Lidia García presenta el libro '¡Ay, campaneras!': “Convertirse en folclórica era una opción para superar la pobreza”
Lidia García presenta el libro '¡Ay, campaneras!' (Plan B, (Penguin Random House), tras el éxito de su podcast
La escritora recupera "las canciones de nuestras abuelas" y analiza todo lo que nos enseñan sobre nosotros mismos
"Con la copla ha habido un componente de género y de clase social que ha hecho que no la hayamos tenido en consideración"
Hemos escuchado a nuestras madres y a nuestras abuelas cantar las mismas canciones durante décadas, y en los karaokes no necesitamos leer la pantalla para recitar entera la letra. El cuplé, la zarzuela y especialmente la copla forman parte de nuestra identidad y Lidia García (Montealegre del Castillo, Albacete, 1989) se ha propuesto poner en valor esas canciones y a esas artistas que, de tan cerca como las tenemos, a veces no somos capaces de valorar en su entera dimensión. '¡Ay, campaneras!' es su primer libro, un recorrido personal por la música tradicional española que nos enseña mucho de ella y de nosotros mismos.
Pregunta: En tu cuenta de Twitter, tu podcast y ahora tu libro, nos redescubres artistas y canciones que conocemos de sobra, pero en las que no habíamos reparado demasiado. ¿Crees que hemos prestado menos atención a la copla por ser una música asociada a mujeres?
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Respuesta: Es algo que me ha pasado a mí misma. Pasa como con el turismo: te vas a una ciudad nueva y a todo le prestas atención, y lo que has tenido cerca toda la vida te pasa desapercibido. Pero sí, con la copla en particular ha habido un componente de género y de clase social que ha hecho que no la hayamos tenido en consideración. Y el franquismo hizo mucho daño, porque se veía como la música del régimen.
¿Seguimos relacionando a las folclóricas con el franquismo?
Esa relación perdura, sobre todo en las generaciones que nos preceden. Y es normal, a alguien que vivió la dictadura y veía cómo la copla copaba el panorama cultural mientras se arrinconaba otras músicas, entiendo que le cause rechazo. Aunque desde los 70 ha habido voces en contra de esto: Carlos Cano, Martirio, Vázquez Montalbán… Pero sí, hay un componente generacional en poder acercarnos a la copla de otra manera. Una manera que no rehúye sus sombras: no solo la relación con el régimen, sino también los mensajes patriarcales de las letras, por ejemplo. A mí lo que me interesa sobre todo es su valor testimonial, la información que nos da la copla de cómo se vivía.
Esta reevaluación, ¿es solo cuestión de tiempo o hemos aprendido a mirar de otra manera?
Un componente fundamental es haber integrado la mirada feminista, un feminismo transversal que incluye otros componentes como la clase social. Esa es la lente desde la que miro estas músicas. Tenía la inquietud de entender por qué mi madre cantaba estas canciones mientras nos cuidaba, mientras cocinaba… Sin la pulsión de entender eso, no me hubiera interesado por la copla.
Algunas folclóricas conectan muy bien con las nuevas generaciones, aunque no tienen un recuerdo natural de ellas.
Es algo que tiene que ver con la memoria colectiva. Recordamos a Lola Flores, a Rocío Jurado… Nombres muy escogidos que tienen que ver no solo con su legado musical, sino con su categoría como ídolos pop. Lola Flores es quizás el mejor ejemplo. Por eso en el libro también hablo de esa crónica rosa que nos arroja tanta luz sobre los personajes y sobre la sociedad del momento.
¿Las folclóricas son las divas españolas?
En la 'cultura marica', que es la propone normalmente ese estatus para las artistas, las folclóricas sí que han funcionado como divas a todos los niveles. Quizás no con esa palabra, pero la feminidad potentísima, la gestualidad extrema, el estilismo imposible, la vida privada que se fusiona con lo que se canta… siempre han estado ahí.
Muchas de esas artistas venían de entornos más que humildes.
Las folclóricas, las cupletistas, las cantantes de zarzuela… Nos podemos ir muy atrás y vemos una figura que se repite: llegan al estrellato desde un origen muy humilde, con ese relato de heroína que vence todas las dificultades hasta que triunfa. El caso de Concha Piquer es quizás el más famoso, que robaba patatas para que su familia pudiera comer y de repente estaba triunfando en Broadway. O Lola Flores, que se iba a pedir a casa de los ricos con su madre, fingiendo que eran viudas, para conseguir algún dinero y que la niña pudiera seguir cantando. Estos relatos se han visto de manera anecdótica, folclórica en el sentido más estricto de la palabra, pero dan cuenta de las condiciones de vida a las que se enfrentaba la mayoría de la población. Y convertirse en folclórica era una de las únicas opciones para superar ese nivel de vida. Eso se vendía como posibilidad de éxito para todas, aunque solo le ocurría a unas pocas.
Te describes como “bollera, coplera y de clase obrera”, ¿cómo se conjugan esas características?
Le doy importancia a ser honesta con el lugar desde el que estás diciendo las cosas. En el libro dejo muy claro que no se trata de una historia en un sentido académico, sino que es un recorrido personal, y como es personal hablo de mi vida, de la conexión que tengo con estas canciones y de la manera en la que me apelan. Y eso tiene que ver con el hecho de ser mujer, de ser bollera y de aspirar a ese ascenso social con el que también soñaban ellas.
La copla ha sido un espacio de identificación para las personas fuera de la norma
Las identidades LGTBIQ+ han encontrado a lo largo de la historia una vía de escape en la música española.
Esa conexión siempre ha existido, incluso cuando era más difícil. Ahí está Tomás de Antequera, el Titi, canciones como ‘El mocito jazminero’… Y la complicidad de las folclóricas con su público marica (mis niñas de pelo corto, como decía la Jurado) y bollero. La copla ha sido un espacio de identificación para las personas fuera de la norma: por esas historias tremendas que nos apelaban, protagonizadas por personas que no encajaban y que se salían de las normas sociales.
¿Qué momento de la copla le pondrías a un extranjero que no sepa nada de ella?
No es estrictamente copla o alguno de los géneros que suelo tratar, pero creo que sería a Rocío Jurado cantando 'Qué no daría yo' en el espectáculo Azabache. Es algo de otro mundo.