Irene Solà: “Estar rodeados de ficción es de las cosas más fantásticas que los humanos podemos hacer”
Charlamos con la escritora Irene Solà, que acaba de publicar la novela ‘Los diques’
Una narración ubicada en un pequeño pueblo rural al que regresa la protagonista tras unos años en Londres
Un reencuentro con el pasado que la autora utiliza para reflexionar con el lector sobre el origen o la pertenencia de las historias que contamos
Cuando Irene Solà (1990) empezó a idear su novela ‘Los diques’ (L’Altra, 2018 / Anagrama, 2021), se le vinieron a la cabeza una serie de preguntas sobre las historias que nos rodean. Cuestiones como de dónde salen esas narraciones, a quién le pertenecen o qué poder tiene el que las cuenta por encima de los que son contados.
Unos interrogantes sobre los que reflexiona en este libro de la mano de su protagonista, Ada, quien regresa a su pequeño pueblo rural tras pasar unos años en Londres. Una vuelta que supone también una recuperación de su antiguo universo a través de relatos tanto inventados como reales en torno al lugar y sus vecinos, y por lo tanto, de su vida.
Pregunta: ¿Qué son esos diques que dan título al libro?
Respuesta: Me interesó la idea de los diques como una figura que intenta controlar y organizar el agua. Me atraía esa imagen a la hora de pensar en la narrativa, en las historias, en la existencia como una gran masa de agua que no tiene en sí misma un sentido, una moraleja, ni un principio ni un final, sino que en ella todo transcurre a la vez. Los diques me hacían pensar que eran como el hecho de contar historias. Organizar y dar sentido a la vida. Ir ordenando nuestra historia.
¿Por qué crees que tenemos esa necesidad de contar historias?
No estoy segura de si todos tenemos una obligación de contarnos a nosotros mismos, pero sí que estaría de acuerdo en que la mayoría tenemos una necesidad de escuchar historias o hasta de crearlas. Y esta característica, la de estar rodeados de ficción, tiene que ver con el hecho de que es de las cosas más fantásticas que los humanos podemos hacer. Creo que las historias nos gustan mucho, o a mí por lo menos, por dos razones: porque tienen que ver con el goce, con el placer, porque es divertido imaginar y meternos dentro; y por otro lado, porque tienen que ver con la reflexión, con el pensar, con el entender.
Cuando empiezo a escribir me pregunto qué me interesa, qué me preocupa, qué cosas quiero preguntar, qué quiero analizar
En el caso de tu libro las historias se suceden unas a otras y muchas no están ligadas, como cuentos distintos dentro de la obra. ¿Por qué escribirlo así, fragmentariamente?
Yo estudié Bellas Srtes, por lo que aprendí a narrar desde metodologías del arte contemporáneo. Esto quiere decir que cuando empiezo una novela no lo hago decidiendo qué voy a escribir, ni qué personajes va a haber, sino que me pregunto qué me interesa, qué me preocupa, qué cosas quiero preguntar, qué quiero analizar. De esta manera, mis libros se van construyendo de una manera muy orgánica y mi sensación es que cada proyecto es distinto y que tiene unas necesidades diferentes en muchos niveles. ‘Los diques’ tiene esta estructura porque necesitaba ser escrito así.
Un hecho que te permite jugar con la realidad y la ficción. Y con sus límites.
Mi trabajo, mi narrativa, tiene que ver con hacerme preguntas. Sí que planteo muchas cuestiones alrededor de la realidad y la ficción y de la línea fina que las separa. Y cómo se relacionan. Es por ello que ‘Los diques’ se divide de manera fragmentaria entre estas escenas del día a día y los cuentos que escribe Ada.
Cuando yo era adolescente sentía que todo lo importante pasaba en las grandes cuidades
Todo ello lo enmarcas en un mundo rural. ¿Qué aporta a la novela?
Cuando yo era adolescente y me empecé a interesar por la escritura, sentía que todo lo importante pasaba en las grandes ciudades. Tenía muchas ganas de irme a estos lugares para que todo el mundo pudiera conectar con mis historias, algo que creía que no iba a suceder si las ubicaba en el pueblo donde yo me había criado, en un lugar pequeño y rural muy parecido al de mi libro. Así, a los 18 me marché corriendo a Barcelona, luego viví en Londres muchos años, pasé por Nueva York… Sin embargo, poco a poco me fui dando cuenta que, si bien en estas ciudades pasan cosas muy interesantes y se pueden basar novelas ahí, esas no eran las historias que a mí me interesaban contar. Que yo podía escribir una obra contemporánea situada en un contexto rural.
Un mundo en el que los animales e incluso los elementos atmosféricos funcionan como un personaje más. Donde hay belleza, pero también mucha violencia.
Situar la novela en este contexto me permitía reflexionar alrededor de algunas ideas como el antropocentrismo, el concepto de naturaleza o el poder de aquel que cuenta una historia por encima de aquellos que son contados en una historia. También me servía para trabajar con ciertos choques, con ciertas violencias que se dan cuando se juntan diferentes maneras de vivir en el mundo.