Las películas románticas nos pintan la primera escapada de pareja como el viaje más ideal e inolvidable del mundo, y todos sabemos que la ficción dista mucho de la realidad. Inevitablemente vamos generando unas expectativas muy altas de este momento y cuando sucede cualquier cosa mínimamente negativa nos sentimos defraudados. Eso es lo que le sucedió a Sebastián:
"Tenía 17 años y todo estaba planeado. Mi novia de aquel entonces y yo íbamos a pasar una semana en una casa que sus padres tenían en Huelva. Para mí este viaje era muy importante porque íbamos a hacerlo por primera vez. Todo pintaba perfecto: vistas a la playa, la casa para nosotros solos y muchas ganas de estar juntos.
La primera noche fuimos a cenar y al llegar a casa nos pusimos al tema, pero no hubo manera. Fue un desastre total. Yo me imaginaba mi primera vez como el polvazo de mi vida, pero sin entrar en detalles no conseguí ponerme a tono y ella tampoco. Lo intentamos más veces y nada.
El tema del sexo hizo que estuviésemos muy tensos y nos pasamos el viaje entero discutiendo. Al final volvimos antes de lo previsto y no duramos mucho más tiempo como novios." Sebastián, 19 años.
¿Alguna vez has ido a una fiesta pensando que te lo ibas a pasar fatal y, efectivamente, acabaste aburrido contando los minutos para huir? Puede que la fiesta fuese un asco, pero es más probable que al ir predispuesto, actuases de otra manera. Este fenómeno es la profecía autocumplida o efecto Pigmalión y es lo que le ocurrió a Adrián:
"En el primer aniversario, mi chico quiso preparar una sorpresa. Nunca habíamos ido de viaje juntos y como le encanta organizar cosas, dejé que se encargase él.
El día antes le pregunté que qué tenía que meter en la maleta y me dijo: una linterna, unas deportivas y ropa cómoda. Ahí temí lo peor. No me pongo un chándal desde que iba a educación física en el instituto. Se nota que hacer deporte no es lo mío, ¿no?
Total, que al día siguiente me subí en su coche y partimos rumbo a ninguna parte. Pasaban las horas y los kilómetros y yo empecé a intuir algo… Todo era muy verde, la cosa pintaba a "fin de semana en el bosque". Por un lado me pareció romántico, pero por otro lado pensé que iba a morir de la alergia. Aun así sonreí, no era plan de arruinar el viajecito.
De repente tomamos un desvío y yo no pude ocultar la cara de terror porque había una señal de "camping". Lo siento en el fondo de mi corazón por los fans de las tiendas de campaña, pero yo soy más de dormir en una cama.
Efectivamente, mi novio había preparado tres días inolvidables en medio del bosque durmiendo en una tienda de campaña enana. Por cierto, me corté con un tubo cuando intentaba montarla. Me pasé el fin de semana de morros, pegado al spray antimosquitos y con los ojos rojos por la alergia. No quería salir del bar del camping y el intento de hacer una ruta de senderismo fue un fracaso.
Reconozco que fui un borde y un desagradecido, pero sirvió para tachar de la lista de "posibles destinos turísticos" cualquier camping. Mi novio sigue conmigo, supongo que esto es amor verdadero." Adrián, 18 años.
Sin embargo, a veces las cosas salen mal aunque pongamos todo el empeño del mundo. A Naiara el azar le jugó una mala pasada en su primer viaje de novios y todavía se estremece cuando lo recuerda:
"Mi primera escapada romántica con mi novio fue traumática. Pensarás que soy exagerada, pero juro que tengo trauma.
Íbamos a pasar un fin de semana en Lisboa, así que decidimos ir en su coche para quitarnos de líos de autobuses y tal. Cuando estábamos llegando, en plena autovía, oímos un ruido. De repente empecé a ver piezas por la ventana. Resulta que una rueda se había reventado porque había una pieza del coche rota que rozaba con ella.
Mi novio mantuvo el control y pudo parar el coche en el arcén, pero yo estaba atacada. Juro que estaba llorando como una loca mientras buscaba en Google cómo poner la rueda de repuesto y le daba indicaciones.
Tardamos tres horas en cambiarla, pero lo conseguimos, y cuando llegamos al hotel resulta que no era como en las fotos. La habitación era viejísima y enana, el desayuno eran cuatro galletas rancias y leche aguada, y el párking estaba lleno aunque se suponía que había una plaza por habitación.
Como el plan era hacer turismo y pasar poco tiempo en el hotel, nos dio un poco igual. Al día siguiente nos pateamos toda Lisboa, pero cuando llegamos al hotel y pasamos al lado del coche para ver si estaba bien nos encontramos la ventana del copiloto rota. Nos habían intentado robar.
Imagina el lío en comisaria sin entender nada y sin que nadie nos ayudase. Llamamos al seguro y la solución que nos dieron fue poner una bolsa en la ventana pegada con cinta aislante.
Al día siguiente nos volvimos a casa con un bajón terrible y yo le cogí un miedo al coche que todavía me dura. Desde entonces voy en bus o en tren a todas partes. El coche cuanto más lejos mejor" – Naiara, 21 años.
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