Ya han pasado varios años, pero propongo recordar el primer capítulo de 'Riverdale', por ser uno de los pilotos más curiosos de las series recientes. Si lo viste, seguro que lo recuerdas: su protagonista no tiene absolutamente ningún problema. No es que no nos interese ese problema (Jack, de 'Perdidos', o Ted, de 'Cómo conocí a vuestra madre', son personajes principales un poquito insustanciales; eso ya lo conocemos), es que no tiene absolutamente ningún problema.
Como ya sabes, esta producción adolescente, adaptación de una popular saga estadounidense de cómics, gira en torno a Archie Andrews, un chico tan guapo y tan exitoso cuyo único conflicto es que las chicas aún no se han acostumbrado a sus abdominales porque los ha conseguido trabajando en una obra durante el verano. A Archie le da vida KJ Apa, un joven y atractivo actor neozelandés que, al igual que Andrews, no parece haber tenido ningún problema de adaptación en la vida. Pero esto es puro prejuicio.
Y es que los problemas de Archie son: mantener la fachada de perfección americana, soportar la presión del mito adolescente, empatizar con dramas que no le importan un pimiento…
Este primer capítulo es un ejemplo de cómo han cambiado las cosas en el imaginario pop: el tipo por el que antes habríamos suspirado todos y todas, el que habría ocupado con una gran foto nuestras carpetas, es ahora un personaje aburrido. Y, al menos, es solo eso, aburrido, porque otras figuras de las que queremos hablar hoy, como Bryce Walker, de 'Por trece razones', o Nate Jacobs, de 'Euphoria', son directamente despreciables.
Aquí encontramos un doble fenómeno. Por un lado, una especie de deriva del patrón clásico del rompecorazones, del chico con problemas que a tu madre no le gustaría pero que a ti te habría encantado. Por otro, una reflexión sobre los privilegios del joven blanco, guapo y de familia adinerada, que está dispuesto a casi todo por conservar su posición de supremacía dentro de la jerarquía del instituto, aunque implique agredir o cometer bullying, o incluso crímenes más oscuros.
La ficción adolescente se ha convertido, como muchos otros géneros, en un campo de batalla de las guerras culturales, y en ella podemos analizar muchas de las estructuras de poder que están en el debate sociocultural.
Si hacemos un poco de memoria, encontraremos el germen de estas inquietudes en James Dean. El actor que murió estadounidense que murió a los 24 años, con su camiseta blanca y su chaqueta Harrington, legó a la posteridad, en películas como 'Rebelde sin causa' o 'Al este del edén', un estereotipo muy reconocible: el joven apuesto y algo traumatizado con el que te habrías casado, aunque te tratara regular, solo para solucionar sus movidas y verlo feliz. Porque no se puede ser tan guapo y tener siempre cara de acelga. Todo esto puede sonarte a antiguo, pero no lo es tanto.
En 'Es mi vida', otra serie adolescente icónica de los 90, Jared Leto daba vida a Jordan Catalano, que iba del mismo rollo. Por suerte, este cliché está en franca decadencia. Por algo vivimos en la era del empoderamiento femenino y de las relaciones sanas. Ya no estamos para tonterías. Ya sabemos qué es eso de la carga emocional (cuando tu pareja no sabe solucionar sus dramitas y los paga contigo) y que si no te trata bien será que no le gustas tanto. Los que se pelean no se desean. Se pelean y ya está. Si le pasa algo que lo consulte con la almohada. Y tú mientras puedes irte de fiesta.
Podríamos decir que Bryce Walker, de 'Por trece razones', y Nate Jacobs, de 'Euphoria', son la última reimaginación de este símbolo pop. Y no sabemos si es que en ellos se cargan más las tintas de la crítica social, o que nosotros lo vemos así porque consumimos estas series ahora. No nos es tan fácil apreciar todos esos matices culturales en personajes de hace más de 50 años, como los de James Dean.
Sea como sea, ambos protagonistas (y a quienes podríamos añadir, por ejemplo, al Chuck Bass de 'Gossip Girl') tienen varios puntos en común: son ricos, apuestos, deportistas y exitosos (tal vez por todo lo anterior), no dudan en usar recursos más que cuestionables para lograr sus propósitos, le pese a quien le pese (son agresores sexuales), y son capaces de todo con tal de perpetuar su 'statu quo' (el bullying como método para regular el poder, la violencia como método para mantener a raya posibles amenazas).
En la era del feminismo, del Orgullo racial y LGTB+, estos paradigmas no nos hablan de otra cosa que de las reticencias de los que mandan al cambio. Se les huele el miedo.
La tercera temporada de 'Por trece razones' generó una conversación interesante y oportuna para ilustrar todo esto: tras un giro que no vamos a explicar por si acaso no la has visto, los guionistas deciden humanizar a Bryce Walker, violador, agresor y villano de la serie hasta entonces. Pero, ¿se puede humanizar a un personaje así? ¿Se debe? Tal vez habría que cambiar los términos. Humanizar no es que se pueda, es que se debe. Otra cosa es glorificar o romantizar.
A 'Por trece razones' esto le salió regular, pero no a 'Euphoria'. Como te decíamos, Nate Jacobs (al que interpreta un inquietante y doliente Jacob Elordi) muestra ciertas afinidades con el personaje de Bryce Walker, pero de este no solo conseguimos entender por qué se comporta así, sino incluso desear que salga de ese bucle de violencia. Es tan sencillo, y tan difícil, como retratar a un protagonista con múltiples defectos sugiriendo un origen para sus traumas.
En este caso, el padre de Nate Jacobs es un hombre violento que no permite las disidencias y eso nos permite comprender que su hijo replique sus comportamientos, pero también que sea tan incapaz de gestionar sus deseos y emociones.
Por suerte, esta decadencia del perfil del 'chico alfa' al que nos referimos hoy también está aportando resultados positivos. Hay referentes de masculinidad que se resisten al cambio como si les fuera la vida en perpetuar su poder (esto lo puedes ver perfectamente en la política actual), y los hay que optan por el aprendizaje, el entendimiento y la empatía.
Al igual que James Dean creó la imagen del rompecorazones que se callaba sus dramitas, hay un icono juvenil muy significativo que se ha convertido en nuestra debilidad. ¿Sabes quién es Noah Centineo, el protagonista de la película 'A todos los chicos de los que me enamoré'? Su Peter Kavinsky representa cierta separación de la masculinidad mal entendida en la ficción juvenil.
Porque aunque es un personaje con muchos grises (como decíamos antes, la fachada de la perfección, la presión del mito adolescente), es también un tipo que está constantemente queriendo entender (en su relación con las chicas, en el abordaje de sus propios miedos y heridas personales), constantemente queriendo ser mejor. Y nosotros queremos ser de esos. Queremos enamorarnos de esos.