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Volver a casa y al armario en Navidad: una realidad a la que se enfrentan muchas personas LGTBIQ+

  • Enrique F. Aparicio (@esnorquel) visibiliza en Yasss lo que supone, para muchas personas del colectivo LGTBIQ+, el regreso navideño al hogar en el que crecieron

  • Para muches, la vuelta a casa es un reencuentro no solo con familiares y amigos, sino también con la culpa, con el miedo y con el armario

  • Algunas familias toleran a sus hijos diversos, pero directa o indirectamente les piden que rebajen su compromiso con su identidad, que faciliten la convivencia de todos "camuflándose"

Son días de regalos, reencuentros y buenos deseos. Si la variante ómicron no lo impide, el deseo o la obligación de los que vivimos lejos del lugar donde nacimos será volver a nuestra ciudad o nuestro pueblo. La expectativa de unos días en familia se muestra alegre y emocionante en canciones y anuncios, pero para muchas personas LGTBIQ+, el regreso navideño al hogar donde crecimos es un reencuentro no solo con familiares y amigos, sino también con la culpa, con el miedo, con la vergüenza. Con el armario.

Hay una razón por la que la mayoría de personas del colectivo que nos criamos en sitios pequeños nos marchamos en cuanto podemos. Aunque los tiempos van cambiando, vivir la infancia y la adolescencia en un pueblo o en una pequeña ciudad ha marcado y sigue marcando. Para muchos de nosotros, mudarnos a grandes ciudades ha sido un paso imprescindible para poder construirnos como individuos, lejos de los prejuicios que vivimos o intuimos en nuestro pasado. Reconciliarnos con quienes fuimos (y con el sitio donde vivíamos entonces) es un proceso lento y costoso, para el que muchos de nosotros precisamos de ayuda profesional.

Volver a casa en Navidad: un verdadero reto para muchos

Hoy los sitios pequeños están más expuestos a la diversidad sexoafectiva: son numerosos los orgullos rurales y las asociaciones que ponen voz y cuerpo al colectivo en municipios y comarcas de toda España. Pero para quienes recordamos el Messenger y el Fotolog, volver a casa está relacionado, a menudo, con regresar a una pantalla anterior de nuestro desarrollo; volver a sentirnos vigilados, observados, juzgados. Incluso si objetivamente ya no hay razones para ello, nos cuesta mostrarnos tal y como somos en un sitio donde aprendimos que eso era peligroso. Porque los traumas sobreviven a las cosas que los provocan.

Incluso si uno está fuera del armario en casa, la marca de la culpa es poderosa. Muchas familias toleran a sus hijos diversos, pero directa o indirectamente les piden que rebajen su compromiso con su identidad, que faciliten la convivencia de todos camuflándose, desapareciendo. Cómo nos vestimos, cómo nos expresamos, cómo nos movemos… A veces podemos llegar a diluir nuestra diversidad para no resultar molestos, para no estar fuera de lugar (del lugar de la norma cisheterosexual, claro). La distancia entre la tolerancia y la aceptación es grande, y mucho más lejos está la celebración de lo que somos.

Hay, claro, escenarios peores. Muchas familias rechazan con mayor o menor fiereza nuestras identidades, y solo la fuerza del compromiso navideño explica el trago por el que tienen que pasar esas personas LGTBIQ+ para las que volver a casa en Navidad es un verdadero reto. Se ven obligados a abandonar el entorno seguro que han construido como adultos para volver a ser niños, niñas, niñes a merced de una autoridad más grande que censura su existencia. Parejas que jamás se incorporarán al ecosistema familiar, identidades de género que quedan en suspenso durante las fiestas… Para mucha gente del colectivo, su identidad se queda en la puerta del hogar donde crecieron.

Reconciliarnos con quienes fuimos (y con el sitio donde vivíamos entonces) es un proceso lento y costoso

Los recuerdos que trae el regreso al hogar

Cuando se ha vivido una adolescencia marcada por el rechazo a uno mismo, por el miedo y por la culpa de ser algo que el mundo ve como antinatural, el escenario de esa pelea interna queda marcado, quizás para siempre, por ella. La LGTBIfobia interiorizada, esa que llevamos dentro las personas del propio colectivo, está tan profundamente enraizada en nuestra educación que arrancárnosla nos deja unas secuelas que tardan en cicatrizar. Incluso cuando vivimos una vida plena en los lugares que hemos elegido, el regreso navideño al hogar donde vivimos odiándonos a nosotros mismos trae esos recuerdos de vuelta.

Volver a las habitaciones donde nos sentimos solos, recorrer de nuevo las calles que se nos hacían eternas huyendo de la mirada de los demás, enfrentarnos de nuevo al horizonte hacia el que huimos en un momento dado. Volver a casa supone revivir sentimientos que, por mucho que los hayamos trabajado (en terapia, en grupos de apoyo o con redes solidas de afecto con nuestra familia escogida), pueden encontrarnos con el pie cambiado.

Pero, como reza una de las organizaciones LGTBI más reconocibles a nivel mundial, 'It gets better'. La cosa mejora. El tiempo es casi siempre el mejor aliado para hacer las paces con quienes fuimos, con quienes el sistema nos obligó a ser. Cuando uno es capaz de no bajar la cabeza paseando por las calles que le vieron crecer, de no esquivar la mirada de quienes le observaban como a un bicho raro, de no esconderse ante nada ni ante nadie… La vuelta a casa puede ser sanadora y terapéutica.

Muchas personas LGTBIQ+ están en ese camino, pero aún no han llegado a puerto. Y estos días necesitarán (necesitaremos) un extra de cuidados, de compañía (un mensaje, una llamada) para sobrellevar la obligada visita familiar, para atravesar ese paréntesis que representa la Navidad en mitad de la vida que sí han elegido. Cuidémoslos, cuidémonos.