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Las cosas más horribles que tuve que aprender cuando busqué piso en mi ciudad

yasss.es 14/02/2018 18:05

¡Buscar piso! Esa experiencia semejante a depilarse las piernas, atragantarse sin que haya nadie en casa o caerse por unas escaleras. Uno no valora su propio espacio hasta que empieza a ver el resto. Cuando Sartre soltó esa frase suya tan lapidaria de “el infierno son los demás” seguramente estaba buscando una buhardilla coqueta y luminosa en París.

Ojito a las fotos

Empecemos por la puerta, literalmente: si en un anuncio online de un apartamento empiezan enseñándote fotos del portal y las escaleras, desconfía. Que te enseñen fotos de un sitio donde tú no vas a vivir (son sencillamente lugares comunes que debes atravesar para llegar a él) es como si pides por Internet un chaquetón y te enseñan fotos de la caja, como si estás buscando una pareja en una aplicación online y solo muestra una foto de sus zapatos.

Esto es un techo

Y sigamos por las buhardillas. Hay un fascinante elemento que uno empieza a tener en cuenta cuando empieza a buscar piso en el centro de una gran ciudad: el techo. Hasta entonces el techo era como nuestro propio cogote: sabemos que está ahí, hace una gran función, lo necesitamos para vivir, pero apenas lo vemos. Pero resulta que cuando buscas pisos en el centro de Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao empiezas a ver el techo porque lo tienes a la altura de tu cadera.

Exactamente, ¿en cuántas buhardillas absolutamente inhabilitadas para la supervivencia humana (por no decir animal) están construyéndose pulgueras que se venden como coqueto ático con vistas? ¿A partir de qué altura se considera que un espacio de una casa es habitable, a menos que seas un hurón? A menudo uno se encuentra "apartamentos" donde el techo abuhardillado termina en el suelo. A menudo encontrará uno una cama situado en un espacio al que solo se llega gateando. Y a menudo descubrirá que esos espacios están considerados metros útiles y, por lo tanto, el casero los cobra como tal en el alquiler.

Pero esto no es un dúplex

Atención también al concepto dúplex. “¡Un dúplex!”, piensa uno al ver el anuncio y pensando en un espacio amplio y elegante como el de Christian Grey. Pero un solo clic nos sirve para convencernos de que el arrendatario del piso considera que un dúplex es cualquier cosa que tenga dos alturas, estén esas dos alturas separadas cuatro metros o tres centímetros y estén unidas por una elegante escalera de mármol o por una cuerda podrida por la que trepar cada vez que uno quiere dormir. No, señor, usted no tiene un dúplex: usted ha unido dos trasteros con una barra de deslizamiento de los bomberos.

Independencia unilateral en al cocina

El asunto de la independencia ha llegado a las plataformas de buscar apartamento y afecta, especialmente, a las cocinas. ¿Qué hace a una cocina independiente? ¿Vale con que el mobiliario declare la DUI dejando que una cortina manchada de grasa caiga sobre él y lo separe del salón? Y no solo eso: estos ojos han visto un carrito de cocina de IKEA que hacia las veces de “office” en una “cocina americana” y también han visto como un propietario se agachaba para terminar de enseñar la “cocina completa”, abría un recoveco blanco de un medio metro cuadrado y anunciaba con orgullo: “Aquí, la nevera”.

Colores mal, colores fatal

Te voy a contar el cuento de terror más corto que existe (después de “presentado por Javier Cárdenas”): “decorado moderno”. El “decorado moderno” surge de una visita rápida a Ikea, la recolección de dos alfombras birriosas en casa de la abuela, de una lámina de Audrey Hepburn (pronúnciese Odri Jebur) que el arrendatario jamás quiso en su casa y unas paredes pintadas de unos colores que en la cabeza de su decorador evocaban las películas de Almodóvar pero en la del visitante solo provocará una crisis epiléptica.

Volver a casa de la abuela

Pero es peor la decoración de la abuela, donde la vida tiene lugar en dos planos: en 1983 y en 2017. ¿Alguien ha probado a poner un iPhone X sobre una mesa camilla cubierta por un mantel de hule? Se abre un vórtice espaciotemporal que puede crear un agujero negro en forma de manzanita de Apple. ¿Alguien ha probado a intentar llevar una vida moderna y solitaria en un mobiliario pensado para la familia Alcántara? Una vez viví en un piso así. Mi vida transcurría en un enorme salón con varios sofás (uno de ellos para un abuelo, pero no había allí ninguno) en el que todos los días comía alguna basura sobre una bandeja y muebles con módulos para poner fotos familiares y trofeos deportivos en el que solo descansaban botellas vacías de ron y la parafernalia para liar cigarrillos. Durante los 12 meses que viví en aquel piso no hubo ningún día en el que no me levantase pensando que tal vez, esa noche, la familia que vivía allí había vuelto por fin a casa.

El vacío (existencial y de las paredes)

Y acabemos con un asunto importantísimo y el más inquietante. El “loft”. El concepto “loft” ha hecho más daño a la juventud que los calimochos o las partidas de marihuana seca. ¿Tú sabías que la evolución de la humanidad puede medirse perfectamente por la forma en que distribuimos nuestro hogares? Hasta el siglo XVII apenas había sillas en las casas (sentarse era un honor reservado al poder) y el propio concepto del dormitorio (una superficie mullida donde uno se acuesta cada noche) es relativamente moderno y lujoso: hasta la edad media la gente normal buscaba paja o heno y se acurrucaba donde podía cada noche en una esquinita de su hogar.

¿Sabías que a Hugh Hefner, dueño del imperio Playboy, no se le achaca solo la invención del porno suave para el quiosco sino una revolución arquitectónica que hizo que el hombre se comprase un pisito de soltero y estos empezasen a tener cocinas muy pequeñitas porque él apenas la usaba? Si hoy tienes una vitrocerámica de solo dos hornillos en tu apartamentito agradéceselo a Hugh.

Pues bien, ¿qué dirá de este momento, para las generaciones futuras, en el que se alquila un espacio de 25 metros cuadrados totalmente vano donde todo está a la vista, donde ya no hay divisiones entre los diferentes momentos de la cotidianidad? Hay pisos donde la cama es también el sofá (o peor, la cama está empotrada en un armario) y la cocina es un armario al lado de la tele, que también tiene unos palitos que hacen la vez de tendedero porque el patio ha pasado a ser un lujo también. Lo que eso dirá no es solo que la juventud actual es una generación de pobres: también una que ha renunciado por completo a las puertas. Si nadie se las abre cuando llaman pidiendo una oportunidad, ¿por qué instalar esas fronteras infranqueables en sus propios hogares?