Que tu perro sea tranquilo y a ti no te saque nadie del plan de 'mantita-peli' un sábado por la noche no es casual. Todo lo contrario. Al menos, eso es lo que afirman un grupo de investigadores estadounidenses, que se han empeñado en averiguar hasta qué punto nuestro perro nos imita.
Para ello, se han hartado a hacer entrevistas. En concreto, 1681. Tanto a los dueños como a los perretes. A los primeros les preguntaron cómo eran ellos en la vida: si eran alegres, simpáticos, histéricos, amables, tranquilos, refunfuñones, abiertos, etc. También les preguntaron por sus mascotas: si eran obedientes, juguetonas, tranquilas, dóciles, nerviosas...
A los perretes en realidad no les preguntaron, pero sí estuvieron un tiempo observando su comportamiento (a ver si realmente se ajustaba la descripción de los dueños a la realidad o estaba sesgada). Las conclusiones, publicadas en la revista 'Journal of Research in Personality' son toda una sorpresa: efectivamente, nuestras mascotas nos tienen como modelo de referencia (como los hijos o los hermanos pequeños, vaya).
Así, alguien que dice a todo que 'sí' y es muy complaciente tiene más papeletas de tener un perro que sea muy activo y menos agresivo que alguien que lo es menos. Que los dueños serios tienen mascotas más receptivas al adiestramiento. O que los neuróticos tenían perros por lo general asustadizos. Por supuesto, si alguien es tranquilo, su perro también tiene muchas papeletas para serlo.
Al hacernos mayores y según nuestras vivencias así moldeamos nuestra personalidad. Vamos, que no somos los mismos con 10, 20 o 30 años. Pues a los perros les pasa un poco igual: que con la edad, y según cómo nos afecte la vida a nuestra forma de ser, así les afectará a ellos.
Eso quiere decir que si tú has sido amable con 10 años pero con 20 eres muy serio y formal, probablemente tu perro haya aumentado la docilidad con el paso de los años y rebajado un poquito el nivel de actividad (hacerse mayor también tiene que ver).