Seguro que no dirías que estudiar es un deporte de riesgo. Aparentemente, solo tienes que mantener el interruptor de la cabeza encendido y retener datos como disciplina olímpica. Pero el acto de estudiar también es traicionero para el cuerpo, bien sea por nuestro descuido o por la psicopatía de otros. Puede que te suene a costumbre antigua y casi medieval, pero hace décadas a los estudiantes se les ordenaba arrodillarse con los brazos en cruz; algunos profesores innovaban en sus métodos de tormento introduciéndoles un garbanzo debajo de las rodillas, mientras ese pobre mochuelo sostenía cuatro o cinco libros gordos en cada mano.
Ahora ya no se utilizan métodos de tortura que habrían sido del gusto de la CIA, pero cualquier estudiante que haya pasado horas inclinado sobre una mesa (generalmente, en la postura de un esbirro con joroba) sabe que chapar puede traer cola con sus propios problemas físicos.
Uno de ellos está en nuestras manos, y aparece cuando pasamos mucho tiempo haciéndonos amigos del bolígrafo de tomar apuntes. Te contamos qué es el callo del estudiante y cómo curarlo.
A veces tenemos la tentación de arrojarnos en brazos de la hipocondría. Te duele la uña del pie y buscas en Google “dolor uña de pie”, y el algoritmo, sus misterios y sus foros llenos de opiniones autorizadas te harán concluir: Me duele la uña del pie. Es evidente, tengo cáncer de próstata.
Una búsqueda rápida arroja una lista abultada de males físicos y psicológicos exclusivos de los estudiantes: ansiedad y estrés, microespasmo cervical, visión borrosa, problemas de estómago por picar entre horas o propensión a coger resfriados. Es duro hincar los codos muchas horas y no sentirse un anciano que pronto pedirá una cadera de titanio.
Quizá el más común de estos males sea el ‘callo del estudiante’, que otros llaman también el ‘callo de los escritores’, en recuerdo de épocas románticas donde los literatos mojaban una pluma en un tintero y empezaban alguna obra maestra antes de morir en la indigencia económica.
Lo habrás visto muchas veces, en tu propia mano izquierda o derecha, o en la de alguno de tus compañeros de clase. El callo siempre es un escudo que produce el cuerpo para protegerse de la fricción. El callo del estudiante, como habrás podido adivinar, aparece siempre en uno de los dedos con los que coges el bolígrafo para escribir. Es una especie de botonadura enrojecida que puede descamarse, tiene un tacto duro y sobresale haciendo que tu dedo parezca un poquito mutante.
Es muy común, y como te hemos contado, la explicación es sencilla. El estudiante español es un hámster en la rueda que transita por los gestos mecánicos durante buena parte de su infancia (dictado, dictado, dictado), y luego evoluciona a la toma de apuntes, momento en que el callo suele tomar de rehén al dedo y quedarse ahí a perpetuidad. Suele salir porque la fricción del bolígrafo contra el dedo se suma a la fuerza excesiva con la que has escrito durante muchos años.
Lo malo, claro, es que no solo es antiestético como una verruga cinematográfica, sino que además puede escocer y molestar o incluso convertirse en una herida, especialmente en verano, igual que esas rodillas que nos molestan y lanzan suspiros de queja cuando se avecina una tormenta.
‘No, no vengo de una pelea, solo he estado haciendo durante tres horas esquemas de derecho mercantil’.
Preguntados algunos estudiantes al azar en Twitter y Facebook, uno de ellos nos cuenta:
“Yo me acuerdo del colegio, cuando nos poníamos a hacer competiciones de a ver quién lo tenía más grande. Alardeábamos más de callo que de nota en los finales”.
Aunque sigas buscando en Google cada vez que te duele algo y sigas concluyendo que estás mal y vas a morir pronto, el callo del estudiante no debería preocuparte demasiado (solo si se te cae el dedo y tienes que agacharte delante del sofá para buscarlo).
Otro usuario nos dice, a modo de conclusión:
“Se me fue hace mucho, básicamente desde que uso el ordenador y ya no tomo tantos apuntes. Lo normal ahora es que me duela el cuello por la mala postura, pero la bicha del dedo ha desaparecido. Menos mal: el mío era feísimo”.