40 horas de trabajo semanal, cientos al cabo del año, dan para mucho más que para calentar silla. A veces tenemos que adoptar la forma de un ficus para que nuestra jefa no repare en nosotros y nos pida un poquito más de esfuerzo, arrimar el hombro, entregarle una transfusión de sangre.
Otros días suceden eventos imprevistos. Se cruzan historias o cotilleos supurantes: que si pausa para el café y el cigarro, que si insultar violentamente y zarandear a la fotocopiadora, que si dar esquinazo al de recursos humanos trepando por una tubería, que si me gusta alguien del curro y ahora tengo que lidiar con esta mariposa de mierda en el estómago. De acuerdo, el capitalismo nos aplasta y todo eso, pero a veces, entre mordisquito y mordisquito de miseria, queda tiempo para fijarse en otra persona.
¿Te gusta mucho alguien del trabajo? ¿No sabes exactamente cómo actuar sin acosar y conseguir que se fije en ti?
Un entorno laboral plantea más dificultades que un entorno cotidiano para tirarle fichas a alguien que nos gusta. Todo el mundo guarda la compostura y nadie quiere revelar sus cartas (o, ya puestos, que nos despidan). Descartadas las metáforas como “¿Me puedes revisar el antivirus?” o “¿Quieres regar el ficus de mi despacho?”, te va a tocar ejecutar una estrategia calculada.
A veces ni siquiera tienes manera de cruzarte por accidente y fingir que se te han caído unos apuntes, como en toda buena película con olor a pachuli y amor romántico del rancio. Curráis en equipos diferentes, o su puesto está en otra planta, o… No hay atajos para cruzar vuestro destino. Siendo honestos, lo mejor sería que lograras trabajar “codo con codo” con tu crush, bien sea porque os han asignado en el mismo proyecto o porque su especialidad o tarea a cargo se cruzan con las tuyas.
Ese, sin duda, es el primer paso: buscar puntos de contacto y situaciones en las que tengáis que interactuar. Es el momento de “generar sinergias”, pero procura que no te sangre la nariz o balbucear un idioma falto en vocales. No sería un buen principio.
Los espíritus psicópatas dicen que en el trabajo no hay amigos, solo ‘colegas’. Lo cierto es que la realidad desmiente esa teoría. De los buenos entornos de trabajo pueden surgir amistades duraderas y también amores (o encuentros eróticos breves entre empleados y empleados, entre jefes y empleados, entre gente desgraciada y gente más desgraciada). Alguien siempre lanza la primera bengala. El otro te da su Instagram, o se lo das tú. Y todo, ¿por qué? Porque primero os habéis caído bien, habéis hablado, se ha enterado de que vives solo o de que tu padre está en la cárcel… cruce a cruce, todo suma.
El que avisa no es traidor (enamorado). Guarda la compostura y la sutileza: son sagrados comportamientos de autopreservación y supervivencia. No quieres que otros compañeros de trabajo noten a kilómetros de distancia tu nube de feromonas, y mucho menos que tu jefe piense que has bajado tu rendimiento por rondar como un vampiro la mesa de tu crush, a ver si le chupas el cuello.
Obviamente, es mejor ejercer el ligoteo fuerte y la tirada de fichas en un contexto apropiado, cuando los ánimos se relajan y, por pura lógica, todo el mundo acepta que ha llegado la hora de relacionarse a otro nivel. La cafetería, por ejemplo. Deja que él o ella te vea clavando con fuerza erótica el tenedor en ese pollo radiactivo del menú de los miércoles.
Una variación del consejo anterior. La primera regla de quienes quieren ligar con un colega de trabajo es precisamente ligar (todo lo posible) fuera del trabajo: en WhatsApp, en la bandeja de privados de alguna red social, en lugares donde no miran el resto de compañeros ni los jefes.
Admitamos que la neolengua del mundo de la empresa tiende a producir un efecto purgante: mareos, taquicardias, vergüenza ajena, ganas de quemar cosas.
Sin embargo, existen momentos dentro de la planificación anual en los que puede ser una buena idea estrechar lazos y deslumbrar al resto con nuestros encantos ocultos. El efecto Cenicienta, para más señas: a diario somos una corneja con gafas de culo que va encorvada y apenas se hace notar, pero, de pronto, un día señalado del año, brillamos con luz propia.
Piensa en la fiesta de Navidad de la empresa o en esa excursión grupal a la sierra en la que los empleados pasaréis varios días ence… reunidos haciendo equipo. ¡Qué magnífico momento para una buena tensión sexual no resuelta mientras jugáis al juego de las sillas!