Cuando en junio nos desconfinaron, una sensación de tranquilidad invadió nuestro cuerpo. Aunque sabíamos que las reglas del juego habían cambiado, nos convencimos de que la normalidad poco a poco llegaría. Han pasado cuatro meses y la realidad ha sido diferente.
Los contagios por coronavirus no cesan y muchas comunidades autónomas han vuelto a aplicar medidas de confinamiento. Salamanca, Burgos, Navarra y Madrid son algunas de las ciudades con medidas restrictivas actualmente. A ellas se suman decenas de municipios que o bien tienen limitaciones de movilidad, o bien confinamientos.
En el caso de Salamanca, la universidad ha decidido poner en cuarentena a 839 universitarios y subiendo que actualmente están recibiendo clases online. En Granada la situación es similar, ya que los profesores están dando clases frente a pupitres vacíos mientras los alumnos siguen la lección desde el ordenador de sus casas. Esta misma situación se repite también en León, Valencia, y Sevilla, por poner varios ejemplos.
Curiosamente, la vida nocturna no cesa. Aunque las universidades sufren restricciones, algunos bares de fiesta buscan la forma de saltarse la ley. En el caso de Salamanca, la noche del 17 de octubre (fecha en que comenzó el nuevo confinamiento), una multitud de jóvenes ‘celebró’ la noticia agrupándose en la puerta de un bar y cantando "Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual".
A las 19 inspecciones con sus 85 respectivas multas en bares que no cumplían la normativa hay que sumar las 45 denuncias por fiestas y botellones celebrados en pisos universitarios, tal y como ha relatado la Policía Local de la ciudad.
La gran pregunta es, ¿cómo están viviendo esto los jóvenes? ¿Las fiestas clandestinas son cosa de imprudentes o una situación generalizada en todos los universitarios? ¿Pesan más las ganas de pasárselo bien que el miedo al coronavirus? Para responder a estas incógnitas, hemos preguntado a varios jóvenes que residen en ciudades universitarias.
En el caso de Pedro Requena, estudiante de Salamanca, la sensación entre su grupo de amigos es de indignación. “Me da mucha rabia cuando se generaliza por cuatro idiotas”, afirma rotundamente. “No todos los universitarios somos así”.
Jesús de Castro, también de Salamanca, reflexiona sobre el impacto del coronavirus en sus estudios. “El año pasado perdimos medio curso, porque por mucho que se pongan medallas, las universidades han gestionado fatal todo el tema de las clases online. Yo no quiero volver a eso, pero parece que algunos sí”.
Clara Hidalgo, una joven de Granada, tiene una opinión similar. “¿Tan difícil es estar unos meses sin ir a fiestas masivas?”, se pregunta. “Para empezar, ponen en riesgo a sus compañeros. Tú vas a la fiesta, te lo pasas genial, pero el lunes siguiente compartes pasillos y clases con personas que no son tan imprudentes. Por si esto fuese poco, ponen en riesgo a los familiares de todos sus compañeros”, se lamenta.
En el caso de Alicia, estudiante universitaria que no ha querido hacer públicos sus apellidos ni lugar de residencia, las fiestas son parte de la experiencia universitaria. “El coronavirus nos ha demostrado que la vida son dos días, y habrá quién no lo entienda, pero yo no quiero perder un año de mi vida amargada y sola en casa”.
En esta segunda ola estamos observando un fenómeno psicológico muy curioso llamado ‘difusión de la responsabilidad’. En situaciones de emergencia, como por ejemplo una pandemia mundial, podemos actuar de dos formas: respetando las medidas de seguridad o minimizando nuestra responsabilidad en la propagación del virus. En otras palabras y citando al refrán británico, "ninguna gota de agua cree haber causado el diluvio".
A medida que el grupo es más grande, aumenta la probabilidad de que actuemos de la segunda forma. Es decir, de que difundamos la responsabilidad a otras personas para evitar aceptar que estamos actuando mal. Por eso es más fácil que alguien acepte ir a una fiesta clandestina cuando todos sus amigos dicen que sí a la vez, frente a que le pregunten a solas y no conozca la opinión de los demás.
Hay ciertas circunstancias que no podemos evitar de forma individual. Por ejemplo, si vives en Madrid y tienes que coger el metro para ir al trabajo, por mucho que te esfuerces no vas a hacer desaparecer al resto de personas que van en el mismo vagón. Se deben aplicar medidas legales para limitar el aforo.
Sin embargo, en otros casos sí que está en nuestra mano evitar los contagios. ¿Cómo? Evitando las fiestas multitudinarias, aplazando cumpleaños y celebraciones importantes, utilizando la mascarilla cuando estemos en una terraza quitándonosla sólo para comer o beber, posponiendo viajes de ocio o yendo al médico de forma presencial sólo si es estrictamente necesario. Estas recomendaciones no son exclusivas para los jóvenes, a los que muchas veces se criminaliza por los contagios, sino a toda la población.
Necesitamos medidas políticas que garanticen nuestra seguridad, pero también debemos ser consecuentes, coherentes y responsables. Es labor de todos frenar el coronavirus.