Consumir, tirar, comprar. Consumir, tirar, comprar. Producir, cuanto más mejor. Una cadena que solo se interrumpe en el caso de que tengamos un poquito de conciencia y empecemos a fijarnos en nuestros hábitos. Hacernos preguntas, como siempre, es importante: ¿tienen sentido nuestras formas de consumo en ‘este tiempo de descuento’, con la crisis climática zapateando en el horizonte? ¿Son sostenibles? ¿Hay alguna otra manera de contribuir a la sostenibilidad del planeta con métodos que no sigan la línea recta –sobreproductiva, ineficiente y antiecológica– de este sistema?
Habría una manera. Te contamos cómo funciona la economía circular.
La situación es más o menos esta, según datos del Parlamento Europeo: cada ciudadano consume aproximadamente una tonelada de materias primas al año y produce unas cinco de residuos. Esto supone más o menos 2700 millones de toneladas en total, en un sistema económico lineal basado exclusivamente en crear cosas para después tirarlas y sustituirlas por otras que hagan el mismo trabajo; sin contar, por supuesto, con la enorme carga que esto supone para el medio ambiente. La sostenibilidad está en peligro.
Producir en grandes cantidades tiene su contraparte: extraer (recursos) en grandes cantidades: materias primas, por ejemplo. Desde dañar la atmósfera, pulverizar los sistemas a extinguir especies animales a razón de unas cuantas decenas por año, este ‘sistema’ sabe perfectamente lo que tiene que hacer para arrasar con todo; y nosotros, los consumidores, tenemos una gran parte de la responsabilidad. Nuestro olvido es siempre selectivo: queremos el producto (el último Iphone, la camiseta que lo peta), pero ignoramos el origen: cómo ha sido producido, en qué condiciones materiales viven los trabajadores que lo producen en masa, qué cantidad de materiales se han extraído para llevarlo a término, y así hasta que se nos atenace el estómago.
Nuestra forma de producción y consumo es lineal porque cada parte del proceso es un viaje de ida y vuelta, es decir, que cada proceso mira única y exclusivamente por su ‘beneficio’; no piensa en los otros, no los tiene en cuenta y genera sus propios desechos. De ahí que nos hayamos familiarizado con ese concepto tan siniestro de la obsolescencia programada: objetos (un microondas, una televisión, un mueble) diseñados para perder fuelle con el paso del tiempo hasta ser inservibles, momento en el que nos tocará ir a la tienda a comprar otro.
Esto, que puede parecer una simple escena sin ninguna clase de importancia dentro de la enorme rueda del capital y el consumo, en realidad es insostenible a largo plazo, con la merma de recursos del planeta y un drama climático que todavía está por revelarse como la última y definitiva destrucción de la raza humana (tiempo al tiempo). Pensemos en que la extracción de materias primas cruciales a este nivel de intensidad ha derivado en la escasez de algunas de ellas. Hasta desde un punto de vista filosófico parece un poco ridículo pensar que si compro algo ya estará previamente programado para autodestruirse, como el mensaje de una agencia gubernamental de espías, en un tiempo determinado.
Otro dato interesante de este sistema es que la parte final de la cadena, el reciclaje, entra en contradicción con el objeto de consumo. Muchos de los productos que consumimos no están pensados para ser reciclados (solo algunos materiales).
Podemos encontrar varias definiciones. De nuevo, citaremos la que da el Parlamento Europeo, que ha planteado ya varias iniciativas en esta línea. ‘La economía circular es un modelo de producción y consumo que implica compartir, alquilar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible para crear un valor añadido. De esta forma, el ciclo de vida de los productos se extiende’.
Los beneficios son de cajón. Muy técnicos y muy fáciles de explicar para que nos entren en la mollera dura: al respiro al medio ambiente y el descenso buscado de la contaminación, y mucho más allá de la ética que debería suponérsenos a todos llegado cierto punto de no retorno (la tierra no va a poder aguantar esta maratón vampírica de consumo de recursos a la que la sometemos), está también la seguridad en el suministro de materias primas clave; y last but not least, un consumo que empiece a ser de verdad responsable: compro un producto y puedo repararlo y reutilizarlo porque vivo en un sistema que lo permite. En lugar de producir y consumir mucho, producir y consumir mejor.
Hay además otros brilli brilli de tipo económico en este contubernio. Según fuentes de la UE, la Agencia Europea del Medio Ambiente y Zero Waste Europe, si se implementara este cambio en el sistema productivo y la economía se podrían generar 2 billones en ahorro neto en 2020 con la rentabilización de los residuos, y 580.000 nuevos puestos de trabajo. Ya hay varios países de la Unión que lideran la transición hacia este modelo productivo: Dinamarca, Finlandia, Letonia, Lituania y Hungría, a la gresca con sus gemelos malvados, los países que se han opuesto a cumplir el objetivo del 10% de reutilización de productos: Italia, República Checa, Portugal, Eslovaquia y Luxemburgo.