El primer chupacabras del que tenemos constancia fue avistado en Puerto Rico a mediados de los años noventa. Anteayer como quien dice. La criatura, según cuentan, tiene pinta de perro salvaje y despeluchado. Tiene también un morro grande con sus correspondientes colmillos, una columna protuberante —algunos dicen que son púas— y, por supuesto, garras. Las historias difieren en cuanto al número de patas, y mientras que algunos testigos dicen que tiene cuatro, otros afirman que es bípedo. Por lo demás, al bicho lo que le gusta es chuparle la sangre al ganado en general, aunque siente una especial predilección por las cabras, y de ahí el nombre.
Normalmente, el origen de historias o leyendas como estas puede rastrearse de manera más o menos sencilla durante cientos de años. El tipo de criaturas que las protagonizan aparece con variaciones mínimas, en distintos (y distantes) lugares y épocas. Lo de los lugares aplica en este caso porque el animal ha sido avistado hasta en Rusia. Pero lo del tiempo, no, y el chupacabras es, por generación, el hijo posmillennial de un vampiro y un hombre lobo.
Tras el primer avistamiento en 1995, la criatura ha sido vista a lo largo y ancho del globo, la mayoría de las veces en el continente americano. Siempre deja víctimas. Los afectados declaran que se encuentran a sus animales domésticos y de granja secos, sin una gota de sangre. El chupacabras se la absorbe por el cuello, donde, en todos los casos, se han encontrado marcas de dientes. Actúa cuando está oscuro, que es cuando todo buen monstruo se dedica a sus menesteres, y deja a su paso un terrible hedor.
Los testimonios continuos y una buena dosis de morbo made in Internet acabaron llamando la atención de la comunicad científica. Era cuestión de tiempo que alguien capturara o matase a un chupacabras porque esto es el siglo XXI, y, cuando eso sucediera, ahí estarían biólogos, zoólogos y toda la panda para diseccionar, cortar, pegar y analizar en busca de una explicación. Y como digo: era cuestión de tiempo. Con los cuerpos recuperados del supuesto monstruo, que, por cierto, es horrible, se pudo investigar por fin el origen de la misteriosa criatura.
Pues un coyote con sarna. Da miedo igual porque, a ver, te encuentras uno de esos por la noche y lo primero que haces es morirte ahí mismo y lo segundo correr dando alaridos, pero se elimina el componente legendario, que le subía el nivel de susto al posible encuentro.
La sarna es causada por unos ácaros que se introducen bajo la piel del huésped. Los humanos, que también estamos en contacto con ellos, hemos desarrollado defensas evolutivas contra este tipo de parásito, y lo único que nos causa hoy en día es una reacción alérgica, una molestia menor. Pero los animales no tienen esta suerte.
El ácaro hace que pierdan el pelo, que su piel se inflame e infecte y que se vuelve negra. Además, se les deforman los rasgos y, en fin, ahí tenemos a nuestro chupacabras. Los expertos dicen que no es raro que se haya confundido al coyote sarnoso con un monstruo, ya que, en su caso, solo los expertos en coyotes y afines supieron identificar al animal a primera vista. En cualquier caso, explicaciones científicas aparte, el chupacabras forma ya parte de nuestro imaginario y protagoniza historias de terror por todo el mundo.