Para empezar, robar no es nada yasss. El problema es que en ocasiones ese impulso que motiva a algunas personas a cometer un hurto no sigue una explicación lógica, puesto que se trata de un trastorno mental: la cleptomanía.
Hay quienes roban porque no puede permitirse pagar, quienes roban para hacer daño, quienes disfrutan sintiéndose poderosos o quienes roban por pura avaricia, pero los cleptómanos no se rigen por esas necesidades.
¿Qué es la cleptomanía?
Citando al manual de los psiquiatras y psicólogos, el DSM, los criterios para diagnosticar cleptomanía son:
• Fracaso recurrente para resistir el impulso de robar objetos que son innecesarios, inútiles o que carecen de valor.
• Sensación de tensión justo antes de cometer el robo.
• Placer, gratificación o alivio en el momento del robo.
• El robo no se comete para expresar rabia ni venganza, ni se debe a un delirio o alucinación.
• El robo no se explica mejor por otros trastornos.
Hay que tener muy claro que un cleptómano no es lo mismo que un ladrón, ya que sus objetivos son completamente distintos. El cleptómano no busca beneficiarse, simplemente tiene una necesidad incontrolable que le lleva a meterse en el bolso cualquier objeto que, en la mayoría de los casos, ni siquiera necesita.
Como vemos, no hay planificación en el acto. Además, la mayoría de las veces los objetos robados suelen ocultarse, regalarse o devolverse a la tienda sin que nadie se dé cuenta. El motivo del robo no es conseguir una crema de 40 euros para usarla cada noche antes de dormir, sino el subidón, la tensión y el alivio asociados al acto en sí.
Por otro lado, se trata de un trastorno poco frecuente, ya que solo el 5% de las personas que cometen delitos de robo padecen cleptomanía. Es decir, muy poca gente lo sufre en comparación con la cantidad de personas que se autodiagnostican cuando se ven entre la espada y la pared. Es como cuando pillan al famoso de turno poniendo los cuernos a su pareja y rápidamente sale a la palestra la “adicción al sexo”. Al parecer, en todas estas polémicas queda mejor aludir a un problema mental en vez de asumir la responsabilidad de nuestros actos.
El riesgo que esto conlleva es que se banalizan los trastornos mentales. Son algo real, serio y doloroso para quienes los padecen, y no una excusa a la que recurrir cuando nos han pillado con el carrito de los helados. Además, se fomenta la desinformación y se alimentan todos los estereotipos que acompañan a los problemas psicológicos.
¿Qué pasa cuando sí que se trata de cleptomanía?
La cleptomanía puede ir de la mano de otros trastornos mentales como la depresión, la ansiedad, la bulimia o los trastornos de la personalidad. Por eso es fundamental un buen diagnóstico realizado por un profesional de la salud mental (y no por un tuitero que ha buscado “cleptomanía” en Wikipedia).
Si un profesional confirma el trastorno, será de vital importancia la colaboración del paciente y de sus familiares. Habrá que abordar el problema de forma abierta; como en todos los trastornos, admitir que pasa algo es el primer paso para solucionarlo.
La principal intervención psicológica en el tratamiento de la cleptomanía es la Terapia Cognitivo-Conductual. El objetivo es reducir la ansiedad que desencadena el robo. Como hemos visto antes, las personas con cleptomanía sienten una tensión enorme antes de robar que se reduce en cuanto cometen el delito. Esta terapia trabajará sobre esta ansiedad mediante técnicas como la reestructuración cognitiva, en la que se anima al paciente a cuestionar esos pensamientos irracionales que aparecen antes del robo. También es importante la exposición a los lugares en los que normalmente robaban para que aprendan a manejar la tensión sin recurrir al hurto. También se ha demostrado la eficacia de determinados psicofármacos que deben ser prescritos por un psiquiatra.
Sobre todo, es importante recordar que no hay “cura” como tal para la cleptomanía, al igual que no la hay para el resto de trastornos mentales. Hay tratamientos más o menos efectivos y un gran esfuerzo por parte de quienes han sufrido episodios de cleptomanía para evitar futuras recaídas.