Tengo 24 años y soy adicta al juego
¿La 'ludopatía' es un trastorno?
Desde 1980, sí. O al menos así lo consideran los manuales de psiquiatría. A finales del siglo pasado los profesionales de salud mental se dieron cuenta de que había un problema muy grande sin nombre ni tratamiento: la adicción al juego. Cada vez afectaba a más personas y era necesario ponerle remedio, por eso se catalogó como un trastorno psicológico relacionado inicialmente con el control de los impulsos. En la actualidad es considerado un trastorno relacionado con sustancias y otras adicciones, ya que implica síntomas parecidos a la abstinencia y la tolerancia tan característicos de las drogas.
Este trastorno afecta al 2% de la población, que visto así parece poco, pero son más de 150 millones de personas. Además, es más frecuente en hombres y sobre todo en adolescentes y estudiantes universitarios.
¿La causa? Que las casas de apuestas han aumentado un 304% en los últimos años. Además, los dueños conocen muy bien las estrategias para enganchar a la gente. Por ejemplo, algunas ofrecen cerveza gratis a sus asistentes para que se desinhiban y gasten más (lo que se relaciona con la gran cantidad de personas con diagnóstico conjunto de juego patológico y alcoholismo). Además, estos lugares no suelen tener ventanas, relojes ni espejos para que no seas consciente del tiempo que pasas allí. Parece un capítulo de Black Mirror, pero es la vida real.
A mí me gusta jugar a las tragaperras de vez en cuando, ¿debo ir al psicólogo?
Como en casi todos los problemas psicológicos, uno debe pedir ayuda cuando la situación le provoca malestar o perjudica su vida.
Algunas señales de alarma a las que deberías prestar atención si crees que tienes un problema son:
- Cada vez sientes la necesidad de apostar más dinero para conseguir el subidón.
- Has intentado dejarlo alguna vez o reducir la frecuencia, pero cuando estás un tiempo sin jugar estás más nervioso e irritable.
- Casi siempre estás pensando en el juego (reviviendo la última vez que ganaste, planificando estrategias…).
- Cuando estás nervioso, estresado o triste, recurres al juego para distraerte.
- Si un día pierdes, sueles volver para intentar ganar y recuperar lo que has perdido.
- Mientes a la gente para ocultar esta situación.
- Has puesto en peligro o perdido tu trabajo, estudios o relaciones personales por el juego.
- Si te quedas sin dinero, pides dinero a amigos, tu pareja, familiares o a prestamistas para poder seguir jugando.
Si te has sentido identificado, pero sigues pensando que "no es un problema" o que "tú controlas", te animamos a seguir leyendo para conocer el testimonio de Carlota.
Me llamo Carlota, tengo 24 años y soy adicta al juego. Es fácil leerlo, pero muy difícil decirlo en voz alta después de todo lo que ha pasado. Mi problema empezó cuando tenía 19 años. Por aquel entonces salía con un chico que era muy futbolero y un día me contó que había ganado 50 euros apostando por un equipo en una web. Me pareció dinero fácil así que le pedí que me explicase cómo y aposté 5 euros.
Perdí, pero pensé "bueno, 5 euros, me gasto más saliendo de fiesta", y volví a apostar. Esa vez gané y se convirtió en una costumbre. A veces incluso íbamos a una casa de apuestas deportivas con otros amigos para ver algún partido y de paso apostar por las risas. Y así estuve durante un año más o menos, pero por lo demás mi vida era igual que antes. Mis estudios seguían bien, salía con mis amigas y algunos fines de semana volvía al pueblo a ver a mis padres. La vida normal de una universitaria.
La mala racha llegó cuando mi novio me dejó. Para no verle empecé a ir a otra casa de apuestas deportivas. El problema es que yo no tenía mucha idea de fútbol ni de deportes, porque era él el que me aconsejaba. Empecé a perder dinero apostando así que pasé a jugar a las máquinas tragaperras.
Después pensé en el tiempo que perdía vistiéndome y arreglándome para ir hasta la casa de apuestas y busqué un casino online para jugar ahí. Así estuve cinco meses más o menos.
Mis compañeras de piso me preguntaban que por qué me pasaba todo el día en la habitación. Yo les decía que tenía mucho que estudiar, pero la realidad era que me levantaba a las 6 de la mañana para jugar un poco antes de ir a clase. Luego volvía a la hora de comer y me pasaba jugando hasta la 1 de la mañana. Baccarat, ruleta, blackjack… ¡Jugaba a todo lo que me encontraba!
Un día mi madre me llamó para decirme que había ido al banco a actualizarme la cartilla y que casi no quedaba dinero en mi cuenta. Como yo pagaba todo con PayPal, no se enteró de en qué había gastado el dinero. Le mentí por primera vez diciéndole que había tenido muchos gastos en libros, fotocopias y cosas de la universidad.
La llamada de mi madre me sirvió como un toque de atención. Me di cuenta de que tenía que apostar menos y rebajar el ritmo, pero me costaba mucho. Si no jugaba estaba irritable.
Todos los meses mi madre me metía algo de dinero en la cartilla, pero yo me lo ventilaba en una semana. Después la llamaba con excusas tontas para que ingresase más. Le decía que teníamos una cena de clase, que necesitaba una bicicleta para ir a la universidad, que se me había estropeado el portátil, que me habían robado el móvil… Me inventé de todo.
Para que os imaginéis el nivel de adicción, me gasté casi 10.000 euros en un año.
Mi madre se empezó a preocupar y habló con una de mis compañeras de piso sobre el tema del dinero. Le contó todo lo que había gastado el último año y le pidió que buscase drogas en mi habitación sin que yo me enterase. Obviamente no encontró nada, pero empezó a estar más pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer. Unas semanas más tarde vio el historial de mi ordenador mientras yo me duchaba.
Salí del baño y me dijo todo (que mi madre había hablado con ella, que se pensaba que yo tenía un problema con las drogas, que cómo podía haber gastado tanta pasta en eso…). Discutimos e intenté negarlo, pero ya no podía mentir más y me puse agresiva. Me fui del piso y pasé toda la noche en la calle. Mis compañeras se asustaron y llamaron a mi madre, que vino desde el pueblo al día siguiente.
No recuerdo ese día con claridad porque fue bastante intenso. Sé que discutimos, que grité y que mi madre lloró. Después volvimos al pueblo porque ella no se fiaba de mí y mi hermano mayor vino desde Barcelona. Fueron semanas caóticas.
Buscaron un psicólogo especializado en este trastorno, pero no encontraron ninguno cerca del pueblo, así que se pusieron en contacto con Proyecto Hombre. Tras un par de meses deprimida, cabreada con todos y con ansiedad, empecé a acudir al centro dos días a la semana junto a mi madre, que iba al programa de familias.
No diré que es fácil, porque todavía me queda mucho camino que recorrer, pero no hay día en el que no de las gracias por haber puesto punto final a mi problema. Y sé que no habría podido sin mi madre, mi hermano y mis amigas por haber estado a mi lado después de todo.
Contando mi historia quiero animar a las personas que tienen un problema a que le pongan remedio YA. No esperéis a gastar diez mil euros como yo, no esperéis a que vuestra familia o amigos vayan a ayudaros y no esperéis a que vuestro mundo esté hecho una mierda. Pedid ayuda".