La del ser humano y los plásticos es esa historia de amor tormentosa y apasionada que sabes, casi antes de que empiece, que va a terminar fatal. Al principio todo va bien, y quedan mutuamente fascinados, como si mirasen directamente al sol, pero una vez se pasa el efecto del eclipse y la mirada vuelve a unas condiciones normales, la magia desaparece. Esa persona te da un poco de grima, no entiendes cómo lo viste atractivo... ¡y ni siquiera le importas un poquito! De repente, los dos se dan cuenta de que son infelices. ¿El problema? Que no quieren estar solos, así que se limitan a esperar juntos a que llegue algo mejor. El resultado es una relación odiosa y agotadora, en la que ninguna de las partes sale bien parada.
Esta relación, que empezó hace menos de un siglo, no parece que vaya a acabar de manera inmediata. Pero, más allá del amor, las cifras hablan por sí solas: desde 1950, hemos producido unos 8.300 millones de toneladas métricas de plástico, de los cuales solo se han reciclado en torno al 9%, según Iberdrola. En España, el porcentaje sube hasta el 30% reciclado, aunque el 70% restante acaba en vertederos y el medio ambiente, donde se disgrega en micropartículas que contaminan las aguas, el aire, la fauna y, en última instancia, también nuestra salud. A estas partículas se las conoce como microplásticos, y en Yasss te contamos más de ellos.
La producción de plástico anual se ha ido multiplicando con el paso de los años, hasta alcanzar los 380 millones de toneladas que, según Greenpeace, se emitieron en 2015. Los plásticos, además, tienen una vida útil muy breve, y más de la mitad se convierten en residuos en cuatro años o menos. En ese contexto, y sabiendo que tan solo un 30% del total se recicla en España (pasando a un dramático 9%, si nos vamos a cifras más globales), parece obvio que tenemos entre manos un auténtico problema de residuos.
En el mundo hay, al menos, cinco islas flotantes de plástico, repartidas en tres océanos diferentes. Además, se sabe que los residuos que vemos son apenas la punta del iceberg; la gran mayoría se encuentran en el lecho marino, donde se acumulan toneladas de plástico y otros materiales desechados. En cualquier caso, sea en el fondo o en la superficie, el plástico que llega a los océanos y mares se degrada por distintos agentes, hasta convertirse en partículas de tamaño muy reducido, los microplásticos. Estas son ingeridas por diferentes seres, desde el plancton hasta los peces, que las confunden con comida.
Los microplásticos se pueden dividir en dos grandes categorías: los primarios, que son las partículas directamente lanzadas al medio (dos fuentes importantes, que además parten del uso individual de distintos objetos, son el lavado de la ropa sintética o el roce con el asfalto de los neumáticos), y los secundarios. Estos se originan a partir de la degradación de grandes objetos de plástico, como bolsas o botellas, y suponen entre un 69 y un 80% del total, según Radio Televisión Española (RTVE).
En 2016, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) aseguraba haber encontrado microplásticos en hasta 800 especies diferentes de peces, crustáceos y moluscos. Pero, si entramos en materia, encontramos otros estudios todavía más alarmantes, como aquel de finales de 2018 llevado a cabo por la ONG Greenpeace y la Universidad surcoreana de Incheon, que mostró cómo más del 90% de las marcas de sal internacionales contenían microplásticos.
Ya que estos plásticos no se biodegradan, sino que se desintegran en partículas más pequeñas, acaban siendo absorbidos por muchos tipos de organismos, entre ellos los seres humanos. El efecto en la salud humana es todavía desconocido. Por ahora, no existe consenso, aunque sí parece que las partículas más pequeñas conllevan más riesgos para nuestra salud, ya que pueden colarse en el torrente sanguíneo y alcanzar, entre otros, el hígado. Además, a menudo contienen aditivos y sustancias químicas potencialmente tóxicas para la salud de animales y personas.
Aunque la reducción de la contaminación plástica necesita de la implicación activa y el compromiso de los gobiernos y empresas, todos podemos contribuir individualmente. Por ejemplo, dejando de arrojar desperdicios a las calles, reutilizando el plástico existente y reduciendo su uso tanto como sea posible u optando por textiles naturales y de marcas sostenibles, entre otros. La clave está en educar a la mirada en prácticas más ecologistas.