¿Te encanta "dar la brasa", como dices tú, a base de chistes, no?
Con el humor entras por la puerta de atrás de las cabezas de las personas sin que se den cuenta. La gente con los chistes se relaja un poco y tú pareces inofensiva y luego se quedan pensando un tiempo después de las risas. Yo lo que hago es llevar algunas situaciones al extremo, invertirlas, pasarlas a lo absurdo y remarcarlas aún más para que no pasen desapercibidas. Es maravilla.
¿Puedes decir burradas más grandes?
Tengo un tono cero provocador, al menos aparentemente. Puedo parecer incluso naif. No soy confrontativa y dentro de la parodia pasamos del humor a cosas muy serias. Por ejemplo, comparo la violencia de género con una casa en llamas: la razón de que la gente esté matándose y tirándose por las ventanas es el fuego, la violencia machista, y le doy a la actriz un extintor muy pequeño, enano, porque no tiene presupuesto. Ella es la ley de violencia de género y me dice: 'Oye tía, ¿pero qué voy a hacer con tan poca pasta?’. El actor, que hace de negacionismo machista, le dice: 'Oye, a ver, que hay muchos extintores falsos y bueno, a ver, no todas las estufas provocan incendios'. Y así. También hacemos que los calvos cobren un 20% menos porque sí, por serlo: ahí se ve lo injusto la brecha salarial.
¿Te sale solo lo de explicar?
No (risas), pero sí. Soy un poco evangelista. Lo intento hacer con el mayor cariño posible, porque es verdad que mucha gente que hace y dice cosas súper machistas lo que le pasa es que no se ha enterado todavía de nada. Pero a la vez es muy cansado, porque no se puede ir por la vida sin entender cosas básicas de derechos humanos. Es tu responsabilidad como persona. Guardo la esperanza de que se enteren por fin de que la mitad de la población mundial está bastante fastidiada, por la cuenta que nos trae a todas.
¿Todo el mundo pasa un proceso con el feminismo?
Claro, yo lo pasé de adolescente. Es fundamental leer, y buscarte tú qué leer, porque nadie te lo va a enseñar con nuestros planes de estudios. Pero la rabia por dentro también es mucha y te preguntas: ¿cómo coño has hecho para llegar a 2019 diciendo esas cosas? ¡Has hecho el viaje de tu vida como un saco de cemento! Y sí, pasa con padres, hermanos, algunas amigas… Y te preguntas: ¿hasta qué punto es obligación nuestra convencerles de que esto es un tema de derechos humanos básico? De momento tengo fuerzas y me trae muchas alegrías y muchas cartas dándome las gracias.
¿Te escriben dándote las gracias por entender?
Sí, muchas chicas jóvenes y chicos también. A los haters no les hago caso. La crítica constructiva bien, pero yo soy muy sensible y tengo mucho que hacer como para perder el tiempo con críticas que no quieren construir nada. Manolo, hazte la cena solo. Manolo, deja ya lo de las denuncias falsas. Exijo unos mínimos de humanidad y de conciencia para debatir. Igual que no voy a debatir con alguien que sea racista u homófobo, no lo voy a hacer con alguien manifiestamente machista.
¿Ha sido difícil cambiar el show a libro?
Súper difícil. Estuve cuatro meses solo leyéndomelo todo, queriendo hablar de Silvia Federici, el feminismo marxista, Celia Amorós… un taco así de alto de bibliografía. Y pensaba: qué gilipolleces estoy diciendo al lado de estas señoras que ya lo han dicho todo. ¿Qué puedo yo contar nuevo? Hasta que mi editora, Ana de la Fuente, sororidad máxima, me dijo: lo que importa es cómo lo cuentas tú, no que se haya contado mil veces. Así que he metido parte del show, parte de mi experiencia personal, todo eso que he leído, voces de gente, amigas… y lo agité con mucho sentido del humor. Y salió mi voz.
¿Se les quedan botando por dentro las reflexiones a la gente?
Sí, y bota bastante tiempo además. Veo mucho codazo en el público y en la gente que lee el libro cuando hablo de tópicos. Eso que nos dicen: ‘no hay patriarcado porque en mi casa manda mi madre’. ¡Anda ya! Esa condescendencia de decirnos que somos las más listas, porque trabajamos fuera y dentro…
Háblame de esa trampa de la doble jornada
Es la trampa del empoderamiento. Por un lado nos unimos a la toma de decisiones y hemos conquistado espacios de gestión de lo público y lo económico pero, por otro, lo hemos hecho sin abandonar la tradición y los cuidados y la casa. La mujer nueva ha cambiado en una generación como de una máquina de escribir a un móvil, y el hombre sigue igual. Veo tíos de 25 años con las mismas inercias que mi abuelo, que no sabe freír un huevo ni cambiar un pañal.
