El cine y la literatura mundial está lleno de historias sobre la mitomanía. Quién no recuerda la magistral comedia protagonizada por Jim Carrey, Mentiroso Compulsivo, o la angustiosa vida del protagonista de La vida de nadie, película en la que José Coronado interpreta a un hombre cuya existencia se basa en una cadena de mentiras. Quién no ha leído con espanto El adversario (el que no lo haya hecho, que lo haga ya), la novela de Carrere basada en el caso real del rey del true crime, Jean Claude Romand. Y, barriendo para casa, quién no ha flipado con el perfil psicológico de la protagonista de la nueva serie española de moda: Rosa Peral.
La mitomanía, también llamada mentira patológica o pseudología fantástica es un problema psicológico que el DSM no incluye como trastorno mental, por lo que no se considera una enfermedad. Tal y como explica la psicóloga Raquel Cardona, "es el acto de mentir compulsivamente con el objetivo de llamar la atención, provocar la admiración de los demás o evitar un castigo inminente", si bien, el mentiroso compulsivo, con el paso del tiempo, acaba mintiendo de forma adictiva, sin razón ni beneficio aparente.
Según Cardona, la mentira esconde rasgos concretos de la personalidad como altos niveles de ansiedad, una baja autoestima que lleva al mentiroso a engañar para presentarse más atractivo e interesante de cara a los demás, dificultad en las habilidades sociales, el estrés por la tensión que genera contar una historia que, si no es inventada del todo, está completamente deformada y la naturalidad a la hora de mentir, pues estos individuos "llegan a creerse sus propias fantasías".
La mitomanía se compara, además, con otros tipos de adicción pues "el autor de la mentira patológica siente la imposibilidad de frenar el impulso de mentir" y, una vez acometida la farsa, satisfacción y recompensan por haber mentido sin ser descubiertos. Y, cuando la mentira se usa para ocultar un delito, el delincuente que se excusa llega a creerse su falsa identidad.