Personas LGTBIQ+ de todo el mundo y de todas las épocas se han enfrentado al mismo prejuicio: lo suyo no es natural. No es normal. Los seres humanos están hechos para emparejarse entre hombres y mujeres y tener descendencia, como hacen los animales. Y la ciencia, tradicionalmente, ha dado la razón a esos pensamientos. La homosexualidad, la bisexualidad y las identidades trans se han visto como enfermedades psicológicas o desajustes genéticos, y se han intentado revertir mediante terapias de conversión o electroshocks. Pero, ¿qué pasaría si la ciencia se equivoca?
En 1997, la bióloga estadounidense Joan Roughgarden fue a su primera marcha del Orgullo en la ciudad de San Francisco. Allí contempló a un gran número de gente que no encajaba en el molde de lo que la ciencia suele poner como ejemplo de lo que es normal. Ella misma formaba parte de ese grupo, puesto que en muy poco tiempo comenzaría su transición y se convertiría en una mujer trans. Y pensó: quizás no es toda esta gente la defectuosa, quizás es la biología la que falla.
En su clásico ensayo 'El arcoíris de la evolución', publicado en inglés en 2004 y que llega ahora traducido de la mano de Capitán Swing y con prólogo de Alana Portero, Roughgarden desmonta el principio que Charles Darwin acuñó en 1871 y que denominó “selección sexual”.
En esta teoría, Darwin aseguraba que “los machos de una especie sienten más pasión que las hembras”. También, que “las hembras escogen como pareja sexual a los machos más vigorosos y atractivos”, lo que explicaría por qué los pavos reales han desarrollado sus coloridas colas o los ciervos sus vistosas cornamentas. Esta diferenciación entre unos machos apasionados y promiscuos y unas hembras selectivas y remilgadas ha tenido gran peso en cómo los humanos nos vemos a nosotros mismos.
Pero, como explica Roughgarden, la naturaleza no da la razón a Darwin. Para empezar, la división de una especie entre machos y hembras no es automática. “Si haces submarinismo cerca de un arrecife de coral”, explica la bióloga en una de sus charlas, “un tercio de las especies que ves serán machos y hembras en diferentes momentos de su vida”. Tampoco es universal que sean las hembras las encargadas de gestar y cuidar a las crías: “en la mayoría de peces lo hacen los machos. El ejemplo más conocido es quizás el caballito de mar, cuyas hembras deben seducir a machos y son estos los que quedan ‘embarazados’. En el caso de los pájaros, en la mitad de las especies tienen cuidan las hembras y en la mitad los machos”.
Hay también ejemplos en la naturaleza de ‘terceros sexos’ que van más allá de los géneros normativos. “En el combatiente (Calidris pugnax), un ave que vive fundamentalmente Asia y África, hay varios tipos de macho, y tienen funciones distintas dentro del apareamiento. Unos no conviven con las hembras y solo se aparean con ellas, y otros conviven con ellas y sirven de enlace para que unos y otros se apareen. Ambos son fundamentales para asegurar la especie, pero con un papel diferente”.
Si el género no acaba en los tradicionales macho y hembra, el comportamiento sexual es igualmente tan diverso como la propia naturaleza. El sexo entre individuos del mismo sexo se da en elefantes, cabras, primates, delfines, bisontes, hienas, jirafas, leones, ovejas, perros… La lista continúa. “Hay más de 300 especies documentadas donde se dan estas prácticas”, explica Roughgarden. “Un caso particular es el de los bonobos, una especie de la familia de los simios cuyas hembras tienen sexo con otras varias veces al día, como método para estrechar lazos entre ellas”.
Para la bióloga, este intercambio tiene un sentido evolutivo: “buscar el placer mutuo es un mecanismo de la evolución que produce vínculos más solidos entre individuos. Cuanto más sólidos sean, más sincronizados estarán, mejor resultado tendrán sus tareas comunes y más capacidad tendrán para la supervivencia”.
¿Ha sido entonces la diversidad humana clave para que nos hayamos convertido en la especie dominante del planeta? Lo que parece claro es que, a quien siga creyendo que la homosexualidad o la transexualidad no son naturales, es la propia evolución quien le dice que se equivoca.