Pedir perdón es un signo de madurez y de estabilidad psicológica, pero cuando lo hacemos en exceso puede reflejar cierta inseguridad. Lo verdaderamente sano no es disculparnos al tuntún, sino saber cuándo hacerlo y cuándo no.
Si has herido los sentimientos de alguien, has actuado mal o consideras que tienes que hacer autocrítica y mejorar como persona, decir “lo siento” no está de más. En cambio, si lo que quieres es complacer a los demás, evitar una discusión o simplemente aliviar tu conciencia sin cambiar nada, lo mejor es que te ahorres esta frase y la sustituyas por la verdad, aunque sea menos conciliadora que una disculpa.
Para ahorrarte quebraderos de cabeza y problemas de autoestima, hemos recopilado 5 cosas por las que solemos pedir perdón y deberíamos dejar de hacerlo desde ya. ¡Coge papel y lápiz y toma nota!
A menudo las personas tenemos la mala costumbre de minimizar los problemas de los demás y ensalzar los nuestros. En consecuencia, cuando alguien llora nos parece una reacción “exagerada”.
Por otro lado, desde pequeños se nos educa para ser estoicos y no tener berrinches bajo el argumento falaz de que los niños grandes no lloran. Poco a poco desarrollamos una mala relación con esta conducta tan sana como normal.
No tiene nada de malo emocionarnos y que se nos escape la lagrimilla, así que deja de disculparte por ello. Es posible que a veces las situaciones que te han hecho llorar sean una bobada para otras personas, pero nadie tiene derecho a minimizar tus emociones ni tu forma de canalizarlas.
Cada persona vive la sexualidad de una forma y no podemos juzgarnos los unos a los otros. Algunos necesitan un vínculo amoroso para tener sexo y otros disfrutan más con las relaciones sin compromiso. En cualquiera de los casos, lo importante es que haya consentimiento.
Da igual que sea la primera cita, la quinta o la décima, si no estás del todo convencido de querer enrollarte con alguien, no lo hagas. No hace falta que pidas perdón por no querer hacerlo, y si la otra persona te hace sentir culpable o, peor aún, te chantajea emocionalmente para que cambies de opinión sólo hay una forma de reaccionar: pasando de él o de ella.
No sólo tienes derecho a cambiar de opinión en el terreno sexual, sino que puedes hacerlo en cualquier otro aspecto de tu vida. A veces pensamos que las creencias, ideologías y opiniones son inamovibles, nada más lejos de la realidad. A medida que crecemos y conocemos nuevas personas y opiniones diferentes, nuestro punto de vista se enriquece.
Que nadie te haga sentir culpable por cambiar siempre y cuando sea a mejor. Reflexiona sobre tus creencias, reconoce tus errores, respeta a los demás y cambia cuando tu forma de pensar se quede corta. En eso consiste la vida.
Es cierto que a veces las discusiones se alargan hasta el punto en el que pierdes de vista el motivo por el que empezó todo, pero decir “lo siento” para acabar la bronca no es la mejor decisión. Una disculpa debe ser sincera, sino no sirve de nada.
Si estás enzarzado con alguien en una discusión y quieres que acabe ya, hay otras frases que pueden servirte: “sigamos hablando de esto en otro momento porque estoy saturado y no puedo ni pensar”, “me está costando mucho ponerme en tu lugar ahora mismo y prefiero calmarme y retomar esto mañana” o “no estoy de acuerdo contigo, pero respeto tu punto de vista”. En cualquiera de estos casos, estás siendo sincero. Decir que lo sientes sólo servirá para que la otra persona crea que tiene razón y tarde o temprano vuelva a actuar igual, repitiendo la misma discusión o incluso agravándola.
Nadie debe hacerte sentir culpable o inferior por tus gustos y aficiones, independientemente de si te flipa el reggaeton, el heavy metal, los juegos de rol o el fútbol. La música que te gusta, las películas que te apasionan o los planes que haces en tu tiempo libre no definen ni tu inteligencia ni tu valor como persona, así que no pidas perdón por ellos.
Igual que no debes disculparte por tus gustos y aficiones, tampoco puedes juzgar a los demás por los suyos. Está muy feo mirar por encima del hombro a tu amigo por el simple hecho de disfrutar viendo Gran Hermano o Supervivientes, igual que está muy feo criticar a tu compañero de clase por preferir jugar al ordenador en vez de salir de fiesta. Cada uno disfruta con lo que le llena y eso no le convierte ni peor ni mejor.