un cariño especial. Es un oso normal y corriente, pero llevo durmiendo con él toda la vida.
Fuera coñas, me ha acompañado cuando he suspendido un examen, cuando me han dejado, cuando he discutido con algún amigo… Por estar, estuvo hasta cuando perdí mi virginidad. Y yo que sé, me ayuda a dormir mejor abrazarle. Me pregunto si es malo tener 18 años y dormir aún con mi peluche favorito. Si soy infantil o tengo algo mal en la cabeza como he empezado a pensar."
Para empezar, desde mi punto de vista como psicóloga, algo es malo cuando interfiere en tu vida. Si no afecta a tu bienestar psicológico, tus relaciones sociales, tus estudios/trabajo o tu salud física, no es malo.
Pediatras y psicólogos como Donald Winnicott demostraron que los peluches cumplen una función muy importante cuando somos pequeños: nos tranquilizan si nuestros padres están lejos y nos enseñan que hay vida más allá de nuestro ombligo. Winnicot los considera "objetos transicionales" porque son un vínculo entre nuestro mundo mental y la realidad externa.
Curiosamente, siguen existiendo "objetos transicionales" en la edad adulta. Para algunas personas es la música, para otras la religión, para otras la cultura, y para Mercedes y una cuarta parte de la gente son los peluches de su infancia.
Es posible que sigamos durmiendo con nuestro peluche porque nos conecta con nuestra vida mental y nos tranquiliza, pero hay otra razón más científica: el condicionamiento pavloviano. Pavlov era un psicólogo ruso al que le gustaba experimentar con perros. Concretamente, hacía sonar una campanita antes de darles de comer, y al final de su experimento los perros salivaban con el sonido de la campanita, aunque no hubiese comida.
¿Cómo podemos extrapolar el experimento de Pavlov a dormir con nuestro peluche? Si cuando eres pequeño compartes cama durante años con un osito, acabas asociando dormir bien con el peluche. Cuando crecemos, algunos abrazamos la almohada, otros dormimos con un peluche y otros aprendemos a descansar sin nada entre los brazos. Cualquier opción es buena mientras se duerma del tirón.
La próxima vez que tu colega o tu pareja se ría de ti por dormir con un peluche ya sabes lo que responderle: "la culpa no es mía, es del condicionamiento pavloviano." ¡Yasss!