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La dismorfia corporal, un problema que las redes sociales no han hecho más que multiplicar

Instagram no es un amo inocente. Quiere que usemos sus herramientas para mantener intacta la estructura de la gran disonancia cognitiva sobre la que opera. No importa si nos conduce a hábitos dañinos-

Casi todo el que use esta aplicación o cualquier otra que tenga modificadores de belleza lo habrá experimentado. Nuestro pulgar, como un animal olfativo, recorre el carrusel en busca del filtro perfecto, la máscara que sustituya nuestra cara real por una lisura extraterrestre, unas pupilas más grandes y unos pómulos esculpidos en roca. ¿Labios finos o gordos? Mejor gordecitos, que dan mejor con la luz de este selfie y así atraen los likes como la carne a las moscas. 

Ya somos, sin remisión, productores forzosos de belleza y estilo de vida. Hemos sido devorados por un canon de belleza imposible de cumplir, en los cuerpos normativos y la maquinaria de propaganda estética con la que se nos inocula ese modelo de perfección; uno al que es imposible llegar y que, por comparación, deja a muchxs obsesionándose sus pequeños defectos. Humanos enfermos porque no somos exactamente el “otro”, el que aparece en la pantalla del teléfono y lleva nuestros rasgos. El proceso es tan simple que da miedo: con una simple pulsación, podemos aplicar el canon en nuestra cara gracias al algoritmo y el filtro que lo ejecuta. No ha pasado nada grave, o sí. ¿Qué hay del trastorno dismórfico corporal que, en buena medida, afecta ya a tantas personas? ¿Conoces el caso de Laura? Solo es uno tantos.

El otro yo de las redes sociales

Como todo regalo envenenado, los filtros han traído consecuencias a la relación que mantenemos con el algoritmo y la noción de nuestra imagen en la pantalla del móvil, a decir de los críticos que han estudiado las adicciones y las distorsiones en nuestra salud mental provocadas por redes sociales como Instagram.  

Desde la llegada de Snapchat, y posteriormente, Instagram o TikTok, esta decodificación y reformulación del cuerpo y la cara reales de una persona para convertirlos en una versión hecha a la medida de la ‘tendencia’ ha aumentado a niveles exponenciales los casos de personas que sufren un TDC (Trastorno Dismórfico Corporal): una preocupación mortificante por defectos físicos que percibimos en nosotros y que ritualizamos a través de la obsesión, pero que no tienen por qué ser reales.

El fenómeno fue detectado en Estados Unidos por una de las principales instituciones dedicadas a la cirugía plástica. Según los datos ofrecidos, más de un 50% de pacientes había empezado a solicitar operaciones y retoques estéticos enfocados a mejorar su aspecto en redes sociales.

Los responsables de alertar de lo que se venían llamaron a este fenómeno la “dismorfia de Snapchat”, resumiendo así la estrecha relación que existe entre los modelos estéticos homogeneizados impuestos por las redes sociales y la grieta irreparable en la percepción de nuestro físico. Al cuerpo digital le sonreímos, nos quedaríamos a vivir en él; al real, lo entregamos a la ansiedad, la depresión, la obsesión comparativa y una progresiva contaminación en nuestra mirada, pues habrá un momento en que no seamos capaces de vernos tal y como somos y haya que recurrir a un reseteo forzoso con alguno de estos consejos para volver a aceptarse al natural, sin filtro belleza o rinoplastia a golpe de click.

En países como Reino Unido, el problema es tan serio que, desde 2021, las autoridades han cerrado su puño de hierro para intentar atajar el uso masivo de filtros. La Advertising Standards Authority cortó el grifo de los filtros a las influencers y les prohibió hiperestetizar su cara cuando patrocinaran productos siempre y cuando la marca de la campaña pudiera sacar rédito de ello. Sería considerada publicidad engañosa.

Instalar una enfermedad producto de la tecnología en el centro de nuestro cerebro no parece algo buscado a propósito por los responsables de Meta, pero ahí están los informes internos de la propia compañía en los que se dan datos y estadísticas reales, y una conclusión que no debemos tomar a la ligera: Instagram perjudica gravemente la salud mental de los jóvenes, y por extensión, de quienes buscan en sus imágenes lavadas por el capitalismo un refugio de sí mismos y sus cuerpos reales.