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Una denuncia falsa no convierte a España en un país menos homófobo, ni hace nuestras vidas más seguras

  • El joven que había denunciado una agresión por parte de un grupo de encapuchados en Madrid ha reconocido que mintió

  • Los crímenes contra la comunidad LGTBIQ+ se enfrentarán a partir de ahora a una renovada sospecha de falsedad

  • Los delitos de odio han aumentado en nuestro país ascendiendo a 748 en lo que va de año. No pueden quedar anulados por una denuncia falsa.

Ayer por la tarde saltaba la noticia: el chico que denunció una agresión homófoba en Madrid por parte de ocho encapuchados se lo había inventado, sus lesiones habían sido consentidas y la mentira había surgido como manera de ocultárselo a su novio. Este caso, que por sus condicionantes –a plena luz del día, en el centro de la ciudad, la palabra maricón marcada en un glúteo– había generado una amplia respuesta popular, se convertirá ahora, con toda probabilidad, en la excusa favorita de los argumentarios LGTBIfóbicos.

Los crímenes contra la comunidad LGTBIQ+ se enfrentarán a partir de ahora a una renovada sospecha de falsedad, como ha venido sucediendo en los últimos años con la violencia contra las mujeres. Poco importa que los datos sean claros: en 2019, hubo solo siete denuncias falsas de violencia machista, frente a 168.050 verdaderas, según refleja la memoria anual de la Fiscalía. Pero la sombra de esas pocas denuncias, como ocurrirá ahora con la del chico de Malasaña, alcanza a todos los casos.

En lo que llevamos de semana, se han denunciado agresiones LGTBIfóbicas en Vitoria, Valencia, Toledo, Melilla –la última también con tintes racistas–. Hace unos días, una mujer arrojó agua hirviendo a una pareja gay en Lleida. La oleada de agresiones es un hecho y las estadísticas oficiales ofrecidas por el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, afirman que los delitos de odio han aumentado en nuestro país ascendiendo a 748 en lo que va de año. En este sentido, asegura que "se ha identificado que son más violentos los ataques contra la comunidad LGTBI" y ha indicado que "el hecho, la circunstancia o condición personal que es más objeto de delitos de odios" son el racismo y xenofobia por razones ideológicas. Y todo ello en un año marcado a fuego por el asesinato a golpes de Samuel Luiz.

Décadas de lucha nos han enseñado que debemos creer, de entrada, siempre a la víctima

Si cuando un chico denunció que ocho encapuchados le habían agredido en un portal de Malasaña le creímos, es porque décadas de lucha nos han enseñado que debemos creer, de entrada, siempre a la víctima. Que debemos confiar en su testimonio, porque atreverse a alzar la voz es una tarea tan ingrata –¿cuántas personas dudaron de la homofobia en el asesinato de Samuel? ¿Por qué callan ahora que está más que demostrada?–, en la que tu testimonio será constantemente desacreditado e instrumentalizado por intereses de todo tipo.

Si cuando un chico denunció que le habían acuchillado el labio y un glúteo le creímos, es porque los discursos del odio están tan normalizados que, incluso cuando uno reúne la valentía para denunciar una agresión, es en ocasiones la propia policía la que resta importancia al asunto. Porque a veces son incluso los propios jueces los que ningunean nuestro testimonio porque no concuerda con su ideología.

Si cuando un chico denunció que le habían agredido por su identidad sexoafectiva a plena luz del día y en el centro de Madrid le creímos, es porque sabemos que algo así puede ocurrir en cualquier momento.

¿Qué pasará ahora?

En todos los ámbitos del derecho y en todas las parcelas judiciales hay algunos ejemplos que resultan ser falsos. Se calcula que cada año en España hay unos 4.000 casos de simulación de delito, que consisten en testificar o denunciar un delito inexistente. Incluso se puede llegar al extremo de representar a toda una comunidad de víctimas sin haber sufrido el supuesto perjurio, como ocurrió hace años con Tania Head, una mujer que aseguraba haber sobrevivido al ataque terrorista de las Torres Gemelas, llegando a presidir una asociación, y cuyo testimonio era totalmente inventado.

Pero por el hecho de que una única denuncia o una única supuesta víctima acaben por no ser ciertas, no debería hacernos perder el foco del resto de casos, que sí son reales. El tiempo establecerá el daño que el chico de Malasaña ha hecho a un colectivo siempre cuestionado, y a las víctimas que cada día dan la cara para denunciar la LGTBIfobia. Atreverse a denunciar una agresión será a partir de ahora más difícil: si una parte de la sociedad se niega a ver la homofobia que respiramos –incluso cuando asesinan a golpes a un chico al grito de maricón–, a partir de ahora tienen un argumento muy efectivo en el simplista debate que triunfa en las redes y entre algunas personas.

Por desgracia, las agresiones LGTBIfóbicas van a seguir existiendo. En la mano de todos está concentrarnos en las personas valientes que denuncian sus casos reales. El chico de Malasaña tendrá que responder –en su conciencia y quizás frente a la justicia– de sus actos. Pero lo cierto es que una denuncia falsa no convierte a España en un país menos homófobo, ni hace nuestras vidas más seguras. Las heridas nuevas, las cicatrices y la tumba de Samuel están ahí para recordárnoslo.