Si las marchas del día del Orgullo se han convertido en lo que conocemos hoy en día, es gracias a que un grupo de hombres y mujeres LGTB respondió a la represión policial reivindicando sus derechos y libertades. Fue en un bar neoyorquino conocido como Stonewall, en la madrugada del 28 de junio de 1969: acababa de celebrarse en la ciudad el funeral por la actriz Judy Garland, protagonista de ‘El mago de Oz’ e icono clásico de la comunidad gay, y muchos de los asistentes acabaron sus homenajes en ese pub, uno de los pocos espacios 'seguros' en Nueva York para el colectivo LGTB.
La policía lo sabía y caía casi todas las noches por el bar, alegando registros porque el bar no tenía licencia para vender alcohol. En esa época, la homosexualidad estaba penada por ley en todos los Estados Unidos, salvo en Illinois: eso por no hablar de la transexualidad. Esa noche, hartos de la humillación constante, los habituales del bar decidieron acabar con el acoso y, cuando seis agentes entraron en el pub para desalojarlo, les rodearon y arrojaron cervezas, ladrillos y otros objetos. Apoyados por vecinos del barrio y al grito de ‘Gay Power’, encerraron a los policías en el local, y aunque los refuerzos llegaron enseguida y respondieron con mucha violencia, la revuelta se extendió durante tres días y tres noches.
La rebelión de Stonewall no tuvo nada que ver con las características sentadas pacíficas que los hippies llevaron a cabo durante toda la década: fue una batalla campal en toda regla, que se extendió espontáneamente por todo el país. La comunidad LGTB estaba harta de represión y violencia, por lo que respondió con lo que había a mano. Cuentan que el bar, lleno de personas trans, negras e hispanas, quedó desmantelado para esa batalla campal contra la policía, que no tardó en convertirse en un hito de la comunidad LGTB estadounidense, un símbolo de la rebelión contra un sistema que les perseguía.
En 1970, el año siguiente a los disturbios, se celebró el primer desfile del Orgullo en Nueva York, Chicago, San Francisco y Los Ángeles, dando lugar a la tradición y el homenaje que conocemos hoy en día. A lo largo de los años, las marchas y reivindicaciones han ido cambiando: desde la lucha por la legalización del matrimonio homosexual, que a España no llegó hasta hace 15 años y que por ahora tan solo es posible en 29 países, hasta el establecimiento de familias homoparentales o el respeto por la identidad de las personas trans y sus derechos. Tristemente, la LGTBIfobia es una denuncia constante que muchas veces (hasta en el 80% de las ocasiones, según el Observatorio español contra Delitos de Odio) no se lleva ante los tribunales.
Por ello, los colectivos homosexuales de todos los países celebran cada año el Orgullo: una defensa de la dignidad y los derechos de todas las personas, independientemente de su sexo biológico, orientación o identidad sexual o rol de género. En España, las primeras manifestaciones tuvieron que esperar a la muerte del dictador. Fueron en junio de 1977, en las Ramblas de Barcelona (donde se escucharon lemas como ‘La Iglesia no nos acepta, pero Dios nos quiere’), y en 1978 en Madrid. Esta última, convocada por el Frente de Liberación Homosexual de Castilla, reunió a más de 7.000 personas para reivindicar los derechos del colectivo LGTB, que aún podían ser encarcelados por la ley de peligrosidad social.
Esta normativa, que suponía años de encarcelamiento y consecuente destierro, reprimió durísima y sistemáticamente al colectivo LGTBI, o a cualquiera sospechoso de conocer o compartir círculos. También asumía la labor de ‘rehabilitación social’: es decir, aseguraba que la homosexualidad era una enfermedad y se podía curar. En diciembre de 1978 se reformó, eliminando de su articulado el delito de homosexualidad, y en 1980 se celebró el primer Orgullo en la capital.
Durante los años 80, la comunidad LGTB se fue instalando en el madrileño barrio de Chueca, como explican desde la asociación organizadora del Orgullo de la ciudad. Esta zona se convirtió en lugar de ocio y trabajo de gays, lesbianas, bisexuales y trans, uno de los espacios a priori más seguros y diversos de la ciudad.
Es ahí donde nace las primeras celebraciones del Orgullo de Madrid, a mediados de la década de los 80 y en paralelo a la celebración de las primeras manifestaciones por los derechos LGTB. Poco a poco, la reivindicación va sumando adeptos, también entre las filas del gobierno y los empresarios. En 1997 el desfile incluyó por primera vez carrozas, aunando la manifestación política con el componente lúdico y festivo que hoy conocemos.
Desde entonces, el Orgullo no ha dejado de crecer. Uno de los hitos más importantes que ha vivido fue la celebración, en junio de 2005, de la aprobación de la ley que reconoce el derecho de las parejas homosexuales a contraer matrimonio.