Todes hemos probado a desdoblar los pronombres para tratar utilizar el lenguaje inclusivo sin pisar una mina que nos reviente la pierna, y no faltan las guerras abiertas y públicas sobre cómo es mejor utilizar esta herramienta. A veces más parece un galimatías que un terreno seguro. Todo el mundo opina con una antorcha en la mano.
¿Tiene razón la RAE con sus quejas, como Abe Simpson gritándole a una nube? ¿Debemos profesar fe a las diferentes guías de lenguaje inclusivo que desde el feminismo lingüístico y la academia más tolerante (pero necesaria) tratan de concienciar sobre el uso correcto y el destierre de esa capa de polvo patriarcal que cubre cierta parte del castellano? ¿Hacemos caso a los y las que se quejan de que el lenguaje no sexista desfigura tanto el lenguaje que hace muy complicado seguir cualquier discurso escrito u oral que lo incluya?
La RAE se queja, se queja mucho de esta ‘moda’ propia de corazones exaltados, que, según la definición de la Wikipedia, ‘se emplea en diversas disciplinas que investigan los efectos del sexismo y del androcentrismo en el lenguaje’.
Fuerte rechazo a la ‘cose’ desde la institución qué más guerras se trae con la modernización de la lengua y la inclusión de las diferentes transformaciones sociales y culturales en nuestra forma de hablar y expresarnos. En el último libro de estilo para un uso correcto del castellano, los ‘academiques’ rechazaron el desdoblamiento típico (ellos y ellas; o elles, ell@s, ellxs) con un argumento que a día de hoy mantienen:
‘Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: ‘Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto’.
Y ese mismo argumento viene dado ‘de otre manere’ por los que ponen los ojos en blanco, en modo embolia, por esa perversidad en el despliegue de nuestra amada lengua. Todes eses son los que dicen que el lenguaje inclusivo no suena bien (‘eso de la ‘e’ para todo, qué chorrada’), suena raro, cuesta demasiado esfuerzo cambiar toda la lengua para hacer más inocua y menos dañina con el género con que nombramos todo, absolutamente todo, eh, no es tan fundamental ponernos a remover Roma con Santiago, y demás debates, en el fondo, falaces.
Frente a otro de los argumentarios de nuestra institución más señera en esto de desoír las demandas sociales para preservar la pureza del castellano (‘el masculino gramatical funciona en nuestra lengua (español), como en otras, como término inclusivo para aludir a colectivos mixtos, o en contextos genéricos o inespecíficos’), el único que templó gaitas fue el propio director de la Institución, que en el 8º Congreso de la Lengua plegó velas y se mostró (más o menos, menos que más) abierto al cambio:
‘Estamos más que dispuestos a favorecer todo lo que sea necesario para que la visibilidad del sexo femenino en el lenguaje se incremente mucho más’.
La propia RAE, en otro informe, también dictó sentencia en respuesta a una petición de la Vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, para reescribir la constitución y hacerla más inclusiva con el lenguaje.
Así que, si nos atenemos a lo que dice la institución que lidera nuestros ‘designies’ con el lenguaje, como una madre superiora o une madre superiore, nada de utilizar ‘todes’, ‘todos y todas’, ‘todxs’, ‘tod@s’. Que nos corten le mane, hemos pecado.
A día de hoy, el uso de lenguaje inclusivo podría considerarse una suerte de posicionamiento político, y es tarea de cada cual decidir qué posición adopta.
La RAE recomienda no hacerlo y afirma que el masculino genérico sirve para nombrar a ambos géneros. Otras tantas guías de ministerios, administraciones públicas, universidades, asociaciones feministas, centros de trabajo y hasta de la policía remarcan la necesidad de crear conciencia, en pos de una sociedad más igualitaria, modificando nuestra lengua para hacerla más neutra a los tentáculos ambiguos del castellano en favor del género masculino.
Recomiendan utilizar, por ejemplo, sustantivos colectivos o abstractos sin género (‘el proletariado’ en lugar de ‘los proletarios’; ‘La redacción’ para sustituir a ‘los redactores’). Mejor hablar de ‘personas’ que utilizar ‘hombres y mujeres’, si queremos utilizar un lenguaje inclusivo no binario, y así otros muchos consejos, hasta someter la nuestra lengua al escáner de rayos x para detectar todas las fallas.
No hay muchas más opciones. Adaptarse a los nuevos tiempos para matar esa falsa presunción de que el lenguaje es inocuo e incluirlo en la estructura de nuestras oraciones, o sacar las antorchas lingüísticas para erradicar o corregir a un interlocutor en cada charla informal, cada entrevista de trabajo, cada encuentro en el que se dé ese silencio incómodo cuando alguien empiece a utilizarlo con naturalidad (y en algún momento, eso sucederá). ‘Todes hemos vivido una situación así, vosotres ya lo estáis viendo por cómo hablo. Todes sois partícipes. No os pongáis nervioses’.
Mismo caso para alguien al que todavía le costara esa inclusiva pero extraña ‘e’, y quisiera adaptar su discurso y hacerlo crecer en el terreno de la neutralidad: ‘Las y los que estamos aquí hemos vivido una situación así, ya lo estáis viendo por cómo hablo. Quien forma parte de este grupo es partícipe, no es necesario que nos embarguen los nervios. Sucede y sucederá’.
¿Queja informal (‘me confundes cuando hablas’) o rendición pacífica? En el propio enunciado de este apartado quizá estaría la solución al problema, si es que queremos liderar el cambio. Sería interesante observar qué pasaría si en un examen, un trabajo de clase o una entrevista de trabajo advirtiéramos de que pretendemos usarlo con naturalidad.
‘Le aviso: tengo un arme en mis palabras y pretendo disparar’
O como decía Morgan, un teórico, en 1972:
"Si comienzas a escribir un libro sobre el hombre o a concebir una teoría sobre el hombre no puedes evitar usar esa palabra (hombre). No puedes evitar usar el pronombre que sustituye a esa palabra y usarás el pronombre “el” como un simple hecho de conveniencia lingüística. Pero antes de que llegues a la mitad de ese primer capítulo, una imagen mental de esta criatura en desarrollo comenzará a formarse en tu mente. Será la imagen de un hombre y él será el héroe de la historia: todos y todo en la historia estará relacionado con él."