La escena se repite cada 31 de octubre con puntualidad fantasmal, y no por conocida deja de tener cierto encanto. La reconocerás porque es la noche de Halloween y suena el timbre. Antes siquiera de abrir la puerta, un grito inunda los rellanos de tu edificio: ¡Truco o trato! Si no es un grito infantil, y por casualidad suena a voz madura, preocúpate. Puede que esté a punto de poseer tu cuerpo un demonio, o que tu vecino, ese que siempre saluda en el ascensor y te habla de las borrascas, haya decidido sacar a pasear su ira homicida haciéndose pasar por un niño de 8 años con una bolsa de caramelos.
Hoy te contamos el origen reak de la expresión "truco o trato" y por qué se grita cada vez que llega Halloween.
Como toda costumbre transplantada de otra cultura, y una en este caso que suele hacer enfadar a los puristas de las tradiciones, el uso de la expresión “truco o trato” en España se debe a una mala traducción del término original “trick or treat”, cuya traducción real sería algo parecido a: susto o regalo.
Nada de “truco”. El único ardid posible sería el de un mago, y si un señor con capa aparece en tu puerta para intentar enseñarte algún “truco”, huye cuanto antes o pide una orden de alejamiento. En cuestiones de cringe, después de los payasos, vienen los magos que sacan conejitos del sombrero.
Siguiendo la tradición, otro “truco” posible sería que alguno de esos adorables niños sacara una navaja y te pidiera las joyas y el dinero que guardas en casa, pero afortunadamente eso no suele suceder, que sepamos. Con los niños nunca se sabe. Pero regresando al término original, como decíamos, “trick” viene por el susto (todos esos niños aparentemente adorables vestidos de fantasmas, de brujas o de Freddy Mercury que te miran con los ojos muy abiertos y te chantajean para que les eches algo en la bolsa). “Treat”, ahora sí, por el dulce o el regalo que se llevarán por pasar delante de tu puerta.
En el original, no hay “trato” de ninguna clase. Sería maravilloso que abriéramos la puerta y un niño adorable intentara vendernos una enciclopedia, o pretendiera que firmáramos una hipoteca a tipo variable, condiciones muy ventajosas, señor, pero de momento, por desgracia, hay que conformarse con esa bolsa que abren para que les eches golosinas.
El recuerdo de los muertos a través del rito, de la hoguera y de la celebración es común a muchas culturas, que han recordado a los que entran y salen del inframundo desde el principio de los tiempos. Cristianos antiguos, romanos, celtas, gentes de México, españoles, colonos americanos, sajones… todos tienen un día para alejar los malos espíritus, purificarse y honrar a los muertos. Eso sí, el origen de esta festividad se remonta al Sanhaim, un rito celta en honor a los dioses de la naturaleza con el que se pedía que la cosecha fuera buena y se ofrecía alimento a los visitantes del inframundo colocando comida en las repisas de las ventanas.
Aunque hay abundantes textos escritos que han investigado cómo nació el “trick or treat”, la versión más aceptada sobre una modalidad muy primitiva del rito se remonta a la Edad Media, cuando los ciudadanos humildes y los pobres recorrían las calles y llamaban a las puertas para pedir limosna. Solicitaban la voluntad a cambio de un rezo especial. Esta voluntad era a menudo un “pastel de alma”, que se les daba a cambio de que pidieran al altísimo por el bienestar de los parientes de la casa. En cualquier caso, Halloween como tal nace en el 1000 DC, la Iglesia fija el 2 de noviembre como el día de muertos, o De Todos los Santos
El Halloween y el truco o trato de finales del XIX en Estados Unidos era muy diferente a esa demanda pacífica de chuches que se hace actualmente para evitar la travesura. En esa época, la noche de Halloween significaba “anarquía”, barra libre para la violencia material, y era habitual que los niños y adolescentes tallaran sus propias calabazas, se las colocaran en la cabeza y salieran a las calles a sembrar el caos, como si los muertos regresaran entre los vivos para vengarse.
Estas adorables criaturas rompían ventanas a pedradas, provocaban incendios, colocaban pastillas de jabón en las vías del tren para que descarrilaran y hasta llegaban a desmontar carros y los colocaban reensamblados en los tejados. El asunto llego a tal extremo que al Halloween de 1930, en la Gran Depresión, se le denominó “Halloween Negro”. La fiesta y la travesura ya se traducía en pérdidas económicas enormes para las localidades donde tribus de niños salvajes salían destruir el mobiliario y la propiedad privada sin pagar ningún precio.
El origen real de la expresión “truco o trato” como moneda de cambio en la noche de Halloween tiene su origen en Doris Hudson, la verdadera inventora de esta expresión en 1939. Hudson era una ciudadana estadounidense que refirió en un artículo en American Home cómo había conseguido pasar una noche de Halloween “tranquila”, sin que vandalizaran su casa. Relató que le había dado dulces a los adolescentes gamberros que pasaron a sembrar el caos en su propiedad. Gracias a este gesto, evitó quizás una desgracia, y de paso inventó una tradición que permanece inalterada a día de hoy.
Después del “trato” de Hudson, Halloween se dulcificó progresivamente en las siguientes décadas y se convirtió en una fiesta mucho más lúdica, sin incendios, posibles intentos de asesinato, tuberías rotas y mascotas empaladas en el jardín (por apuntar escenarios posibles). Marcas de golosinas como Hersey, o la propia policía y las autoridades locales de Estados Unidos, promovieron campañas para que esta noche violenta de travesuras se transformara en un rito analgésico y divertido donde los niños iban por las casas sin romper nada y pidiendo chuches con su mejor sonrisa en el rostro.