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C. Tangana en tres traps: de ser un adolescente solitario a estudiar Filosofía y boxear para superarse a sí mismo

  • Antón Álvarez, El Madrileño, no olvida en sus temas su hondura filosófica y su pasado haciendo esquivas en el boxeo

C. Tangana sigue en boca de todos, hasta de sus haters, hartos de que día sí día también nos despertemos con algún panegírico sobre su marca favorita de yogures o alguna referencia escondida a los amores y las rencillas en sus canciones. Hace unos días ya incendió las redes con unas cuestionables declaraciones sobre el éxito de Rosalía y la Cocacola. Se despachó a gusto, Puchito.

El Madrileño se ha coronado en 2020. De este año salen algunos de los mejores temas de su carrera. Tangana se ha reinventado por enésima vez, ha abjurado de su masculinidad y hasta se ha permitido sentar cátedra sobre su propia obra. A su egótico entender, ‘Tú me dejaste de querer’ es el opus magnum de su carrera, su mejor canción, una rumbachata para dominarlos a todos. Tangana opina y todo el mundo mira (bonito pareado).

Sus temas no son para todo el mundo. Como saben sus devot_s, gran parte de lo que esconden sus canciones abreva de su pasado, y en concreto, de una de las partes menos conocidas de su vida. Mucho antes de convertirse en el músico que llevó al trap y al reguetón a otro nivel, Tangana fue un tímido estudiante de Filosofía que boxeaba a cara de perro con jabs y uppercuts y quería dejar la música.

La infancia de C. Tangana

Antón Álvarez acaba de cumplir los 30 pero ya ha vivido varias vidas, una con un alter ego mucho menos notorio que estudió en un colegio católico, rastro que quizás todavía quede en alguno de sus temas de estética folklórica. La ecuación, desde luego, no tiene mucho de orígenes humildes entre cartones y penurias. Nacido en Madrid en el 90 en una familia de clase media, él y los suyos viven a caballo entre dos barrios humildes de la capital, Puerta del Ángel y San Isidro. Ha contado que tuvo una infancia sin grandes lujos.

De ahí viene otro de sus apodos más conocidos y el que dio lugar al famoso meme de Tangana pequeñito: Pucho. Tangana no se esconde. Hace anchas sus escamas de nerd cuando los periodistas le preguntan. Sí, en efecto, fue un raro, un ‘freak’ que desobedecía a sus profesores y entregaba poemas en lugar de redacciones con el sujeto, verbo y predicado bien colocados donde mandaba la autoridad.

En la adolescencia se renombra como el Crema y hace su talentura y sus saltos en el rap después de emborracharse de los Beastie Boys, una de sus influencias fuertes. Ya entonces caldea espíritus con una maqueta de cierto éxito, el EP ‘Él es crema’, y más tarde, en 2008, funda con otros colegas el colectivo Agorazein. ¿Las influencias confesadas? Hip hop, Drake y Kanye West en el torrente sanguíneo y temas como “La tache”, “Álgebra” o “Lo justo”.

C. Tangana y la filosofía

Tangana vagabundea y yerra estos años después de matricularse en Filosofía en la Complutense. Solo tiene 18 veranos y ya se ha gastado una porción de alma en las tragaperras de la vida: una cierta crisis existencial con la que brega mientras se marcha de la casa familiar y baraja curros poco nutritivos. Tangana abrió Baguettes con una sonrisa en un Pans & Company y aguantó filípicas de clientes en una breve etapa como teleoperador, todo muy anecdótico y con menos interés que un grillo muerto. Raro sería que un filósofo, una escritora, un poeta tuberculoso o un rapero no tuvieran la tentación de llenar sus biografías con su tránsito por la clase obrera y la alienación del trabajo manual repetido hasta la extenuación.

Se sabe, porque él mismo lo ha contado, de su misantropía y su aislamiento de 2015, cuando Tangana se recluye por propia voluntad en el barrio de Pueblo Nuevo, en Madrid, sin contacto con el mundo exterior. Adiós, Internet, mundo de la música y hasta pasión carnal (deja a su novia ‘de to da la vida’). Hola, introspección melancólica. La penuria del ser sin destino creativo fijo le dura más o menos un año.

Al boxeo Tangana le debe mucho. Aficionado a él desde esas noches solitarias en las que buscaba cómo encajar y aún no se reconocía como el artista urbano más importante de España, reconoce la práctica de los jabs y los uppercuts le enseñó a conocer algunas de sus mayores fortalezas y debilidades. En una entrevista en el diario Sport, lo cuenta así:

“El boxeo me gusta mucho y me aficioné a él por la práctica. Ahí fue cuando me empecé a enganchar y a ver combates y eso. Lo que más me gusta del boxeo es que, te pase lo que te pase en la vida, da igual el momento que estés pasando, cuando estás en un ring, el resto de las cosas del mundo dan igual. Porque, es que si no te dan igual, te parten la cara, ¿sabes? Para mí era una forma de decirme todos los días que no era tan relevante lo que me preocupaba. Porque yo iba directamente a un sitio en el que toda mi mierda no le importaba a nadie”.

Quizá de ese año, 2015, le viene el gusto por metamorfosearse y no darlo todo por perdido, como entonces, cuando quería dejar la música y su rumbo todavía estaba por decidir. Sus letras nunca han dejado de tener un pie metido de lleno en lo filosófico, y así se confiesa en una entrevista para TKM.

‘Me ha ayudado a darme cuenta, por ejemplo, del momento en que lo latino podía entrar en España o del momento en que la música urbana, que era lo único que yo podía hacer, podía tener una oportunidad en el mainstream. Me dio las claves para acercarme a eso y dedicarme a lo que realmente amo”.

Para Pucho, la filosofía te abre nuevas vías de pensamiento, le da forma. Eso le ha ayudado a plantearse su personaje artístico, el performer transubstanciado que le habita.