La altura ha sido tradicionalmente fuente de complejos para la gente que mide menos. Nos guste o no, el canon de belleza generalmente ha apostado por la estatura, lo que ha generado un buen número de inseguridades físicas. De la misma forma que el peso sí ha experimentado oscilaciones en la posición del imaginario colectivo (el cuerpo socialmente bien visto ha variado mucho de un siglo o, incluso, de una década a otra), la altura ha permanecido inamovible: lo que dicta el canon es que lo bello es ser alto, o relativamente alto. Pero ciertos estudios recientes apuntan a que la venganza es, efectivamente, un plato que se sirve frío: la gente baja vive más años, según lo que apuntan distintas investigaciones.
Un estudio de 2012, centrado en hombres que habían servido en la milicia italiana, determinó que, una vez cumplida la setentena, los participantes que medían menos de 1,61 metros vivían más que los que superaban dicha altura, unos dos años de media de diferencia. El estudio, eso sí, no consideró otras variables como el peso de cara a la obtención de resultados.
Podría parecer un caso aislado, pero lo cierto es que hay más investigaciones que apuntan en el mismo sentido. En 2017, otro estudio recabó información sobre cerca de 4.000 jugadores de baloncesto (vivos y fallecidos) que habían practicado esta disciplina entre los años 1946 y 2010. Los resultados determinaron que aquellos que habían fallecido más jóvenes, eran también los que tenían una mayor altura. Hay que tener en cuenta, no obstante, que la investigación afirmó que había más factores decisivos en relación con la longevidad, como el estilo de vida de cada individuo.
Otro estudio, de la Universidad de Hawái en este caso, llegó a la misma conclusión, tras analizar a más de 8.000 hombres nacidos en Japón y Estados Unidos: especialmente quienes superaban el 1,80, vivían menos años. Las personas de estatura más baja tenían, según las conclusiones de esta investigación, mayor propensión a contar con el gen FOX03, asociado a la longevidad (lo comparten muchas personas centenarias). Se trata de un gen clave en la regulación de la producción de insulina, de forma que otorgaría una cierta protección genética ante enfermedades como la diabetes.
No es la única dirección a la que apuntan las investigaciones realizadas hasta ahora. Algunas de ellas ponen en valor la consideración de que una mayor altura provoca una mayor producción de células, lo que podría tener relación con la posibilidad de padecer algún tipo de cáncer. Organismos como el Fondo de Investigación Mundial para el Cáncer y el Instituto Estadounidense de Investigación para el Cáncer han revisado investigaciones que apuntan a ello.