Dile algo al 'hombre nuevo'…
Que esto es cosa suya. Que mire a la generación anterior: lo diferente que es su abuela de su novia y lo parecido que es él de su abuelo. No en el curro, sino en casa. ¿Considera él que es responsabilidad suya el cuidado gratis de niños y viejos en su propia familia? Muchos siguen diciendo eso de ‘yo ayudo en casa’. El tema de los cuidados es fundamental: hay que empezar a repartir mejor. El feminismo debe dinamitar ese tipo de cosas, que son muy importantes en nuestra manera de entender el mundo.
¿En qué momento está ahora mismo el feminismo?
Ahora estamos en reacción. Los que estaban tranquilamente en su sofá, que pensaban que éramos inofensivas, están levantándose. Ha pasado en todas las oleadas del feminismo, que luego ha venido una reacción feroz. Y muchas veces nos han hecho daño. Por eso hay que seguir adelante. En la segunda Guerra Mundial las mujeres se incorporan al mercado laboral y luego de repente en los 50 vino ‘Mad Men’. El mercado se reequilibra siempre hacia el patriarcado.
¿En qué lo notas?
En que nos están intentado cambiar la agenda. Hace apenas unos meses hablábamos de cosas muy macro como el capitalismo y dónde se frabrican las cosas que compramos y que no valen según qué camisetas con lemas feministas porque las hacen una cría en Bangladesh y del reparto de los cuidados. Y eso era en medios mainstream, en revistas de moda, se estaba enterando hasta la última señora. Y ahora de pronto, la derecha quiere que nos pongamos a hablar de si aborto sí o no otra vez, algo resuelto en los ochenta. O si ley de Violencia de Género sí o no. Es un retroceso de más de 30 años. No hay que dejarles, hay que tirar para adelante.
¿Qué le dirías a una niña de 17 años?
Yo era una niña pequeña con 17, crecí muy tarde. Era muy empollona, lectora, ecologista, lo más importante eran mis amigas. Ni novio ni novia ni nada. Alucino un poco cuando veo a las chicas de 17 años de ahora. Y me gusta que quieran feminismo, así que les diría que lean. Hay una cantidad de iluminación gigante a su alcance que no se la van a dar, que se la va a tener que buscar ellas, y es precioso ese camino. Tu historia, tu genealogía y tus referentes, lo siento mucho, cariño mío, pero te lo vas a tener que buscar tú. En el insti la ilustración te la van a contar dejándote fuera: van a hablar de la construcción del ciudadano moderno y a la ciudadana moderna que la den, se fue, no existió.
¿Eras más feliz antes de ver?
Era todo más sencillo, pero yo no era más feliz. Veía el mundo de un modo superficial, el feminismo no estaba en el top de mis preocupaciones, pero cuando de pronto comencé a pensar por ahí me di cuenta de que unía todo lo que me preocupaba del mundo: medio ambiente, derechos sociales, globalización, el modo disparatado de ir como pollos sin cabeza por el mundo y currar como bestias y querer ser un American Psicho, cómo consumimos cultura, lo que tenemos asumido como normalidad, que siempre es lo que le gusta a un hombre blanco heterosexual…
¿Un ejemplo de esa normalidad cotidiana tramposa?
¡Los paritorios! Mira qué símbolo. Era lo que le resultaba cómodo al médico, una mujer tumbada con las piernas en los estribos, inmovilizada, pasando de una sala a otra, algo que no era bueno para la madre y su bebé. Piénsalo al revés: que para donar semen ponen a enfermeras entrando y saliendo de la sala interrumpiendo y que el frasco es muy cómodo para la enfermera que recibe la muestra pero incomodísimo para el donante. Es una tontería, no tiene sentido, ¿lo ves? Ahí está, eso nos pasa todo el tiempo a las mujeres. Los piropos por la calle dicen que son una tontería, joe, es normal, no te pongas así. Pues no, señores, es un modo de moverse por el espacio público que os resulta cómodo a vosotros, pero no a mí.
En el prólogo se mezcla el síndrome premenstrual con el de la impostora y un señor que vende cisternas
(Risas) ¡Todo es verdad! ¡Eso me ha pasado! Quiero que se entienda bien que la normalidad no está hecha para nosotras. Por eso no te enteras de sus síndromes premenstruales hasta que no hablas largo y tendido con tus amigas, o lees cosas del síndrome de la impostora y te das cuenta de que ellos llevan una autoestima puesta desde pequeños que da gloria verlos. Tienes una carrera, un master, te lo has luchado todo… y aún así te pones delante de un teclado medio temblando de miedo… y luego hay un taxista que dice que no hay mejor GPS que él sin despeinarse, o un fontanero que te dice que sí, que hay que levantar todo el baño porque no lo ve claro. Y todos hablan con esa autoridad porque les dan confianza desde pequeños y a ti están liándote con el leotardo rosa y que si cierra las piernas al sentarte y que si no vayas por ahí que es peligroso. ¡Es que con esas cartas no se puede perder! Ya querría yo esas cartas, ¡las tienen mejores de partida!