Echa un vistazo a los datos y te darás cuenta del cambio de paradigma que se avecina. Se calcula que para el año 2050 un 70% de la humanidad vivirá concentrada en grandes núcleos poblacionales inteligentes en el uso de sus recursos y fuentes de energía, más conocidos como ‘Smart Cities’ o ciudades inteligentes.
Son muchos los cambios que se anuncian para las ciudades de las próximas décadas: transporte urbano eléctrico, red de energía concentrada en paneles solares, red de carriles para bicicletas (carriles) integrada a la perfección con las vías de uso de vehículos y mayor participación de todos para construir el lugar en el que nos moveremos, viviremos y amaremos. Y todo enfocado a una sola palabra, un término para gobernarlos a todos: sostenibilidad.
No es otra cosa que una ciudad ‘mejorada’ en todos sus aspectos útiles, y una, además, que cuenta con conciencia ecológica para optimizar su espacio y sus recursos. El futuro no está escrito, pero se sabe que será necesario dar respuesta a problemas medioambientales y humanos con perspectivas de empeorar si no ponemos una bisagra en esa puerta: las emisiones de CO2 y gases de efecto invernadero, un tráfico cada vez más masivo, desabastecimiento de materias primas y servicios sanitarios para ciudades masificadas en las que nos apelotonaremos como ratones.
Buena parte de estos problemas se glosan en los objetivos del tratado 20-20-20 de la UE: reducir un 20% la emisión de gases contaminantes y el uso de energía, y aumentar otro 20% la generación de energía mediante fuentes renovables. Es una proyección a futuro, y muchas ciudades tratarán de adecuarse a ella para poder entrar en la selecta lista de urbes inteligentes.
No es oro todo lo que reluce. Muchos gobiernos y autoridades locales buscan ponerse este tipo de medallas para sus urbes pero muy pocas cumplen los criterios técnicos exigibles para que entrar en la selecta lista.
Es algo lo parecido a lo que sucede con la clasificación de las playas de nuestro país. Para que una playa obtenga un distintivo europeo debe cumplir una serie de normas de funcionamiento y pasar un examen, y para que una ciudad inteligente pueda ser considerada como tal, tiene que cumplir a rajatabla ciertos criterios ecológicos, éticos (y estéticos); una serie de prestaciones que armonicen y entrelacen las funciones de los distintos ‘actores’ : planificación urbana, medioambiente, gestión pública, transporte, movilidad e impacto internacional, entre otros.
El modelo actual de ciudad inteligente tiene fuerte presencia de las TIC: Tecnologías de la Información para mejorar las infraestructuras y conseguir un desarrollo sostenible, aumentar la calidad de vida de los que viven en ella, alcanzar la eficiencia en el uso de los recursos y conseguir que los ciudadanos participen en el desarrollo de iniciativas que la mejoren y den respuesta a sus propias necesidades ‘activamente’. Se podría hablar a su vez de distintos modelos posibles de Smart City: ciudad virtual (una réplica en realidad aumentada de la ciudad real con la que el ciudadano pueda interactuar desde sus dispositivos tecnológicos); ciudad digital (servicios básicos digitalizados que nos ahorren la presencialidad); ciudad ubicua (posibilidad de acceder a sus servicios desde cualquier parte del mundo).
En un artículo de BBVA, Carlos Navares explica un poco mejor las características de estas ‘ciudad del futuro’:
“El coche autónomo va a tener una influencia radical en la transformación del modelo de movilidad en las ciudades. Este nuevo tipo de vehículos es también un elemento altamente disruptivo desde el punto de vista de la energía, con cambios fundamentales como el que implica la carga de sus baterías”.
Por ponerlo en ejemplos más prácticos, la ciudad inteligente es la ciudad que asume como naturales las casas y edificios domóticos, los coches eléctricos (y una buena red de recarga), redes eléctricas por nódulos para el autoabastecimiento (en lugar de una telaraña centralizada), sensores inteligentes para cada subsistema (red de metro, por ejemplo) o la medición automática del gasto energético de cada ciudadano, entre muchísimos otros aspectos. Pequeñas revoluciones para el medio ambiente y la sostenibilidad que, sumadas, dan como resultado un sitio muy apetecible para vivir que deja de hacerle la cama al capitalismo inmobiliario depredador y al urbanismo sin conciencia.
Londres, Nueva York y Amsterdam, en este orden, son las reinas de la lista. Todas obtienen buenos resultados en la lista de criterios aplicables (movilidad, proyección, transporte…).
Por la parte que nos toca, según del ICIE, uno de los índices disponibles para medir la sostenibilidad, algunas ciudades españolas destacan en los apartados de movilidad, transporte y cohesión social. Madrid y Barcelona entran los primeros puestos del índice, seguidas por Zaragoza y Sevilla. Las peores posiciones se las llevan Murcia, Bilbao y A Coruña, con muchos aspectos mejorables en categorías como proyección internacional.
Otras ciudades españolas están trabajando de forma muy activa para alcanzar este modelo de sostenibilidad y automatización: en Bilbao, servicios de administración electrónica y datos abiertos; en Zaragoza, software libre y administración electrónica; Gijón, por su parte, lidera la movilidad eléctrica en sus vehículos municipales; Vitoria está desarrollando planes pioneros contra la contaminación acústica y una red de parques de alto valor ecológico.
Queremos ser referencia, y parece que se va consiguiendo.