Cada vez que comienzo a escribir un libro o que tengo una idea para un vídeo o que se me ocurre un proyecto, sé que pasará. Que tendré que enfrentarme a mucho más que a mis propios miedos, pero es la única forma de pelear que conozco, pero lo mismo nunca te has planteado lo que supone tu voz en mi viaje.
No busco tu halago, pero tampoco tu saña. Busco aprender y ser mejor. Con cada acierto y con cada error. No es cuestión de edad, sino de saber escuchar. Tú y yo. Porque cuando creo comunico, comparto, me arriesgo, me desgarro. Y como con cualquier herida, sangro. Para después cicatrizar. Para después dibujar un tatuaje sobre la vieja herida que no la esconda, pero la haga más bella, más mía. Con tinta e historias.
Cuando nos arriesgamos, hay miedo. Miedo a equivocarnos, a descubrir que no tenemos voz, que no nos oyen, que estamos solos, que no nos entienden. Miedo a olvidar por qué lo hacemos, a perdernos por el camino. Hay que ser valiente para enfrentarse a todo ello. Hay que ser valiente para tomar decisiones. Héroes y heroínas. Para escribir, para componer, para bailar, para investigar, para enseñar, para conocer… Hay que ser valiente porque descubriremos cosas que no nos gustan. De los demás, pero sobre todo de nosotros.
De nuestras posibilidades, pero también de nuestros límites. Y nos daremos cuenta de que vivimos con un desconocido con el que nos vemos obligados a entendernos. Porque al final eso es la vida: un viaje en el que sincerarnos con nosotros mismos. Y cada uno lo hacemos como podemos, como nos han enseñado, como hemos aprendido.
Y en esta batalla, apareces tú. ¿Como aliado? ¿Como rival? Con el poder de ser mi mejor maestro o mi adversario más cruel y decisivo. Y todo, probablemente, sin que seas consciente de ello. Que con un solo golpe puedes fulminarme, dejarme en el suelo, acabar con la esperanza de que pueda seguir adelante. Poco riesgo corres jugando a adivinar mi futuro cuando me lo pavimentas con tus palabras. El riesgo existiría si me acompañases en parte del viaje. Si sacrificaras algo de tu agua o me prestaras el mapa para superar los escollos más áridos de la travesía. Pero ambos sabemos que temes que te adelante, como si esto fuera una carrera y no un relevo de guardia para ayudarnos a conquistar nuestros sueños. Para no dejar que la desesperanza gane terreno. En equipo.
Tu crítica puede hacerme fuerte. Es lo que busco. Es lo que quiero. Lo que necesito. Ay, pero qué miedo dar vernos reflejados en el otro. En lo que fuimos o en lo que podemos llegar a ser, en lo que puede llegar a quedar de nosotros. Sí, temo tus palabras porque aún desconozco el poder de las mías. Pero al final miraremos hacia atrás y habrá que hacer recuento de lo que construimos y de lo que destruimos por el camino. Y no quiero encontrarme con un paisaje quemado a mi paso, sino con tierra fértil, para mi futuro, pero también para el de los que vienen detrás. Es mi deber, y el de quien sabe algo, por poco que sea.
No, nadie nace sabiendo a hacer las cosas perfectas.
Pero sí a ser amable.